Opinión

Dolor, sufrimiento y búsqueda de sentido

Dolor, sufrimiento y búsqueda de sentido

Dolor, sufrimiento y búsqueda de sentido

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
Es cosa dura ser.
Es doblarse, doblarse, doblarse,
y sin embargo crecer.
¡Paso al sol, a los vientos,
a la epidérmica magulladura
y a la sed!
Y quede solo una ternura grande
como para entender.

Dolores Castro

La historia de la humanidad debe celebrarse como un triunfo de la imaginación y el ingenio de los hombres y mujeres para adaptarse y transformar las condiciones adversas del medio ambiente, a través sus habilidades y destrezas, nacidas de un pensamiento estratégico, deudor de la razón o del logos griego.

Sin embargo, ha acompañado esta aventura un sinnúmero de calamidades, catástrofes, epidemias, guerras, acciones de extermino planificadas por los mandos políticos que, en principio, han llevado a cuestionar la justicia de Dios y, a su vez, parecieran confirmar la idea de Hobbes según la cual “el hombre es el lobo del hombre”, o bien, “el rey de las bestias”, en opinión de Leonardo da Vinci.

Sin duda, dichos acontecimientos, ya sean naturales o provocados por el hombre, han ocasionado un inmenso dolor y un cadena de sufrimientos, vividos a lo largo del tiempo, a través de las diversas sociedades y épocas hasta llegar a nuestros días; momento en que la humanidad continúa una lucha frontal contra la pandemia del COVID-19, que por ahora ha contagiado a trece millones de personas y han muerto casi seiscientas mil, debido a las complicaciones respiratorias y a la carencia del antídoto milagroso.

Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor, éste es una “experiencia sensorial o emocional desagradable asociada a un daño del tejido real o potencial”. El dolor, así definido, es físico o somático y puede tratarse con medicamentos, quizá mediante los analgésicos y otros recursos medicinales, aplicados a las patologías de nuestro tiempo.

Pero cuando el dolor físico se prolonga y se vincula con alguna discapacidad o una enfermedad crónica, este dolor primario trasciende lo corporal y afecta la salud mental, la psique, o el alma, y se transforma en sufrimiento; el cual solían llamar los antiguos “padecimiento moral” y nosotros podríamos asociarlo con una pérdida de la alegría de vivir.

Las reflexiones de la filosofía y la religión se han ocupado más del dolor espiritual, o el sufrimiento, para trascender el campo de la experiencia particular o empírica y ofrecer una explicación que dé sentido, a todos cuantos sufren en esta realidad corpórea y material que llamamos el mundo.

Para Platón, por ejemplo, el dolor afecta la armonía del alma que vive prisionera en el cuerpo y, en consecuencia, aconseja disfrutar los placeres con moderación; Aristóteles veía en el dolor un mal, un desequilibrio que debía evitarse; sin embargo, Epicuro, considera que para combatir el dolor no se debe temer a la divinidad ni a la muerte, pues la filosofía, como también pensaba Sócrates y más tarde Boecio, debe servir al hombre para aliviar la angustia de su condición mortal, ya que la muerte mientras vivamos no existe y cuando llega, nosotros dejamos de existir. Asimismo, hay que alejar los deseos y aprender a vivir en el justo medio, porque quien más ansía, más se angustia y se somete a un círculo de infelicidad. Por su parte, Epicteto, integrante de los estoicos, creía que el mundo es indomable y solo nos queda el autocontrol (ataraxia) y el dominio de las pasiones (apatía), porque el dolor es externo al individuo y aconseja apoyar a quienes más lo necesitan.

En la perspectiva oriental, los deseos también son la causa del sufrimiento humano. Lao-Tsé predica el desapego a los bienes materiales para poner en su lugar el tao, el vacío, que es la base de toda creación y acaso de toda existencia. Del mismo modo, Siddhartha Gautama (Buda), descubrió, después de llevar una vida de complacencias, que el pueblo sufría y conjeturó que la base de ese dolor la ocasionaban los deseos de todo tipo, por lo cual aconsejó su clausura; propuso una vida de meditación para acceder al nirvana, lugar de la extrema armonía o suprema felicidad.

En la tradición judeocristiana el dolor, el sufrimiento y el sacrificio son pruebas que la humanidad debe pagar como deuda del pecado original, lo cual queda demostrado con la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo. En consecuencia, si el destino del hombre era vivir en el paraíso, ahora, por haber pecado, deberá padecer en este valle de lágrimas hasta el día de su muerte, a la manera del hijo del Creador. Desde Agustín de Hipona a Tomás de Aquino el dolor y el sufrimiento son males que corresponden al mundo y sirven para ascender a la Ciudad de Dios, después de muertos.

Frente a la crudeza de la teología cristiana, el filósofo alemán Gottfried Leibniz ejerce como abogado de Dios y conjetura que este mundo, si no es perfecto, sí es “el mejor de los mundos posibles” y la respuesta al sufrimiento, aunque no gustó a los pensadores ateos como Voltaire, es responsabilidad de los individuos como dueños de su destino.

Arthur Schopenhauer también rechazó la tesis anterior y, desde un pesimismo sombrío, dice que el dolor es congénito al ser humano y, contrariamente a Leibniz, piensa que este es “el peor de los mundos posibles”, aunque concede al arte, el conocimiento y el ascetismo una momentánea puerta de escape al sufrimiento.

Friedrich Nietzsche, lector de Schopenhauer, dedujo que la felicidad y la tristeza, el dolor y el placer, la soledad y la compañía han de gozarse por igual, porque el hombre debe aprender a sortear los cambios de la fortuna. También festejó la alegría de quien abraza la existencia y decide vivir la vida en un instante de eternidad. El dolor, así concebido, se convierte en un conocimiento fundamental para comprender el sentido de nuestro ser en el mundo, como lo expresa Dolores Castro en este poema: “Grande es el ámbito/ donde crece mi vida./ Como yerba del campo/ que se levanta a la llovizna,/ miro por todas partes/ y se me llenan los ojos/ de agua tranquila”.

* Poeta y académico
benjamin_barajass@yahoo.com