Opinión

De las pandemias y la buena administración política para contenerlas

De las pandemias y la buena administración política para contenerlas

De las pandemias y la buena administración política para contenerlas

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En su libro El día después de las grandes epidemias (Madrid, Taurus, 2020) José Enrique Ruiz-Domenec, historiador español especialista en la Edad Media, plantea que las plagas de la Historia han provocado cambios importantes en las civilizaciones. El derrumbe del Imperio bizantino a la mitad del siglo VI posibilitó el paso de la Antigüedad tardía a la Edad Media. Para Ruiz Domenec el espíritu de reconstrucción social permite “una inclinación política hacia un futuro prometedor”. O por lo menos eso sucedió en Islam y en Europa en aquel lejano tiempo. Lo mismo pasó al surgir el Renacimiento, cuando Europa se encontraba adolorida por la peste negra. Entre 1347 y 1543 la gran epidemia cambió la vida para siempre y se propagó hasta Asia. La peste negra apareció en el continente europeo en dos formas: una infectaba la sangre, que provocaba bubones malolientes y dolorosos y un sangrado interno; la otra era de carácter neumónico, así que se alojaba en los pulmones y contagiaba al respirar. Las dos formas era igual de mortíferas. Un notario de Piacenza, Gabriele de Mussis, escribió un libro sobre la gran mortandad del año 1348. El libro tuvo un gran eco porque se refería, entre otras cosas sobresalientes, a la responsabilidad de una mala gestión de la epidemia. Reveló como gran riesgo mantener abiertas las rutas comerciales, caminos por donde venían “inmundas bocanadas de viento”. Advertía que una contagio masivo desborda a los médicos.

Desde luego, no faltó quien le echara la culpa de la peste a los pecados cometidos por la gente o a los judíos que vertían veneno en el agua. Encima, hubo malas cosechas, marginación social, hambre e, incluso, embestidas climáticas.

El escritor Giovanni Boccaccio y el pintor Andrea Orcagna abominaban de esas creencias y se refugiaron en el espíritu. Escribe Ruiz-Domenec que el mundo pudo transformarse por una voluntad colectiva y de ahí surgió el Renacimiento, como llamó el historiador francés del siglo XIX Jules Michelet al despertar del mundo moderno. Así se respondió al horror de la peste negra. Solamente se podía lograr de esa manera. Lo primero, claro, para aliviar el desastre, era ejercer una política eficaz de la higiene pública. En 1377 en Croacia se imponían treinta días de aislamiento para todos los forasteros que llegaran. En Venecia, Padua, Milán, Marsella y Génova se extendió ese período a cuarenta días. Las ciudades se perfilaron mejor, de forma más salubre y así se generó un urbanismo abierto, de grandes espacios. Nicolás Maquiavelo, en El príncipe, especificó que los gobernantes intervinieran en la economía para subsanar el estado atroz que existía en el campo y en la vida comercial después de la peste.

El libro de Ruiz-Domenec aborda las brutales enfermedades que Colón, desde su segundo viaje, y los conquistadores llevaron al Nuevo Mundo. Aquí recalca la malísima diligencia que se hizo de las epidemias que diezmaron a los indígenas. Explica que, al abrazar el erasmismo humanista, se dio una respuesta a los nativos sobrevivientes y en un lapso corto se crearon las condiciones para que, entre los indígenas y los españoles, se solventara la crisis creada por la gripe de la variedad A,B y C, de índole letal, el sarampión, la fiebre amarilla y la viruela.

Las epidemias tienen, pues, dos vertientes, el tratamiento médico y soluciones políticas al problema, es decir, en específico contar con instituciones adecuadas para atender a los enfermos. En la Colonia se construyeron hospitales para los infecciosos. “Hay una experiencia íntima –explica el historiador español—entre la respuesta al desafío de las epidemias y el buen gobierno”.

Las pestilencias han recorrido la historia de la humanidad. El siglo XVII experimentó enfermedades, la guerra de los Treinta Años, cambios climatológicos reflejados de inviernos glaciares. Todo esto desbordó a los gobernantes y a la sociedad. Entre 1628 y 1665 Europa padeció tifus, viruela y peste. Las calles se llenaron de cadáveres. ¿Cómo vencer al miedo, al desánimo, a la tristeza? El británico Daniel Defoe escribió Diario del año de la peste . Corría el año 1665, y Defoe describe el doloroso espectáculo de las epidemias y se aferra al un credo político de una vida mejor.

La gripe española, que no era española, asoló al planeta. La gripe rusa en 1889 había cobrado la vida de un millón de personas antes de cruzar el Atlántico. Sin embargo, las autoridades dijeron que no era más que una influenza estacional. ¿Les suena esto? ¿Recuerdan al presidente que iba a defenderse del SARS-Cov-2 con estampitas milagrosas? Entre 1918 y 1920 murieron más de cincuenta millones de personas en el mundo. La gripe fue más letal que la Primera Guerra Mundial. En Alemania, Max Weber , durante una conferencia sobre la ciencia como vocación, nos informa Ruiz-Domenec, especificó que la voluntad y la capacidad humana deberían resolver problemas concretos derivados de la epidemia.

¿Cómo iremos al respecto en México, donde se suprimen apoyos económicos para la ciencia y el presidente no usa cubrebocas? El secretario de Salud, Jorge Alcocer, aseveró hace un par de días, que la Covid-19 se había controlado, justo en el momento en que los contagios y las muertes aumentan día con día. El presupuesto federal para 2021 no ha aumentado para el rubro de Salud. ¿Saldremos avante de esta catástrofe para lograr cambios significativos en nuestra visión del mundo o serán Dos Bocas, el Tren Maya, Santa Lucía y Pemex las únicas apuestas para un futuro que se empantanó en el pasado?