Opinión

La poesía como visión del mundo

La poesía como visión del mundo

La poesía como visión del mundo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El poeta es un fingidor.

Finge tan completamente

que hasta finge que es dolor

el dolor que en verdad siente.

Y quienes leen lo que escribe,

en el dolor leído sienten

no los dos que el poeta vive

sino aquél que no tienen.

Y así va por su camino,

distrayendo a la razón,

ese tren de juguete

que se llama corazón.

Fernando Pessoa

La interacción y el conocimiento del entorno social y natural, a partir de que el hombre y la mujer tuvieron conciencia de su “ser en el mundo”, han sido objeto de diversas aproximaciones, desde las percepciones arcaicas y animistas hasta las más elaboradas; como es la síntesis del cosmos mediante fórmulas matemáticas, que parecieran dejar fuera la vida y el espíritu humano, sin la cual los tratados, científicos o filosóficos, carecerían de sentido.

Las religiones antiguas suelen situar el origen del mundo en una etapa de confusión y caos, cuyo orden temporal y espacial corresponde a los dioses, quienes separan la luz de la oscuridad, la noche del día, las aguas de la tierra y establecen un orden con apego a la justicia y a sus caprichos. Estas deidades fueron imaginadas a semejanza de las criaturas implorantes de una “razón” para existir, puesto que habían descubierto, a diferencia de los animales —sus compañeros de viaje— que la muerte existe, es una realidad cotidiana que los llena de pavor y ensombrece la alegría de vivir.

Pensar en una vida después de la muerte convirtió a los humanos en “seres mentales”, cuya polaridad oscila en un escenario presente y otro metafísico; en un más allá que puede ser el reino de lo eterno, donde se clausura el tiempo y el río de las sombras se detiene, o se convierte en un lago inmóvil, cristalino, como el ojo o la mirada de un dios protector del rebaño inmortal.

Para establecer puentes de diálogo entre los dos mundos surgieron los chamanes, magos, adivinos, sacerdotes, en fin, toda una casta teocrática que debería, merced a sus dotes y capacidades histriónicas, acercar el aroma, las palabras, los estados de ánimo y designios de los dioses; incluso, por momentos, interpretaban y cantaban su cólera, para lección y arrepentimiento de la grey, que de por sí vivía en permanente azoro.

Pero este tipo de consuelo con el tiempo no satisfizo a todos, pues muchos de los intermediarios divinos se convirtieron en charlatanes y el reino de las sombras tampoco se disipaba. Surge entonces la filosofía en la Grecia antigua y Sócrates la práctica en un sentido primordial. Este nuevo discurso es un arte que ayuda a los iniciados al bien morir; enseña a no temer la muerte para disfrutar la vida y con su ejemplo, Sócrates, asume el sacrificio, como Cristo, para certificar su credo.

Pero la filosofía, la religión y la ciencia, a pesar de que son lámparas poderosas, no bastan para iluminar la magnitud del universo; pues siempre han requerido de un conjunto de iniciados, capaces de acercarse a sus hogueras, y calderos, para gozar de su fuego e iluminar los espacios vacíos de sus moradas. El sacerdocio científico, que cobra fuerza en el Renacimiento y cuya cumbre es la sistematización del método para interrogar a la naturaleza, es deudor de las teorías del conocimiento empiristas, que separan al objeto (cosa) del sujeto (persona) para lograr la objetividad y desterrar la emoción, los sentimientos, la inmanencia del mundo.

No obstante, la cuarta criatura, que merodeaba entre las patas de los dinosaurios de la filosofía, la ciencia y la religión fue el poeta. Su presencia era necesaria pero estorbosa. Sócrates y Platón lo consideraban un personaje divino, alado y ligero, siempre en transe y propenso a la locura. Aristóteles, en cambio, vio en el poeta un ser intermedio entre el filósofo y el historiador. Sin embargo, esta idea fue retomada hasta los siglos VXIII y XIX, cuando se repiensa su figura, gracias al advenimiento del romanticismo alemán y a las ciencias del espíritu de Wilhelm Dilthey.

Así, Johann Herder establece que el lenguaje está impregnado de emociones que se transfiguran en todos los discursos, ya sean religiosos, filosóficos o científicos, y creadores como Schlegel, Schiller, Heine y Goethe asumen que si el poeta trabaja con el lenguaje también su obra es susceptible de portar información, ideas y conocimientos, no solo emociones, como se había pretendido hasta el momento.

En el siglo XIX, Dilthey considera que el punto de partida de toda acción mental es la vivencia de los seres humanos en esta realidad corporal; y en la construcción del sentido de la existencia participan todos los individuos, para lograr una cosmovisión incluyente. Para Dilthey, el conocimiento mediante la razón (filosofía, ciencia) nos lleva a la descripción de la naturaleza, mientras que el saber sensible, por la vía de la emoción y el sentimiento (Arte), nos conduce a su recreación, comprensión e interpretación. En consecuencia, si unimos ambas polaridades obtenemos una visión del mundo integral (Weltanschauung).

De esta manera, las visiones del mundo del poeta, el científico, el filósofo o el profeta son complementarias, porque todas ellas parten de la vivencia; transcurren en un tiempo y espacio comunes, y son comunicadas por un lenguaje compartido socialmente. Entonces, el poeta puede ocuparse de todos los temas, con la misma hondura, pero llega a sus conclusiones por el camino de la emoción.

Por ejemplo, este poema de Quevedo es un tratado inigualable del amor más allá de la muerte: “Cerrar podrá mis ojos la postrera/ sombra que me llevare el blanco día,/ y podrá desatar esta alma mía/ hora a su afán ansioso lisonjera:// mas no, de esotra parte, en la ribera,/ dejará la memoria, en donde ardía:/ nadar sabe mi llama la agua fría,/ y perder el respeto a ley severa.// Alma a quien todo un dios prisión ha sido,/ venas que humor a tanto fuego han dado,/ medulas que han gloriosamente ardido,// su cuerpo dejará, no su cuidado;/ serán ceniza, mas tendrá sentido;/ polvo serán, mas polvo enamorado”,

* Poeta y académico
benjamin_barajass@yahoo.com
Mujeres en la ventana, de Bartolomé Esteban Murillo.