Opinión

Houston, tenemos un problema

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Houston, tenemos un problema

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Nunca en cuarenta años de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y China ninguno de los líderes de ambas superpotencias se había atrevido a semejante provocación, como hizo ayer el presidente Donald Trump, tras ordenar el cierre en 72 horas del consulado chino en Houston. Y no podía haber escogido el mandatario republicano un lugar más simbólico que Houston, donde Richard Nixon y el líder de la China comunista, Deng Xiaoping, firmaron relaciones diplomáticas el 29 de enero de 1979.

Siete años antes, en 1972, Nixon había llegado a la conclusión de que no podía competir a la vez contra las dos potencias comunistas -la URSS y la República Popular China- y decidió que lo más sensato era tender la mano al gigante asiático. A su vez, Mao Zedong ya había enviado señales de que su enemigo no era el imperio de Occidente, sino los de siempre: los japoneses y los rusos, por mucho que estos últimos hubiese abrazado la hoz y el martillo. De hecho, Deng, sucesor de Mao, no le hizo asco al capitalismo cuando declaró aquello de “no importa que el gato sea negro o blanco, lo que importa es que cace ratones”.

La dimisión de Nixon opacó uno de los mayores logros de la diplomacia estadunidense: el “entente cordiale” entre la nación más poderosa y la que aspiraba a serlo, aunque fuese para tapar sus crímenes mutuos, como el vergonzoso silencio de Washington ante la matanza de Tiananmén, en 1989, o el de Pekín ante el bombardeo por error de su embajada en Belgrado, durante la campaña bélica que ordenó Bill Clinton contra Serbia en 1999. Sin embargo, todo empezó a torcerse cuando el famoso “gato de Deng” empezó a cazar más de la cuenta, al punto de que la fórmula china capitalismo “bajo control del Estado” ya es una amenaza real para la hegemonía mundial de EU.

Barack Obama ya fue alertado de que el déficit comercial de EU con China era insostenible, pero, dos no pelean cuando uno no quiere y apostó por el entendimiento con Xi Jinping. Trump, por el contrario, sí quiso pelear y pareció ganar la batalla cuando forzó a los chinos a apreciar su moneda y frenar su abultado superávit comercial. Pero su megalomanía y su miedo a perder la reelección le llevó a provocar más y más, hasta cruzar la línea roja: el cierre del consulado en Houston, alegando que hackers chinos intentan robar datos sobre la vacuna de EU contra el coronavirus e intentan interferir en las elecciones de noviembre. Pura hipocresía: por esta misma lógica, Trump debería haber cerrado ya todos los consulados rusos, pero Putin sabe demasiadas cosas que el republicano no puede permitirse que salgan a la luz.

Falta por ver la reacción de Xi ante la última provocación de Trump. Si fuera inteligente, se limitaría a una respuesta recíproca -por ejemplo, cerrar el consulado de EU en Wuhan- y esperaría a que Joe Biden gane las elecciones y reconduzca las relaciones. Lo último que el mundo necesita, en plena pandemia y recesión, es que China contraataque y fuerce al demócrata a sumarse a una ola patriota antichina que podría acabar perjudicándole en las urnas.

Este es el escenario con el que un desesperado Trump sueña. Ojalá Xi no caiga en la trampa.

fransink@outlook.com