Opinión

¿Fin del populismo? Para nada

¿Fin del populismo? Para nada

¿Fin del populismo? Para nada

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Los resultados de las elecciones en Estados Unidos han dado un claro ganador: el demócrata Joe Biden. Pero al mismo tiempo han mostrado que el presidente Trump tenía más fuerza electoral de la que muchos suponían. Y ese es un tema sobre el que vale la pena reflexionar.

Más de 70 millones de ciudadanos estadunidenses votaron para presidente por un hombre que miente cada vez que habla, que se siente por encima de la ley, que hace alarde de su machismo, que es racista, carece de empatía humana y que ha hecho de todo para minar a la democracia y las instituciones en su país. Lo hicieron en medio de la segunda ola de una pandemia mal manejada por su gobierno, y con una economía que todavía no se recupera del golpe de la primera ola, que costó millones de empleos.

En otras palabras, a pesar de que todos los elementos de coyuntura estaban a favor de una victoria muy holgada de Biden, Trump obtuvo una cantidad nada despreciable de votos.

Efectivamente, la democracia tradicional puso un alto en Estados Unidos a la ola populista que lleva varios años en boga. Las elecciones cuentan, y sirven para sacar del poder a los aspirantes a autócratas. Pero lo hizo con dificultades.

Y lo hizo a pesar de que, dentro de esa cuadrilla de gobernantes, Trump es de los más ineptos. Podemos compararlo con el turco Erdogan, el húngaro Orban o el indio Modi y resulta mucho menos eficiente. No digamos frente al mero-mero, Vladimir Putin. Todos ellos se han reelegido. No ganó las guerras comerciales que abrió, no construyó más que un cachito de muro, se dedicó a combinar la política con negocios personales, cometió múltiples errores por su propensión a Twitter y, sobre todo, fue incapaz de mostrarse como líder nacional cuando llegó la pandemia (ni siquiera para mal).

Una de las características de los populismos modernos es la de fomentar la división y la polarización social. Era típico de Trump hablar de los estados “rojos”, republicanos, donde las cosas funcionaban contra los estados “azules”, demócratas, donde todo era caos. Se cebaba contra las ciudades. Dividir entre los nativos y los inmigrantes; entre la mayoría blanca y las minorías étnicas y culturales. Unos, la versión trumpista del “pueblo bueno”, eran merecedores del asistencialismo gubernamental (como los granjeros blancos y republicanos); otros, la escoria liberal, no merecían esos apoyos (como los habitantes de barrios negros, demócratas).

En el resultado electoral de este noviembre, vemos que se incrementó la división entre voto urbano-suburbano y voto rural-semirrural, que aumentó la brecha entre el voto de personas sin estudios universitarios y quienes sí los tienen, y que se hizo más grueso el muro que separa a los votantes de acuerdo con la religión que profesan.

Para decirlo en breve: la política de polarización funcionó, y si Trump se quedó con la mitad más chica, para efectos del sistema electoral estadunidense (nunca ha tenido a la mayoría) fue por sus características personales, sus balandronadas, su desprecio por los veteranos de guerra, su frivolidad, su falta de control.

Mal haríamos, pues, en suponer, automáticamente, que esto indica el principio del fin del populismo y que basta con una oposición unida alrededor de un candidato moderado para que eso suceda.

En Estados Unidos, Joe Biden parece haberlo entendido. Su estrategia de parecerse lo menos posible a Trump pasa, en primer lugar, por rehusarse a profundizar la polarización y, en segundo, por comportarse, a diferencia de Trump, como un hombre institucional. De ahí su apuesta por “curar” a Estados Unidos, por restañarle las heridas causadas por la polarización.

De hecho, podemos pensar que en los próximos años veremos en EU un estira y afloja entre quienes apuestan por continuar la polarización y quienes creen que lo contrario es lo conveniente. Sucede que los segundos serán vistos como parte del odiado establishment de parte de quienes han asumido como propia la polarización de estos cuatro años. Por eso, la clave estará en el éxito de las políticas de Biden en materia económica, social y sanitaria. Sin él, podemos encontrarnos con el regreso de un trumpismo sin Trump, con otra figura menos chocante e inepta, pero igualmente nativista y nacionalista, con la misma propensión a la autocracia y a la erosión de las instituciones democráticas.

Era irremediable ver en las elecciones estadunidenses una suerte de espejo con lo que sucede en México, a pesar de las muchas diferencias entre ambos países. Y los bandos no se decantaron principalmente por el eje tradicional de izquierda-derecha, sino por el del popular-nacionalismo contra el globalismo democrático.

Quien más se ocupó por hacer que esa fuera la división percibida en México fue el propio presidente López Obrador, quien -a diferencia de varios de sus seguidores- no tiene empacho en señalar que tiene algunos paralelismos con Trump. De entrada, como le escribió AMLO a su homólogo estadunidense en 2018, porque “conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro, y desplazar al establishment o régimen predominante”.

Estos paralelismos se hicieron más notorios, al menos en la visión del presidente mexicano, con la reciente elección en EU. AMLO está viendo en Trump el reflejo de sí mismo en la elección de 2006 porque, en efecto, resultó ser muy similar, tanto en cómo fluyeron los datos como en la reacción del candidato derrotado.

Por ese trauma personal no sólo se negó a felicitar a Biden como ganador, lo que quizá podía tener alguna justificación estratégica, sino que deslizó que su colega republicano es víctima de un fraude. Para completar esa identificación, en una de sus acostumbradas andanadas contra la prensa, López Obrador afirma que Trump fue objeto de censura.

Una característica de los gobiernos de Estados Unidos es que no tienen amigos, sino intereses. Tal vez por eso el efecto más duradero del desplante de López Obrador sea la fractura entre el gobierno mexicano y los legisladores progresistas mexico-americanos… siempre y cuando la posición de AMLO sobre las elecciones no sea el primer paso para reposicionar a Estados Unidos, ahora bajo Biden, en el papel de villano imperialista.

En cualquier caso, si se van a querer sacar lecciones para México de lo que pasó al norte de la frontera, tendrán que colocarse todos los ingredientes, empezando por los de la coyuntura económica y sanitaria, y no irse en el blanco y negro del ganador y el derrotado.

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