Opinión

La vida como experiencia artística

La vida como experiencia artística

La vida como experiencia artística

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El aire se serena

y viste de hermosura y luz no usada,

Salinas, cuando suena

la música estremada,

por vuestra sabia mano gobernada.

[…]

¡Oh, desmayo dichoso!

¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh,

dulce olvido!

¡Durase en tu reposo,

sin ser restituido

jamás a aqueste bajo y vil sentido!

Fray Luis de León

La secularización del mundo europeo inició en el Renacentista y alcanzó su momento estelar en el siglo XVIII, gracias al movimiento ilustrado que sintetiza el auge del racionalismo, el avance de la ciencia, el redescubrimiento de las culturas clásicas griega y romana, así como la revaloración del hombre y la mujer como centro del universo, ocupando el lugar que antes correspondía a Dios, y a su empresa trasnacional, la iglesia católica.

Vencida la teología, surge el protestantismo de Martín Lutero y Juan Calvino, —incluida la ruptura de Enrique VIII con la curia romana, que da origen a la Iglesia Anglicana en Inglaterra—, con lo cual se abre el paso a la libre interpretación bíblica, se prescinde de los intermediarios, o voceros de la divinidad, y la práctica religiosa desciende al mundo privado de los creyentes.

Sin embargo, a pesar de que se multiplican las ofertas religiosas, continúan los sentimientos de insatisfacción, duda y cuestionamiento, especialmente entre los individuos con síntomas ateístas, sobre el fundamento de la existencia de Dios y el sentido de su justicia; ya que la gente sigue padeciendo, sin la intervención de la divinidad, las calamidades pasadas y presentes, como la peste negra que, en el siglo XIV, causó la muerte de 25 millones de europeos.

La filosofía, como sabemos, se había servido de Dios para explicar la existencia del hombre, su devenir, muerte y tránsito al otro mundo, aunque fuera el hades. Este esquema fue adoptado por el cristianismo y funcionó durante mil años, como lo prueba Dante Alighieri en la la Divina comedia, en el declive de la Edad Media. Pero al finalizar este periodo, aumenta la sensación de desamparo y surge entonces la Teodicea, o justicia divina, que es una rama de la filosofía inaugurada por Gottfried Leibniz, en el siglo XVII, cuyo propósito era justificar la omnipotencia y bondad de Dios.

Pero este esfuerzo no logró convencer a muchos integrantes del gremio filosófico y tampoco alentó a los librepensadores, por lo cual crece el pesimismo entre los siglos XVII y XIX, debido a la influencia del romanticismo —que ya no evoca al dios judeocristiano sino a los dioses—, cuya nostalgia por la naturaleza aconseja la evasión y la muerte; y por otro lado avanzan las doctrinas sociales, cuyo único dios es el progreso, y ofrecen la felicidad, mediante la satisfacción de las necesidades materiales, como el positivismo y el marxismo.

Aparece entonces, como una estrella rara e inclasificable, la figura de Friedrich Nietzsche, quien aporta un conjunto de obras, o ensayos inacabados, como él decía, que deslumbran a los intelectuales de su tiempo y ejercen una enorme influencia en las juventudes del siglo XX. A este pensador, cuya existencia fue amenazada por la enfermedad y la locura, correspondió dictar la sentencia de muerte de Dios; pero como buen filósofo deicida, a diferencia de otros criminales, se hizo cargo de los hijos del muerto y les ofreció otro mundo en donde habitar, gracias a las posibilidades del arte.

Cuando Martín Heidegger revisó los escritos de estética de Nietzsche reconoció su originalidad, pero advirtió que faltaba una sistematización de su pensamiento para encontrar los elementos que inducen a la justicia, o al remedio contra el dolor y la desolación humana; es decir, una Algodicea; tarea que han emprendido los estudiosos de este insigne autor alemán.

Lo primero que han destacado es la radicalidad de su pensamiento frente a la tradición judeocristiana y al pensamiento filosófico heredado de Sócrates y Platón, quienes, en opinión de Nietzsche, no solo han debilitado al hombre sino que han sido incapaces de ofrecerle refugio y consuelo frente a su permanente infelicidad. En consecuencia, busca otra opción para dignificar su vida y la encuentra en la Grecia antigua, espacio donde coexisten los mitos, las expresiones religiosas asistemáticas y los filósofos presocráticos.

En El origen de la tragedia, Nietzsche describe cómo en la cultura griega se combinan dos potencias representadas por dos dioses en apariencia opuestos: Dioniso, el dios del vino, la embriaguez, la bacanal, la orgía; y Apolo, el dios de la belleza, la perfección, lo racional y la cordura. En principio, las artes pueden dividirse entre estas dos polaridades; a Dioniso corresponde la música y la danza; a Apolo la escultura y la poesía épica, mientras que la poesía lírica comparte las dos potencias porque conjuga la palabra y la música.

Además, la tragedia arcaica representará la verdadera fiesta de la existencia humana, al conciliar el éxtasis de la música con la belleza de los diálogos, la presencia del coro, los actores y los sátiros; lo cual crea una atmósfera de empatía e identificación, que congrega al pueblo sin distingos sociales; pues todos participan de la obra no sólo desde una perspectiva racional, sino apelando a sus instintos. Por eso, en dicha representación, puede vivirse la pasión y la catarsis, en un ambiente que los aproxima a su naturaleza.

El arte será entonces un medio que restaure la dignidad, el gozo, la alegría y la felicidad del hombre; ante la ausencia de Dios, el fracaso de las doctrinas materialistas, los titubeos y errores de las ciencias, siempre estará ahí para transfigurar el aburrimiento en embriaguez, el silencio en sonora armonía y la oscuridad en luz que ilumine la belleza del mundo. Tal es la polaridad de Dioniso y Apolo.

El pueblo griego se sirvió del arte para trasformar su mundo cotidiano, huir del absurdo de la existencia, del dolor y la muerte y encontró en las expresiones artísticas la fuerza necesaria para reafirmar su voluntad de vivir. Esa es la lección que nos legó y que podríamos aprovechar en estos días enmascarados por causa de la pandemia.

* Poeta y académicobenjamin_barajass@yahoo.comEn el jardín, de Pierre Auguste Renoir.