Opinión
La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Durante mi primer viaje a Europa, visité en Inglaterra, entre otros muchos, el Museo de la Humanidad, un recinto etnográfico, al que sólo acudí una vez, según creo. Pero quizá lo confundo con el Museo del Hombre en París. El caso reside en que contemplé con sumo interés un cráneo de cristal, supuestamente de origen azteca, que representaba a Mictlancihuatl, deidad del mundo de los muertos. Quedé mesmerizada con esa pieza precolombina. Por eso, cuando el presidente López Obrador envió hace unos días una solicitud para que el gobierno austriaco prestara a México el penacho del tlatoani Moctezuma Xoyocotzin (1466-1520), un quetzalpanecáyotl o tocado de plumas enzarzadas en oro, que se encuentra en el Museo de Etnología de Viena, en Austria, me dije que era mucho más interesante el cráneo de cristal.

De seguro, muchos se preguntan por qué las piezas precolombinas mencionadas se encuentran en el continente europeo. Cada una posee su historia personal. El tocado debió haber llegado a Alemania en algún momento del siglo XVI, donde permaneció en el olvido hasta que se restauró y pasó a formar parte de la colección del museo etnológico vienés. Entretanto, los fascinantes cráneos de cristal no habían cruzado un océano, debido a que son falsamente precolombinos. De acuerdo con mis pesquisas aquí y allá, la irrupción de estos hermosos objetos de cuarzo muy puro ocurrió en el siglo XIX. Son de elaboración quizá alemana y “presenta huellas de abrasión y pulido efectuadas con herramientas modernas”, según los especialistas que analizaron el cráneo transparente del Museo francés Quai Branly, mismo que pidió un examen del extraordinario objeto al Centro de Investigación de Museos de Francia. Así, cuando se estudió con un analizador de partículas, se encontró una “película hidratada” que proviene del siglo XIX.

Esto aniquila la teoría de que los cráneos de cristal provienen de la Atlántida, de acuerdo con el explorador inglés Frederick Albert Mitchell-Hedges, quien decía que su hija había hallado en 1924 un cráneo de cuarzo en una excavación en Belice. La leyenda supone que los mayas heredaron de los atlantes las piezas de cuarzo. O sea, de aztecas, nada. En un extraño programa de televisión, Alienígenas, de History Channel, que intenta comprobar mediante diversas historias, enseñanzas espirituales, y monumentos arqueológicos, que nuestro pasado muy antiguo corresponde a culturas alienígenas adelantadísimas y viajeras en el cosmos. Se sabe que hay 12 cráneos de cuarzo en diferentes lugares del mundo, tanto en colecciones públicas como privadas. Y algunos sostienen que, cuando aparezca el décimo tercer cráneo y se junte con los otros 12, habrá una gran revelación para la humanidad. Con los análisis del Centro de Investigación de Museos de Francia, si hay una gran verdad revelada, corresponderá, en todo caso, a alienígenas del siglo XIX, que estuvieron de incógnito en la Tierra, agazapados en Europa.

En cuanto al famoso penacho, cuyo valor estimado por el gobierno austriaco es de 50 millones de dólares, no se ha comprobado si en efecto perteneció a Moctezuma Xococotzin ni si es en verdad un tocado. Desde luego, lo manufacturaron amantecas, es decir, artistas mexicas especialistas en producir bellas piezas con plumas.

La solicitud del presidente López Obrador resulta, sin embargo, improcedente. El penacho no resistiría el trayecto hacia México, las plumas de quetzal podrían estropearse. Pero, además, de acuerdo con una ley federal de 1972, todas las piezas históricas pertenecen a la nación. Si entran a México, ya no salen. Entonces ni el penacho ni los maravillosos códices que requirió el primer mandatario del Vaticano: el notable Códice Borgia, el Códice Vaticano Lat.3773 y el Códice Cospi, que se pidió al presidente Sergio Matarella, porque está amparado por la Biblioteca Universitaria de Bolonia, se exhibirán durante la conmemoración que la 4T planea para los quinientos años de la caída de Tenochtitlan.

Yo propongo que, para resarcirnos de la evidente negativa, a partir del 2021, se creen escuelas de arte plumario, en las que NO se desplumen a los divinos quetzales tampoco a los loros y a las garzas sino que se utilicen plumas falsas. Con un pellizquito que se le dé al fedeicomiso otorgado al ejército, el único que ha mantenido y ha visto aumentar esta partida, podríamos sorprender al resto del mundo y a nosotros mismos. Total “qué tanto es tantito”.