Opinión

Del México profundo al superficial

Del México profundo al superficial

Del México profundo al superficial

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Mientras todos nos encontramos pendientes, casi sin aliento, por los resultados de la votación en los Estado Unidos, me permito una divagación sobre un asunto que llamó la atención entre de las muchas actividades del presidente de México. Desde luego la noticia vino con su video, pues de otra manera sería muy difícil apuntar aquí una de mis apreciaciones sobre la participación del primer mandatario en la inauguración de una ofrenda dedicada a los que han muerto hasta ahora por la Covid. Se decretaron, en esa reunión, que fue pequeña debido a la pandemia, tres días de luto por las víctimas de la enfermedad que produce el SARS-Cod-2. En el acto se realizó una “limpia” hecha por una mujer mazateca, de Oaxaca, y también estuvo presente un “rezador” del pueblo yaqui. Todo ocurrió en el patio central de Palacio Nacional, donde se colocaron altares y enormes tapetes de cempasúchitl. El presidente y su esposa, la doctora Beatriz Gutiérrez Müeller, fueron quienes recibieron los dones de la mujer indígena, que realizó la “limpieza” en mazateco. La ofrenda de muertos se veía, mientras tanto, en diferentes puntos del soleado espacio, casi dorado por las flores amarillas. El mandatario y la doctora Gutiérrez Müeller, muy solemnes, se entregaron confiados a los ramazos y a la energía de las oraciones pronunciadas para ellos.

La ex senadora de MORENA Lilly Tellez y ahora senadora del PAN encontró la “limpia” “como la idealización de la ignorancia y la superchería”. En cambio, para Alejandra Fraustro, la secretaria de Cultura, la tradicional “limpia” y la congregación de los representantes de los pueblos 20 pueblos indígenas simbolizaron al México profundo.

Yo llevo en la memoria la única “limpia oficial” que me han hecho en la vida y no ocurrió en la profundidades de la cultura indígena de nuestro país. Hace añales, Pepita, mi hermana, me llamó por teléfono para comunicarme que, a lo mejor, éramos ella y yo depositarias de un hechizo mal intencionado, por lo que debía ir con ella y con un par de huevos de mi refrigerador a que nos quitaran el maleficio. “Además”, me dijo, “aunque no creas en esto, te servirá como escritora”. Me auto receté el “nada humano me es ajeno, espetado por el griego Terencio y máxima del Renacimiento. Pensé que acudiríamos a una zona proletaria y “profunda” de la ciudad, a la casa de una bruja verdadera. Cuál no sería mi sorpresa, sin embargo, cuando llegamos al penthouse de un amigo de Héctor Suárez, mi cuñado. El “brujo”, por cierto, tenía un cargo importante en la Secretaría de Gobernación. Este hombre, cuyo nombre no recuerdo, y que desde luego no nos cobró por el trabajo, me pasó por encima uno de los huevos que yo había llevado y al terminar el ritual y abrir el cascarón, salieron una yema y una clara impolutas. No sucedió así en el caso de mi hermana ni de Héctor. Mientras el licenciado manipulaba el huevo sobre la cabeza de Pepita, y después de Héctor, de pronto se partió y comenzó a salir lodo, mucho, gran cantidad de lodo. Lo vi, sé que lo vi, pero hoy me parece como si aquello hubiera sido de mentiras. Yo quedaba libre de maleficios y Pepita, en cambio, debía rendirse a una serie de “limpias” junto con mi cuñado.

Cuento esto porque fue una experiencia real, que, al platicársela al escritor Salvador Elizondo y a su mujer, la fotógrafa Paulina Lavista, el autor de Farabeuf me explicó que yo no había presenciado nada extraordinario y que cualquier chef sabe que si un huevo se deja cerca de una trufa, éste absorbe el sabor del valioso hongo. No supe qué contestarle. A lo mejor, del huevo de Pepita habían salido trufas negras.

Y ahora me regreso a Palacio Nacional, al 31 de octubre de 2020. Congelo la imagen del presidente y su esposa mientras reciben, sin cubrebocas, la limpia de la mujer indígena, Teresa Ríos, que si porta un bozal quirúrgico , un lindo rebozo y una falda de colores. La mujer del primer mandatario va de traje sastre gris, creo, y lo acompaña con una blusa azul claro. El saco le queda un poco grande. El presidente lleva una chaqueta azul marino, mal cortada, y unos pantalones también azules, pero de otra tonalidad y guangos. Están con los representantes de 20 pueblos indígenas, para ellos, el México profundo, según Alejandra Fraustro. Yo sugiero, con absoluta superficialidad, que Palacio Nacional debería contratar a un sastre, como alguien propuso en Twitter. Por otro lado, y desconozco la tradición mazateca, que la próxima limpia incluya huevo. Podrían llover trufas de Périgord, las más suculentas, sobre Palacio Nacional.