Opinión

La moral del hombre público

La moral del hombre público

La moral del hombre público

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Todo hombre público vive escindido entre su conciencia y sus intereses. En el caso de nuestro presidente, Andrés Manuel López Obrador, es obvia la lucha que se desarrolla en su interior entre la moral y la política.

La moral y la política son fuerzas que actúan en direcciones opuestas. La moral es un asunto personal, interno, de conciencia; la política, en cambio, tiene que ver con cosas externas: conquista de voluntades movilización de masas, ordenamiento de sociedades.

Nuestro presidente se define ante el público como un hombre honesto, pero la honestidad no se agota en el ascetismo de una vida. La honestidad es un valor que plasma como un rasgo de carácter: la persona honesta, si lo es, debe serlo en todas las expresiones de su conducta.

La honestidad significa que se es un hombre probo, recto, noble, cuya conducta se explica no por intereses, sino por la búsqueda continua de congruencia entre sus actos (y palabras) y su vida interior. Un hombre honesto es un hombre que actúa de buena fe ante cualquier situación.

En política la buena fe se derrumba cuando el hombre de estado se deja llevar por intereses personales mezquinos, menores y se pierde de vista la responsabilidad ante la sociedad. La honestidad de nuestro presidente se pone en entredicho cuando pierde la mesura y hace juicios que nada tienen que ver con la rectitud, la probidad, la nobleza y la buena fe que se esperarían de un hombre honesto.

En algunas ocasiones observamos que el presidente se muestra enojado, hasta colérico, al dirigirse a quienes no comparten sus puntos de vista, como si éstos fueran verdaderos enemigos y no compatriotas. Otras veces se refiere a sus oponentes con ironía y con gestos de burla, como si pusiera un pie sobre el cuello del enemigo que yace vencido.

Esas actitudes del presidente sorprenden porque él mismo insiste en decir que su gobierno tiene un contenido moral e, incluso, llegó a calificarlo de humanista. Lo real, sin embargo, es que la política moderna, como decía Max Weber, tiene su propia racionalidad, una racionalidad instrumental, que obedece a una lógica propia y carece de connotaciones morales.

Eso no significa que la política no se valga, cada vez que puede, del discurso moral. La moral se convierte a veces en la piel de oveja con la que se disfrazan los lobos de la política.

Pero la contradicción principal que enfrenta nuestro presidente en mi opinión es, por un lado, su obligación política y ética de servir a todos los mexicanos --y buscar la salud de la nación-- y, por otro, su afán vehemente, constante, de fomentar la polarización y la división entre los mexicanos. Este es, si acaso, el vicio capital en que incurre el presidente Andrés Manuel López Obrador.

En segundo lugar, tendríamos que señalar su obsesión partidaria: su insistencia en actuar para ganar simpatías y acarrear votos a su causa, aun cuando, lo haga sacrificando intereses nacionales o colectivos. Una inmoralidad mayor comete cuando, en víspera de elecciones, utiliza recursos rudimentarios –como desplazarse por todo el país y mantener en constante actividad a los sectores populares—para mantener viva la antorcha de su partido. En fin, mezclar la moral con la política conduce fatalmente a la incongruencia.