Opinión

El pasado presente

El pasado presente

El pasado presente

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

"En nuestro mundo interconectado,

la empatía debe expandirse para abordar las grandes desigualdades

que generan problemas de justicia".

Mary Robinson

Seguro que usted ha visto películas como “Doce años de esclavitud” de Steve McQueen; “Django” de Quentin Tarantino o “Manderlay” de Lars Von Trier, entre otras tantas otras fuentes referentes a la esclavitud, muchas veces sorprendidos por las crudas escenas que proyectan o las historias narradas, condoliéndonos de lo cruel e inhumana que fue esa etapa de esclavitud. Desafortunadamente, esa realidad no es ajena, pasada ni lejana. Aún hoy nos encontramos inmersos en una esclavitud moderna, prescindiendo de los grilletes, pero al final esclavitud.

Hoy se conmemora el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, precisamente con el objetivo de concientizar sobre este flagelo que sigue latente; la ONU distingue dentro de la esclavitud moderna el trabajo forzoso, el matrimonio forzado y la trata de personas. Estas modalidades afectan a los grupos más vulnerables de la sociedad, como niñas, niños, mujeres y pueblos indígenas; quienes se encuentran sometidos a trabajos forzados como el doméstico, industrial o en el sector agrícola, así como víctimas de explotación sexual o de extracción de órganos. Los menores de edad, en específico, son potenciales víctimas de matrimonios forzados, que en muchas ocasiones son resultado de las normas sociales imperantes en determinadas latitudes que, sin importar que sean concebidas como conductas aprobadas por esa colectividad, no por ello pierden su naturaleza delictiva y violatoria de derechos humanos al tener por objeto la explotación de la persona.

La Organización Internacional del Trabajo estima que aproximadamente 40 millones de personas han sido víctimas de esclavitud moderna; de los cuales 25 millones corresponden a trabajo forzoso (16 millones explotadas por el sector privado, 5 millones explotadas sexualmente y 4 millones en situación de trabajo forzoso impuesto por el Estado) y 15 millones en matrimonio forzoso en donde, lamentablemente, una de cada cuatro víctimas son niños o niñas.

A pesar de que nuestro país constitucionalmente tiene abolida esta práctica y a nivel internacional ha ratificado diversos instrumentos convencionales que así lo reafirman, del mes de enero con corte al de octubre de este año, se han registrado 9,061 casos de trata de personas, clasificación que incluye corrupción de menores. Las cifras son alarmantes, no son casos aislados ni mucho menos contados con los dedos de la mano; la esclavitud es un tema de actualidad, tan cercano como este texto a usted. Puede encontrársele a diario, quizás en los cruceros peatonales. No hay razón para esperar a luchar contra ese flagelo y erradicarlo.

La esclavitud pasada, contó con una pretendida “justificación” moral bajo el contexto de una estúpida creencia de jerarquía racial que hizo de ella no sólo una práctica aceptada sino reconocida legalmente, degradando a la persona a condición de objeto y, consecuentemente, haciéndola susceptible de los tratos más crueles. Como las cifras anteriores demuestran, hoy todavía hay quienes hacen de esta inconcebible práctica un estilo de vida, aceptan y voluntariamente replican esta nueva forma de esclavitud (no me refiero a las víctimas sino al victimario). No importa el poderoso arrastre de la costumbre, ella no tiene jamás por qué ser útil para normalizar conductas que atentan contra el más básico de los derechos fundamentales de la persona: la dignidad humana sin cuya existencia y goce, todos lo demás son anulados en una suerte de avalancha.

Kafka relata en su cuento “Ante la Ley”, hay puertas destinadas a nosotros, pero si sólo nos quedamos esperando a que nos den permiso de entrar, jamás obtendremos lo anhelado. Otras puertas, en cambio, nunca debieron abrirse y hoy abiertas nos enfrentan con este pasado presente que no debe perdurar, esta fecha internacional nos recuerda su atroz existencia y nuestro deber individual y social mínimo de repudio, condena y denuncia.