Opinión

La política del odio

La política del odio

La política del odio

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Podríamos decir --y sería correcto-- que el presidente incurre a diario en transgresiones morales que, en otro momento, dice condenar. Eso es verdad, pero no es lo central; lo central es su agresividad verbal. La política de odio que despliega cotidianamente es la acción que le genera mayores dividendos políticos.

El odio vende. El discurso de odio contra las élites del poder es una mercancía con gran demanda en una sociedad resentida, que durante siglos ha sufrido pobreza, humillaciones, agravios, discriminación, maltratos, ignorancia y desprecios sin fin.

Explotar las emociones negativas es la clave principal del éxito de AMLO. Ese recurso lo aprendió en sus numerosos encuentros con las comunidades más pobres de México y, desde luego, en su cercanía son la izquierda radical, lo utilizó admirablemente en sus campañas políticas anteriores, y le ayudó decisivamente para lograr su insólito triunfo de 2018.

La estrategia del odio se completó con la maniobra de personalizar el Mal en los “gobiernos neoliberales”, o “gobiernos conservadores”. Esto fue otro acierto. Es bien conocido el hecho de que en nuestro país la gente suele victimizarse y señalar como culpables inmediatos de su desgracia a los gobiernos.

No hay matices, su retórica es contundente, ataca, en general, a los “gobiernos neoliberales”. Uno quisiera que el presidente hablara con sinceridad e introdujera gradaciones en sus juicios, por ejemplo, que nos dijera: “los neoliberales son los políticos que defienden la teoría del mercado como regulador de la vida social, pero no todos los políticos anteriores a este gobierno fueron neoliberales”.

Los conocedores saben, desde luego, que sólo un grupo limitado de funcionarios –yo diría, incluso, pequeño—sostuvieron las teorías neoliberales y que su política jamás se aplicó a rajatabla en todas las esferas del sector público. Tampoco es justo que el presidente afirme que todos los funcionarios del Estado mexicano en las tres décadas anteriores fueron corruptos.

Claro que no. México no se reinventó cuando el neoliberal Miguel de la Madrid llegó a la presidencia. La herencia del orden presidencialista, corporativo y populista del viejo régimen revolucionario prevaleció en numerosas áreas de la vida social (la política, la salud y educación) que sólo fueron tocadas de soslayo por el neoliberalismo. Entonces, decimos nosotros –los críticos de AMLO-- que, para ser justo, el presidente no debería generalizar.

Pero en generalizar y no introducir matices reside, precisamente, la fuerza de la retórica populista. Los malos de la política, los corruptos, seguirán siendo “los neoliberales” o “los conservadores”. Se trata de un fantasma creado o inventado por AMLO. Un fantasma que, no obstante, tiene un enorme atractivo entre la gente, es una retórica de gran eficacia entre un público sufriente, maltratado, humillado, que lo único que pide es revancha.

El odio es lo contrario del amor. El amor no tiene el atractivo del odio. Pero AMLO nos hace condenar a “los neoliberales” pero nos invita al mismo tiempo a fundar una República del Amor y hace alusiones al Pueblo Bondadoso y Bueno. Esta dialéctica discursiva, puede parecer esquizofrénica, pero no lo es. Al contrario, es la conducta que ilustra con mayor claridad la astucia política del presidente.