Opinión

El mejor mundo posible

El mejor mundo posible

El mejor mundo posible

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
Te quiero en mi paraísoes decir que en mi paísla gente viva felizaunque no tenga permiso.

Mario Benedetti

La inconformidad por las calamidades y los golpes de la mala fortuna, que han impactado a las sociedades de todas las épocas, han generado una serie de respuestas para enfrentar la destrucción del mundo y restaurar un nuevo modelo de convivencia, donde imperen los valores que han sido ignorados o pervertidos.

El mito fue, desde los tiempos prehistóricos, la base de la religión, la literatura, la filosofía y la ciencia; representó, para las sociedades antiguas, la base de sus conocimientos para explicar los fenómenos de la naturaleza, la sociedad y el espíritu. El mito, o relato antiguo, ha sido un preconstruido cultural, el cual emerge en las situaciones críticas de la vida del hombre.

Entonces, no es de extrañar que en estos momentos se recuerde la utopía, entendida como la búsqueda de un espacio mejor; ajeno a los vicios, la corrupción, las expresiones de violencia y las enfermedades de todo tipo, tal como lo expuso el inglés Tomás Moro en la obra que lleva ese mismo nombre, publicada en 1516.

En el mito y la literatura, el sentimiento de evasión hacia un espacio y tiempo ideales recibió el nombre de Edad de oro y fue recreado por los poetas griegos, latinos y renacentistas en extraordinarias composiciones líricas, acaso sólo igualadas por el discurso de don Quijote a los cabreros, en que describe una sociedad igualitaria, solidaria y feliz, en la cual no había “tuyo ni mío”, porque los bienes eran colectivos, no como en la edad de hierro, donde la guerra y la rapiña han sentado su residencia.

En sentido semejante a la edad dorada, las religiones recurren a un pasado mítico, poblado de dioses y hombres que conviven en un ambiente florido, con árboles frutales y agua en abundancia. El ejemplo más extendido de esta utopía es el edén o paraíso bíblico, que fue abandonado por la desobediencia, o el pecado original, y sus moradores fueron condenados a ejercer la agricultura, la ganadería y a padecer los dolores del parto, en el caso de Eva, la insumisa.

La utopía cristiana, después del edén perdido, no volverá a restablecerse en este mundo sino como una propuesta de redención, al final de los tiempos, cuando los hombres y mujeres de buen corazón sean elevados al paraíso celestial, la residencia del altísimo. Ésta es la gran metáfora de la Ciudad de Dios, obra escrita por Agustín de Hipona en el siglo V, y es la puerta de entrada a la Edad Media; periodo en que los fieles se recogen en los feudos y, especialmente, en los monasterios, que son el nicho para quienes buscan su salvación.

Asimismo, desde la filosofía también se ha pensado en la concreción de una sociedad más ordenada y, sobre todo, sujeta al amor por la sabiduría. Platón, en su diálogo, La República o de lo justo imagina una comunidad gobernada por los filósofos y custodiada por los guardianes, quienes se convierten en una especie de nobleza frente a las clases inferiores, cuyas conductas son controladas por el Estado, en consecuencia no se trataría de una sociedad igualitaria, sino estratificada.

También hubo filósofos que fundaron una sociedad dentro de otra, para vivir de acuerdo con la sabiduría, recordemos a Pitágoras, Epicuro de Samos —célebre por congregar a sus discípulos en el Jardín— y Zenón de Citio, líder de la escuela estoica, pero el auge de la utopía vendrá muchos siglos después, en la época del Renacimiento; que si bien inicia la era de la libertad y el progreso, acentúa la desigualdad entre las clases sociales, recrudece las guerras nacionales e incita la expansión colonial.

En este contexto, aparece la obra de Tomás Moro, Utopía; seguida de Ciudad del Sol de Tomás Campanella (1602), que propone un orden social regido por un monarca justo y dadivoso, en cuya sociedad la gente es feliz; y La nueva Atlántida de Francis Bacon, que pretende una sociedad ordenada, vinculada a la naturaleza, pero sin descuidar la formación científica de sus ciudadanos.

La utopía continuó avanzando y a principios del siglo XIX aparecen autores como Robert Owen, Henri de Saint-Simon y Charles Fourier, quienes promovieron el socialismo para aliviar la tremenda desigualdad ocasionada por la Revolución Industrial, aunque Federico Engels los desautorizó por ser socialistas utópicos, contrarios al socialismo científico que encabezaban él y Carlos Marx, visión doctrinaria que fue, a su vez, devorada por la realidad en el siglo XX.

En el imaginario occidental ha sido importante la isla como un espacio de promisión; lo fue entre los griegos, en el Renacimiento, el movimiento ilustrado y el romanticismo. Una sociedad nueva, según este ideario, debe fundarse en un territorio virgen, en medio de la naturaleza y alejado de todos los vicios de la historia humana. En este orden se inscribe la novela Robinson Crusoe de Daniel Defoe, inspirada en un náufrago de la isla Juan Fernández.

Sin embargo, la isla no siempre es el edén perdido al que podemos regresar después de haber sido expulsados. William Golding nos confirma, en el Señor de las moscas, que en el ser humano alternan la civilización y la barbarie, cuya dualidad aflora en diversos momentos de su historia, como se prueba con el desarrollo de los personajes de esta obra, pues, a pesar de ser niños, ceden a los instintos de poder, dominio y destrucción del oponente.

Pero esta ficción, pese a lo conmovedor de su trama, no representa el final de la utopía porque la posibilidad de vivir en un mundo mejor, sujeta a principios y valores, donde se respete la vida y haya equidad, justicia, solidaridad, inclusión, sentido de pertenencia, entre otros factores de armonía y equilibrio social, es parte del imaginario colectivo y seguirá existiendo como parte del mito, que subyace en nuestra historia común. El mito es tiempo vertical, un viaje a las profundidades del ser, donde todos los individuos somos iguales.

* Poeta y académicobenjamin_barajass@yahoo.com

El jardín de las delicias, de El Bosco.