Opinión

De la influencia del Malleus maleficarum o El martillo de las brujas

De la influencia del Malleus maleficarum o El martillo de las brujas

De la influencia del Malleus maleficarum o El martillo de las brujas

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Debo confesar que la figura de la “bruja”, tal como las concibieron los católicos europeos, los protestantes y los calvinistas que luego se asentaron en las colonias inglesas, es mi favorita. He disfrutado grandes películas como la checoslovaca El martillo contra la brujas, rodada en 1970 , y que vi en un cineclub, la cual expone los horrores cometidos por la Inquisición contra las mujeres consideradas como brujas y contra los herejes. La dirigió Otakar Vávra. Otro espléndido filme es La bruja de Robert Egger, de 2015. Desde luego El bebé de Rosemary, de 1968, dirigida por Roman Polanski en 1968, con guión suyo, es, sin duda, un clásico del cine de terror.

Las brujas atraen, pueden transformarse en mujeres bellas para engatusar a los hombres con sus artes hechiceras y luego regresar a una figura despreciable. Me parecen más interesantes que la catrinas distinguidas, que parecen monjas coronadas de la Nueva España.

Las verdadera brujas fueron, en la Alta Edad Media, remanentes del paganismo, ajeno a la Cristiandad que permeó toda Europa, la entonces nueva religión cuyas historias de santos heridos y sacrificados se acumulaban en nombre del Cristo. En las montañas y parajes lejanos las mujeres conservaron conocimientos sobre hierbas que aliviaban dolores y enfermedades. Muchas tardaron años en incorporarse a la vida alrededor de los feudos y aún a la de las ciudades que se fueron conformando después con sus grupos de gremios. Pero en algún punto se integraron y prestaron sus servicios en las pequeñas comunidades. Hacia el Renacimiento, dejaron de ser bien vistas. Sus experiencias con las propiedades de las plantas las situaron en una alteridad tan radical como, más tarde, la encarnaron los indios americanos. Los judíos, confinados en sus guetos, también pertenecían a la otredad. Por ejemplo, durante las múltiples epidemias que asolaron a Europa en la dilatada etapa medieval y en el Renacimiento, los judíos resultaron muchas veces acusados de crear y expandir las afecciones.

En el caso de las brujas, en cierto momento se empezó a perseguirlas, a cazarlas como enviadas del demonio. El período de la caza de brujas se intensificó desde mediados del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII. Acerca de los judíos conocemos la historia brutal y persecutoria, que se intensificó a finales de los años treinta del siglo pasado. Me parece increíble que una cultura tan sólida, sabia y antigua como la judía, haya sido objeto de asechanza en diferentes episodios de la Historia. La diversidad religiosa, cultural, étnica y de género siempre conducen al abismo de las diferencias y al acosamiento.

En 1484 el Papa Inocencio VIII hizo constar oficialmente la creencia en la brujería por parte de la Iglesia Católica y lo comunicó mediante una bula. Un par de años más tarde se publicó el Malleus Maleficarum, el libro más famoso sobre las prácticas diabólicas de las mujeres consideradas brujas. Además, bastaba con que se calificará a alguien de hechicera para hostigarla y, con denunciarla a la Justicia, a la Inquisición, o a alguna autoridad, quedaba a merced del castigo, el repudio y de la muerte. El eco creado por el Malleus Maleficarum, se continuó a través del tiempo. Una denuncia sin pruebas en la España franquista era suficiente para arrestar a la gente por “roja”, por ser contraria al gobierno e, incluso, por homosexual. En el Nazismo en Alemania ocurrió también, bajo el régimen de Pinochet en Chile, los mismo, y así sucedió cuando Mao determinaba la vida de los chinos, o en las pesquisas del senador estadounidense Joseph McCarthy, del partido republicano, que investigó a todo aquel que fuera simpatizante del comunismo. Para él, una acusación sin fundamentos era suficiente para imponer la bota opresora sobre el delatado (a). Para muchos, en especial para los regímenes totalitarios, no hay lugar para la disidencia ni caben los diferentes. Al Malleus Maleficarum, en su época, se le atribuyó una total credibilidad y autoridad. Podría decirse que se heredó como tratado punitivo y su fantasma recorre muchos caminos hasta el día de hoy. Lo compilaron unos monjes inquisidores dominicos, Henrich Kramer, oriundo de Alsacia, y Jacob Sprenger, de Suiza. Para ellos y para muchos, aquel que defendiera a una ”bruja” estaba embrujado, por lo que era imposible que en los procesos las pobres mujeres tuvieran defensores. Según el Malleus Maleficarum, la brujería provenía del apetito carnal, que en las algunas mujeres, suponían, resultaba insaciable.

En el Renacimiento, la creencia en la hechicería y el castigo que se merecían las terribles brujas es, extrañamente, la otra cara del Humanismo. Grandes filósofos trataron temas mágicos en lo que luego se conoció como filosofía oculta. Pico della Mirandola y Marsilio Ficino, entre otros, encabezaron los estudios neoplatónicos que se diversificaron hacia el conocimiento ancestral escondido o camuflado. Es fascinante esa época, pero, al mismo tiempo, la brujería y las hechiceras se catalogaron de lo “otro”, de lo disímbolo, de lo diferente y eso no se avenía con los cambios profundos de la sociedad en Occidente, en términos de la ciencia, la filosofía, el arte y el concepto del mundo adquirido. Había comenzado la Modernidad.

Vienen a cuento las brujas por Halloween, los días de ”muertos” y porque en el México de hoy, si se critica al gobierno de la Cuatroté uno, de inmediato, se vuelve conservador, de derecha, neoliberal , prianista y corrupto (el verdadero martillo de las “brujas” , “hechiceros” y “herejes” actuales) . Se trata de una Inquisición light para la gran mayoría y, para otros, no tanto. Hace algunos años encontré el Malleus Maleficarum en la librería del Péndulo, en español. Esta vez, que debería darles los datos bibliográficos, una parte revuelta de mi biblioteca me escamotea el libro. Ni modo. Ya será para la próxima.