Opinión

Escándalo en la Villa de Guadalupe: Fray Servando sube al púlpito

Escándalo en la Villa de Guadalupe: Fray Servando sube al púlpito

Escándalo en la Villa de Guadalupe: Fray Servando sube al púlpito

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En los últimos días de noviembre de 1794 tuvo lugar el encuentro que le cambiaría la existencia al doctor en teología, Fray Servando Teresa de Mier, talentoso habitante del convento de Santo Domingo. Orgulloso de su elocuencia, de sus conocimientos y confiado en que ya había predicado en tres ocasiones acerca del culto guadalupano, con muchos aplausos y elogios, calculaba que su sermón del 12 de diciembre sería pan comido. “Inventé mi asunto”, escribió años después en sus memorias, “y lo estaba probando cuando el padre Mateos, dominico, me dijo que un abogado le había contado cosas tan curiosas de Nuestra Señora de Guadalupe, que toda la tarde le había entretenido”. Picado de curiosidad, Mier quiso saber más. Servicial, el padre Mateos lo llevó a la casa del licenciado Ignacio Borunda.

De ahí, Servando Teresa de Mier saldría alterado, emocionado: “La religión, la gloria de la Patria, de la imagen, del Santuario, me llenaron de entusiasmo, y éste me trastornó…”

¿Pues qué habló Mier con Borunda?

El abogado dijo al teólogo “Yo pienso que la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es del tiempo de la predicación en este reino de Santo Tomás, a quien los indios llamaron Quetzalcóatl”. Justificándose por haberse embarcado en aquel asunto, Mier diría en sus memorias que aquella historia él la conocía desde niño. Incluso, afirma que en 1794 opuso, a las afirmaciones de Borunda, la narración tradicional guadalupana, según la cual, la imagen de la virgen se estampó milagrosamente en la tilma del indio Juan Diego.

“No la contradice mi opinión”, reviró Borunda, fascinando a Servando. “Porque según ella, ya estaba pintada la imagen cuando la Virgen la envió a Zumárraga”.

-“No estaría en la capa de Juan Diego, que entonces no existía”, debatió el teólogo dominico. Lo que escuchó le encantó:

-“Yo creo más bien que está en la capa de Santo Tomás, que la daría a los indios como símbolo de la fe, escrito a su manera, pues es un jeroglífico mexicano, de los que llaman compuestos, que lo cifra y lo contiene”.

Dudó Servando: ¿entonces, la imagen de la Guadalupana no tiene origen divino?

“Los jeroglíficos que yo veo”, respondió Borunda, refiriéndose a los diversos elementos de la imagen, “están ligados a los frasismos más finos del idioma náhuatl, con tal primor y delicadeza, que parece imposible que los indios, en tiempos de Santo Tomás, como después de la Conquista, pudiesen cifrar [plasmar] los artículos de la fe de una manera tan sublime. Aún la conservación de la imagen solo puede ser milagrosa en el transcurso de tantos siglos, y si es que está maltratada, pudo provenir de algún atentado…. los cristianos la esconderían, y la Virgen se la envió al obispo Juan de Zumárraga con Juan Diego, conforme a nuestra tradición…”

A Mier le encantaron las ideas de Borunda. Con sus antecedentes de criollo cuestionador de la autoridad española, que ya le habían causado regaños y amonestaciones, veía cosas importantísimas en la conversación del abogado. Si todo eso era cierto, significaba que el objetivo esencial de la Conquista, consistente en ganar tierras y pueblos para la fe católica, era falso o ilegítimo, y, desde luego, injusto, porque ya los naturales de estas tierras conocían a Dios y adoraban a la Virgen María, en su advocación de Guadalupe. La consecuencia última de toda esta construcción es que la Nueva España nada debía a España, porque la fe cristiana estaba asentada aquí mucho antes de la llegada de Cortés y sus hombres.

Ese era el trasfondo, definitivamente sedicioso a los ojos de las autoridades, del sermón que salió de aquella conversación que sería inolvidable para ambos personajes: a Servando Teresa de Mier lo convirtió en desterrado y proscrito, y a Ignacio Borunda le acarreó numerosos problemas.

EL PECULIAR LICENCIADO BORUNDA

Ignacio Borunda, abogado por la Real y Pontificia Universidad de México, no “tenía los sesos averiados”, y por eso le pareció creíble, aseguró después Fray Servando. Sabemos el año de su nacimiento, 1741, en Querétaro, y bautizado en Guanajuato. No se han encontrado los datos de su título de abogado, pero, cuando las cosas se complicaron, siempre recibió el trato de abogado por parte de la Real Audiencia de México.

