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El Premio Nobel de Medicina, la hepatitis y los virus

Un texto de nuestro colaborador en torno a la velocidad con que se avanza en la investigación de enfermedades como la hepatitis, comparada con la del SARS-CoV-2

El Premio Nobel de Medicina, la hepatitis y los virus

El Premio Nobel de Medicina, la hepatitis y los virus

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Cuando me despedí de ella sabía que no la volvería a ver. Tenía varios años de evolución con cirrosis hepática por una hepatitis “no A, no B” que seguramente le pasaron en alguna de las múltiples cirugías que tuvo en su haber. Yo me iba a Boston a realizar el posgrado y ella se quedaba en casa a esperar la inevitable evolución.

Un año y medio después me llamó un día mi madre y me dijo: tu abuelita se puso mala, está en urgencias de Nutrición. Hablé con el residente y me dijo: "tiene un hepatoma doctor, parece que se reventó". Le dije: "Ya no le hagas mucho por favor. Solución intravenosa, mantenla sedada y esperar su muerte. De ninguna manera intenten nada heroico", le supliqué. Al día siguiente mi abuela materna; esa abuelita que es lo máximo en la vida, murió de una enfermedad que entonces no tenía nombre ni causa conocida, ni forma de detectarla y mucho menos de curarla.

A 30 años de distancia esta enfermedad se llama hepatitis C, se puede prevenir, se puede diagnosticar y se puede curar. Hace unos días fue anunciado el Premio Nobel de Medicina y Fisiología 2020 para los doctores Harvey J. Alter, Michael Houghton and Charles M. Rice por sus trabajos en el descubrimiento del virus de la hepatitis C. No podría estar más de acuerdo con la Fundación Nobel por este acierto.

La hepatitis es una inflamación del hígado que puede ser generada por diversos virus. El virus A produce una hepatitis en general benigna ya que es autolimitada (se cura sola) y no evoluciona hacia la cronicidad. Se contagia por los alimentos contaminados con el virus y es endémica en muchos lugares. Con frecuencia da en la infancia y en muchos casos pasa desapercibida, porque no todos los que la padecen se ponen amarillos (ictericia). Si al amable lector le dio hepatitis en la infancia, con seguridad fue por virus A.

La hepatitis B es una enfermedad mucho más seria. El virus que la produce se transmite por fluidos corporales como la sangre y, por lo tanto, también por contacto sexual. Produce una hepatitis aguda que puede ser desde asintomática, hasta un cuadro de insuficiencia hepática grave fulminante que lleva a la muerte. Un porcentaje muy alto de pacientes no eliminan el virus y entonces los lleva a una forma crónica de hepatitis que evoluciona a cirrosis hepática y al desarrollo de hepatoma (cáncer de hígado). El virus que la produce fue descubierto en 1960 por Barush Blomberg, motivo por el que recibió el Premio Noble de Fisiología y Medicina en 1976.

Pero no todos los pacientes con hepatitis tienen la forma A o la forma B. Cuando yo estudié medicina y durante mi residencia, muchos pacientes con hepatitis tenían lo que llamábamos la forma “no A, no B”. Ésta se parece a la B, porque se transmite en forma similar (por sangre o fluidos humanos). Es más frecuente que la B y desafortunadamente pasa desapercibida más a menudo y, por tanto, genera formas crónicas que llevan a la cirrosis hepática y al desarrollo de cáncer. Es una enfermedad que ha sido la responsable de acortar la vida de muchas personas. Según la Organización Mundial de la Salud, mueren cerca de 400 mil personas al año por hepatitis C.

El Premio Nobel de Medicina y Fisiología 2020 será entregado en diciembre a tres investigadores que contribuyeron en forma independiente, con un pedazo de la historia, que hizo posible llamar a esta enfermedad hepatitis C y que abrió la posibilidad a detectar la enfermedad y ahora curarla.

Harvey Alter, en los Estados Unidos, realizó los estudios clínicos en la década los 70 que demostraron que existía una hepatitis por transfusión que no se debía a los conocidos virus A y B, y fue quien la denominó “no A, no B”. En 1989 Michael Houghton, que trabajaba en una empresa privada en California, publicó los resultados de un trabajo muy arduo y complejo de biología molecular que lo llevó a la identificación del virus que produce esta forma de hepatitis, que pasó a llamarse C. Posteriormente, Charles Rice, también de los Estados Unidos, en 1997 logró clonar al virus completo y demostrar, en chimpancés, que el virus por sí solo es la causa de la hepatitis C.

Con la identificación del virus se pudieron generar pruebas útiles para su detección, con lo cual se ha reducido considerablemente la tasa de contagios. Esto permitió también que en la última década se desarrollaran medicamentos contra diversas partes del virus, que hoy en día, administrados en forma correcta, curan la hepatitis C en doce semanas, de tal forma que todo paciente que tenga una forma crónica de la hepatitis C, en particular antes de que llegue al desarrollo de cirrosis hepática o cáncer, puede curarse.

El tratamiento es todavía muy costoso, pero diversos esfuerzos en el mundo y en México se han hecho para tratar de que sea menor. Aunado a esto, existe ya una vacuna contra la hepatitis B. El objetivo que se ha planteado es la eliminación de la hepatitis en el mundo para el año 2030. Los gobiernos saben que, aunque el tratamiento es caro, al final es más barato que lo que cuestan las formas crónicas de hepatitis.

El lector podrá preguntarse, ¿qué tiene que ver todo esto con el COVID, que es el tema de mis editoriales de los lunes? Traigo esta información en el editorial de hoy porque es esperanzadora. Lo hecho por la hepatitis ha llevado muchos años, limitado en parte por los fondos dedicados a eso y el número de investigadores interesados. En el caso de COVID, la velocidad con la que se está avanzando en la investigación de esta enfermedad es mucho más rápida. Tengo la confianza de que en pocos años vamos a estar comentando en una editorial parecida a ésta, sobre el Premio Nobel que se otorgue a quienes hayan sido claves en generar la información que nos permita controlar la pandemia del SARS-CoV-2.

Dr. Gerardo Gamba

Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e

Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM.