Opinión

El debate fue repugnante, pero hay que seguir desnudando al racista

El debate fue repugnante, pero hay que seguir desnudando al racista

El debate fue repugnante, pero hay que seguir desnudando al racista

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Al menos en una cosa hay consenso: El primer debate presidencial entre Donald Trump y Joe Biden fue “un momento épico de vergüenza nacional; un bochorno por los siglos de los siglos”, como encabezó ayer el portal Politico a toda página. En donde no parece haber consenso es en repetir, o no, semejante espectáculo dentro de dos semanas.

A quienes defienden que el candidato demócrata debería boicotear los dos debates presidenciales que quedan -15 y 22 de octubre-, porque no vale la pena hablar con un perturbado mental, habría que convencerles de que lo último que puede ocurrir es dejarle el terreno libre al mandatario republicano, para que siga insultando y lanzando mentiras en los dos únicos medios donde puede hacerlo libremente, sin que nadie le replique al instante: su cuenta de Twitter y sus mítines, donde se siente arropado por sus simpatizantes, que le jalean para que sea aún más radical y vengativo.

Ante los rumores de que Biden no debería prestarse a este espectáculo, el candidato demócrata salió ayer al paso para anunciar que no tiene intención de tirar la toalla, pero quiere participar en los debates bajo otras condiciones, la más urgente, que el mediador pueda cortar el micrófono al candidato que interrumpa al oponente. No es lo mismo que Trump ataque sin piedad a su adversario, cobijado por las redes sociales o por sus incondicionales, que verse obligado a escuchar la contrarréplica, en vivo y en directo.

No se trata de ver quién insulta más fuerte, sino de dar a Biden una nueva oportunidad de acorralar a Trump con hechos y despojar así al “emperador” del brillo falso de su ropaje, hasta dejarlo desnudo. En otras palabras, que Biden rebata cada una de sus mentiras y diga, alto y claro, que el presidente no merece otros cuatro años porque es mentira que haya beneficiado a la clase media, sino que ha hecho más ricos a los multimillonarios; ni es cierto que había más crimen y disturbios raciales cuando Biden era vicepresidente con Barack Obama, que bajo su Presidencia, que considera, sin asomo de rubor, “la mejor de la historia”.

Biden tiene que seguir acorralando a Trump para que toda la nación sepa que, si se negó a entregar sus declaraciones, era para que nadie supiera que paga menos impuestos que un mesero; o que es mentira, como dice ahora, que tiene un plan para que prospere la comunidad hispana, sino todo lo contrario: está llenando los tribunales federales y la Corte Suprema de jueces afines y ultraconservadores, para que nadie frene sus deportaciones masivas, incluidas las de los “dreamers”, o para que tumben leyes progresistas como el derecho al aborto.

Biden debe decirle a Trump a la cara que si no hubiera negado la gravedad de la pandemia se habrían salvado miles de vidas y EU no tendría ahora más de 200 mil muertos; debe decirle que él nunca insultaría a un hijo suyo, pero sí le diría que su hijo más pequeño, el que tuvo con Melania, sufrirá las consecuencias de su política negacionista del cambio climático y su apoyo a los combustibles fósiles, aunque sólo sea por ganarse el voto obrero de la minera Virginia Occidental.

No hace falta que Biden le llame “payaso” (qué culpa tienen los payasos), ni siquiera que lo acuse de ser el peor presidente de la historia (de eso se encargarán los historiadores), pero sí hay que restregarle a la cara que es un racista que no se atreve a condenar el supremacismo blanco, que no siente compasión por las víctimas negras de la brutalidad policial y que roza la ilegalidad fascista cuando pide a sus huestes que “vigilen” las casillas electorales y protesten en las calles si no gana las elecciones.

Por todo esto, el debate es más necesario que nunca.

fransink@outlook.com