Opinión

Echar porras y exorcizar los problemas

Echar porras y exorcizar los problemas

Echar porras y exorcizar los problemas

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Es muy raro que, en un informe presidencial, el titular del Ejecutivo sea autocrítico. Por generaciones, ha sido ocasión para enumerar logros, mentir con la estadística y generar consensos. No por nada se le dio en llamar “Día del Presidente” al 1° de septiembre. En algunos de los informes se han enviado mensajes políticos importantes, que van desde las amenazas a los disidentes hasta propuestas de colaboración. En unos pocos, se han dado a conocer decretos importantes. Pero han sido la excepción, y no la regla.

En ese sentido, pedir al presidente López Obrador algo de autocrítica en su informe es ingenuo, por decir lo menos. No la habrá porque no está en el ADN político de AMLO y porque el rito es precisamente ése: que el mandatario hable bien de sí mismo y de su gobierno, que la oposición lo critique y que sus partidarios lo defiendan.

Ahora bien, una cosa es hablar bien del propio gobierno y pintar la realidad con colores optimistas, y otra es negar y darle la espalda a los datos duros que ofrece esa realidad. Una cosa es intentar inyectar optimismo a los distintos grupos sociales, y otra hacerlo a partir de la voluntad, como si ésta bastara.

En otras palabras, el tamaño de la crisis que vive el país es tan grande que debería obligar al Presidente a admitir su profundidad, advertir sobre sus consecuencias inmediatas y a pedir comprensión ante lo que se viene. De esa forma podría generarse entre la población la alerta necesaria y también la idea de que el gobierno está consciente de la situación.

Desgraciadamente no será así. La estrategia de comunicación es la de generar esperanzas, no importa qué tan falsas sean.

A diferencia de López Obrador, el secretario de Hacienda ha pintado, con realismo, un panorama oscuro para 2021. La inédita disminución en la producción de riqueza y en el empleo que estamos viviendo no se va a recuperar en automático y, si nos va muy bien, para finales del año próximo habremos compensado la mitad de la caída de este 2020. Lo probable es que ni eso.

¿Por qué? Porque aunque la economía de EU se recuperará más rápido, no será capaz de hacer que la mexicana crezca a partir de las exportaciones. Porque no hay incentivos suficientes para la inversión ni para el consumo. Porque la inversión y el gasto público, en vez de ayudar a paliar la crisis, serán tan bajos que la recuperación será más lenta, casi invisible.

A diferencia de lo sucedido en este año, para el próximo no tendremos los recursos de los fondos de estabilización, que amortiguaron el golpe de la caída del PIB en las finanzas públicas. Si acaso, tocará a Hacienda recibir los remanentes de operación del Banco de México… que por ley deben ser utilizados mayoritariamente para pagar deuda pública.

Y, como López Obrador está casado con el fetiche neoliberal llamado superávit fiscal, no se contratará nueva deuda y la baja esperada en los ingresos públicos (menos producción y menos consumo significan menos impuestos) se traducirá en un presupuesto inusitadamente bajo. Como los programas consentidos del Presidente no se van a detener, eso significa que vienen más recortes, una austeridad ahora sí que franciscana en la que abundarán los ahorros centaveros (mientras millones se destinarán a la persecución de la ya mítica soberanía energética).

No abundaré en la descripción del efecto de espiral hacia abajo que tiene esa política, calca de la que se siguió en la Gran Depresión, antes de que Roosevelt mandara a parar con inversiones sociales, pero sí acotaré que la circunstancia se dará en un año electoral, que definirá la posibilidad de que la coalición que apoya a López Obrador mantenga o no la mayoría absoluta que detenta en la Cámara de Diputados.

En esa lógica, a falta de pan, habrá dos cosas: una es más circo, creando la expectativa de que los leones serán alimentados, a sabiendas de que la lucha contra la corrupción es la única bandera que todavía no está muy rasgada; la otra es la continuación de una campaña destinada, a fin de cuentas, a decir que, si ahora estamos mal, con los anteriores estaríamos peor. Que si ahora hay pocos recursos destinados a los más pobres, si vuelven los de antes, en cualquiera de sus formas, ya no habrá ninguno. En esa segunda cosa hay un dato muy importante: cualquiera que ose criticar al gobierno, o alguno de sus proyectos consentidos, será denunciado como agente de los de antes.

Todas esas son cosas que pasan cuando un Presidente confunde ser popular con hacer bien las cosas. Y encima, mide mal las encuestas de popularidad.

En fin, uno puede volver al lugar común y desear que en el Informe haya rectificaciones en el rumbo, para hacerlo más seguro y menos doloroso. Pero lo hace a sabiendas de que no habrá tales rectificaciones, de que esta vez escucharemos no sólo una visión bucólica de la realidad, sino otra cosa, todavía más alejada. Porque de lo que se trata es de echar porras y exorcizar los problemas, no de convocar a la solidaridad ciudadana para atajarlos.

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