Opinión

La felicidad en los tiempos de la pandemia

La felicidad en los tiempos de la pandemia

La felicidad en los tiempos de la pandemia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Finjamos que soy feliz,

triste pensamiento, un rato;

quizá prodréis persuadirme,

aunque yo sé lo contrario,

que pues sólo en la aprehensión

dicen que estriban los daños,

si os imagináis dichoso

no seréis tan desdichado.

Sor Juana Inés de la Cruz

Escribir sobre la felicidad en estos momentos de horror parecería, además de una provocación, una actitud grosera, egoísta y frívola; pues millones de familias en el mundo esperan de los demás manifestaciones de solidaridad y comprensión, mientras el tiempo avance y pueda devolver la paz a quienes perdieron familiares, amigos o algún compañero de viaje, en esta difícil prueba que la pandemia nos depara.

Sin embargo, los periodos de confusión suscitan los temas que han preocupado a la humanidad a lo largo de la historia, porque forman parte de su devenir, del imaginario colectivo, están insertos en las prácticas cotidianas y en las manifestaciones culturales que nos constituyen; es el caso de la felicidad, cuya vivencia y elaboración mental son propias del hombre; porque a diferencia de los animales, el ser humano posee un espíritu y manifiesta sus emociones, alegrías y tristezas, no solo con expresiones corporales, sino a través del logos. Por eso, sentirse feliz es un estado de conciencia.

Los seres humanos, en principio, desean alejarse del dolor, buscar el placer y los bienes materiales que la vida ofrece, para ser aceptados y reconocidos socialmente; pero no podrá haber felicidad que perdure si se consigue a costa de los demás; causando daño a los semejantes o transgrediendo los valores morales de la colectividad en la que se vive; pues la felicidad debe sustentarse en los principios éticos y, en este sentido, su concepción y su práctica es propia de cada periodo histórico.

Para Sócrates, la felicidad duradera procede de la virtud, el conocimiento y, en consecuencia, no puede basarse en el engaño o el dolor de los demás; Aristóteles observa que la felicidad humana en una construcción personal, basada en nuestra ubicación en el justo medio de las virtudes, como son coraje (o carácter), templanza, generosidad, paciencia, justicia, verdad (honestidad), entre otras.

Más tarde, aparecen dos doctrinas con perspectivas opuestas sobre la felicidad: el estoicismo, iniciado por Zenón de Citio, propone el dominio de las pasiones, los deseos y el rechazo a los bienes materiales, como base para llevar una vida sin sobresaltos, apegada al bien; y por la otra parte, aparece Epicuro de Samos, quien vinculó el placer y la satisfacción de las necesidades del cuerpo a la felicidad, para alcanzar una especie de hedonismo, sin caer en el desenfreno, propio de los libertinos.

Platón, en cambio, considera que el extremo de la dicha se alcanza cuando el alma de los seres humanos contempla las manifestaciones divinas y esta idea tendrá consecuencias grandiosas entre los poetas místicos de los siglos venideros, cuya prédica sustancial consiste en apurar la muerte, para que el alma se libere del cuerpo y se una a Dios, como escribe San Juan de la Cruz: “¡Oh noche, que guiaste!/ ¡Oh noche amable más que la alborada!/ ¡Oh noche que juntaste/ amado con amada,/ amada en el amado transformada!”

Así, situado en la puerta de entrada a la Edad Media, San Agustín retoma el idealismo de Platón, y sus lejanos discípulos Plotino y Porfirio, para subrayar que Dios es la fuente de nuestra felicidad, y todos los caminos del buen cristiano lo llevan a él; se establece entonces la dualidad entre la dicha terrena y la divina, pues, como escribió Santa Tersa: “Aquella vida de arriba/ que es la vida verdadera/… no se goza estando viva”. Por último, Tomás de Aquino sintetizará la idea, aduciendo que en el mundo estamos condenados a vivir una felicidad imperfecta, ya que la satisfacción por excelencia, solo se logrará en la unión de Dios con su criatura, que es la máxima fortuna del alma humana.

Los estudios posteriores sobre la eudaimonía (felicidad) también ubican el tema en el ámbito de la ética, y se ha pretendido establecer una práctica que permita a los seres humanos alcanzar el bienestar por sus propios medios; es el caso de El arte de ser feliz, de Arthur Schopenhauer o La conquista de la Felicidad de Bertrand Russell; ambas obras abundan en ejemplos y orientaciones desde la esfera del conocimiento, como base de la conciencia.

Pero en forma contigua a las reflexiones filosóficas sobre la felicidad, observamos que la poesía siempre se ha ocupado del asunto, vinculándolo a la cuestión de la brevedad de la existencia humana. Los poetas latinos fueron conscientes de que el hombre debe recordar, a cada instante, que morirá (Momento mori), pues el tiempo se escapa sin que nos demos cuenta (Tempus fugit) y, en consecuencia, solo nos queda vivir el presente y atrapar el día (Carpe Diem).

Horacio y Virgilio fueron redescubiertos por los poetas italianos del renacimiento, como Dante Alighieri, Francisco Petrarca y Bernardo Tasso, quienes influyeron a los castellanos Juan Boscán y Garcilaso de la Vega, no sólo en la réplica de las formas métricas sino en los tópicos que delatan la inestabilidad del mundo debido a las guerras, las enfermedades o las penurias económicas. Entonces, frente a los fenómenos sociales que escapan al dominio de las personas, sólo queda la opción individual para disfrutar el aquí y el ahora del instante poético.El siguiente soneto de Garcilaso recrea el tópico del Carpe Diem y resume, magistralmente, el tema que nos ocupa: “En tanto que de rosa y azucena/ se muestra la color en vuestro gesto,/ y que vuestro mirar ardiente, honesto,/ enciende al corazón y lo refrena;/ y en tanto que el cabello, que en la vena/ del oro se escogió, con vuelo presto,/ por el hermoso cuello blanco, enhiesto,/ el viento mueve, esparce y desordena;/ coged de vuestra alegre primavera/ el dulce fruto, antes que el tiempo airado/ cubra de nieve la hermosa cumbre./ Marchitará la rosa el viento helado,/todo lo mudará la edad ligera,/ por no hacer mudanza en su costumbre.”

* Poeta y académico
benjamin_barajass@yahoo.com