Opinión

La llama triple: amor, pasión y vida

La llama triple: amor, pasión y vida

La llama triple: amor, pasión y vida

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Amar es combatir, si dos se besan

el mundo cambia, encarnan los deseos,

el pensamiento encarna, brotan alas

en las espaldas del esclavo, el mundo

es real y tangible, el vino es vino,

el pan vuelve a saber, el agua es agua,

amar es combatir, es abrir puertas,

dejar de ser fantasma con un número

a perpetua cadena condenado […]

Octavio Paz

Alfred North Whitehead dijo alguna vez que “Toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica”, con el propósito de subrayar, tal vez, que los temas fundamentales que la humanidad ha querido conocer durante milenios, se hayan presentes en las reflexiones de este pensador ateniense.

Entonces, no podrá ser extraño para nadie que el amor haya ocupado muchas páginas de sus diálogos como fueron La República, Las Leyes, Fedro y, sobre todo, El Banquete; donde establece una de sus hipótesis más nobles de este viejo sentimiento, a partir del mito del andrógino, que se convierte, además, en una hermosa pieza literaria.

Antes, relata Platón, había una clase especial de seres humanos que poseían las potencias masculinas y femeninas; incluidas cuatro piernas, cuatro brazos y una cabeza con dos rostros; se trataba de los andróginos, que destacaban por su inteligencia y fuerza, capaces de desafiar a los mismos dioses, y justo en una ocasión fueron amenazados, por lo cual Zeus decidió dividirlos en dos: de un lado quedaron los varones y del otro las mujeres. Desde entonces, cada una de las partes llora por su unidad perdida; lo cual será el motivo más recurrente de las tribulaciones amorosas.

En la tradición judeocristiana se aprecia un mito similar, en el libro del Génesis: Adán es inquilino del paraíso y encarna la dualidad femenina y masculina, sin embargo, pareciera decirnos el relato bíblico, que este personaje dormía y se aburría porque vivía fuera de la conciencia; entonces Dios, como el primer cirujano del universo, lo hace dormir profundamente, le extrae una costilla y crea a la mujer, Eva, quien es carne de su carne y se convierte en su compañera de pecado y de aventuras.

Basado principalmente en estas dos historias, el psicólogo Erich Fromm, en el Arte de amar, hace un estudio muy detallado de la expresión amorosa como un fenómeno profundamente humano, el cual parte de la autoconciencia de la separatidad; y para explicarlo recurre al aspecto fisiológico de la concepción, nacimiento y desarrollo del individuo vinculado a su progenitora; pues en el vientre vive en unidad con la madre y también en los primeros días y meses de nacido, pero gradualmente padece la separación, sufre el desarraigo y aflora en él la angustia, el deseo frustrado del retorno al origen; lo cual solo se puede compensar mediante una estrategia de traslado hacia otra persona, que fungirá como un nuevo objeto moroso, el cual podría ser la novia o el novio, o las diversas variantes sentimentales, según las costumbres de la época.

Erich Fromm después se ocupa de la morfología del amor, en virtud de sus diversas maneras de entenderse y, sobre todo, de vivirse. Reconoce el amor maternal; el fraternal de los compañeros y amigos; el amor a sí mimo, siempre y cuando trascienda el narcisismo y se ubique en la esfera de la solidaridad social cristiana: “ama a tu prójimo como a ti mismo”; el amor a Dios, de profunda raíz religiosa y, finalmente, el amor erótico, que deriva de la atracción sexual, su consumación y los lazos afectivos que con esta unión se consolidan.

Para Fromm, el arte de amar no supone una actitud pasiva de quien desea ser amado, por el contrario, el amor se construye mediante una práctica a la manera de quien se vuelve maestro de un determinado oficio, pues supone constancia, paciencia, repetición —esperemos que sin monotonía— y esmero. Esta idea ha sido muy fructífera a lo largo de la historia, especialmente en los ámbitos religioso, literario y entre los embusteros y libertinos.

Así, los poetas místicos católicos, conscientes de la separatidad que los aleja de Dios, construyen una vía, a la manera de las rutinas gimnásticas de hoy en día, para consumar el dilatado sueño de su vinculación a Dios; en su empeño atraviesan las escalas purgativa, iluminativa y unitiva, hasta lograr que la Amada (Alma) y el Amado (Dios) se fundan en un solo ser, como se expresa en el Cantar de los cantares bíblico y el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz.

Desde la perspectiva del amor terrenal, en la antigua Roma, el poeta Ovidio escribe su Arte de amar, para instruir, entre otros, a los jóvenes de la milicia en las técnicas amatorias; dicho manual tendrá gran impacto en la Edad Media, en obras como el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita, que condensa toda una serie de costumbres y argucias de las trotaconventos, y demás fieles de Afrodita, para consumar el placer amoroso.

Pero junto al ejercicio sexual libre (o libertino), aparece la concepción de un amor más refinado y poético en la región de la Provenza francesa, en el siglo XI, conocido como amor cortés, que destaca por su idealismo, dificultad para lograr los amores de la amada y, sobre todo, por encumbrar a la dama a la categoría de dueña y señora, mientras que su poeta adorador se convierte en vasallo. La prédica del amor cortés ha irrigado la imaginación de los hombres y mujeres en occidente, a lo largo de ochocientos años y forma parte de nuestra tradición sentimental más profunda.

El sentimiento amoroso es inagotable en todas sus formas, sin embargo, en cualquiera de ellas pretende re-ligar al ser humano con su más íntimo origen; el amor es una fuerza espiritual que lo sitúa antes de la creación y de su caída en el río de la muerte. El amor es el único testimonio de su paso por el mundo, es el fuego de la pasión que lo reintegra al paraíso.

* Poeta y académicobenjamin_barajass@yahoo.com