Del licenciado Borunda sabemos que en algún momento de su juventud trató al sabio jesuita Francisco Javier Clavijero, y que a lo largo de su vida escribió tres libros, dos de los cuales intentaban descifrar los signos e inscripciones prehispánicas. En uno de ellos, la “Clave General de Jeroglíficos Americanos”, se contenían todas las ideas que le había contado al dominico Mier. Borunda lo había escrito a raíz del descubrimiento de “las dos piedras”, que hoy llamamos Piedra del Sol y Coatlicue, en la Plaza Mayor, nuestro Zócalo.

Servando quiso leer la obra de Borunda, aún no impresa, por falta de dinero. “Si usted quisiere dar noticia al público en su sermón, para excitar la curiosidad, acaso se lograría lo necesario para la impresión”, sugirió el abogado.

“Yo lo haría”, repuso Mier. “Pero sería necesario que hubiese certeza de los fundamentos y ya ve usted que no tengo tiempo de examinar su obra”. Faltaban nueve días para el sermón.

Borunda le aseguró que las pruebas “eran incontrastables”, es decir, incuestionables. Añadió que tenía una opinión favorable de un canónigo y de un ministro de San Agustín. El canónigo le había dicho al abogado que no tenía tiempo de revisar a fondo el trabajo, “pero no me la reprobó”.

Solamente eso le hacía falta a Servando Teresa de Mier para encarrerarse y adoptar las ideas de Borunda. Cuando ya estaba encerrado en su celda de Santo Domingo. Servando pidió leer la obra del abogado, para instrumentar su defensa.

Pero ya era demasiado tarde.

EL FIN DE UN ESCÁNDALO Y EL PRINCIPIO DE UNA LARGA AVENTURA

Desde luego que el sermón que resultó del diálogo entre Mier y Borunda se convirtió en un escándalo de grandes proporciones. Servando admitiría después que buena parte del sermón lo armó a partir de materiales que Borunda le leyó de su obra o “le dictó”.

Borrador en mano, Servando visitó al abogado y a otros amigos suyos, también doctores. Todos coincidieron en que el sermón era ingenioso y que no iba contra la tradición guadalupana.

“Si hubiera tenido dos días más, no hubiera predicado el mismo sermón”, reflexionó el dominico, muchos años después. Pero las prisas, las canijas prisas, las malditas prisas… Servando se arrojó al agua.

Aparentemente, quienes escucharon el sermón, que no fuesen autoridades, recibieron muy bien el asunto. Mier cuenta que fue a recorrer algunas casas, haciendo visita, intentando diagnosticar la recepción a su sermón, y nada escuchó de extraño, y nadie le reclamó. Ese 12 de diciembre era viernes.

Pero, para el domingo, ya había orden en todos los templos de la ciudad de México, de que se predicase contra Servando Teresa de Mier, doctor en Teología, por haber negado la tradición de la virgen de Guadalupe. Los numerosos ataques, simultáneos, reventaron el escándalo.

A Servando, ese día le pidieron su sermón y entregó su borrador. Le notificaron que tenia prohibido volver a predicar. El asunto ya era de conocimiento público, y se afirma que llovieron los insultos sobre el dominico. Aunque protestó que jamás había pretendido negar la tradición guadalupana, no le hicieron caso. La culpa era del Arzobispo Núñez de Haro que “deseaba perder” al dominico, aunque era conocida su posición antiaparicionista.

El sermón fue sometido a riguroso análisis, y se confirmó el dictamen: Mier había hecho declaraciones falsas e impías, aunque se reconocía la influencia del abogado Borunda, de quien no volvió a saberse mucho, sino que el asunto le acarreó dificultades y pobreza.

¿Y Servando Teresa de Mier? Calificado como “ligero en hablar”. Y con sentimientos “opuestos a los derechos del rey”, fue condenado al destierro a España. Ahí cambió su vida: se volvió un convencido partidario de la independencia de la Nueva España, erró veinte años por Europa, escapándose de las varias cárceles donde lo metieron, y regresó a su patria hasta 1817, en la expedición de Xavier Mina, donde lo pescó la Inquisición, que a la hora de la hora no lo procesó, y lo dejó libre para incorporarse a la vida del México recién independizado.