Opinión

Las elecciones de EU y el fin de los tiempos

Las elecciones de EU y el fin de los tiempos

Las elecciones de EU y el fin de los tiempos

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hace cuatro años, los Cachorros de Chicago ganaron la Serie Mundial de Beisbol, algo que no había sucedido desde 1908. Hubo quien pensó que era un signo del fin de los tiempos. Una semana después, sorpresivamente, Donald Trump fue elegido presidente de los Estados Unidos.

Obviamente, el fin de los tiempos no ocurrió, pero en estos cuatro años se han sucedido, uno tras otro, acontecimientos que han trastocado el orden anterior de las cosas. La elección de Trump, de hecho, fue una parte de una oleada populista en marcha, que no ha dejado intocada región alguna del mundo. Y esa oleada, a su vez, era expresión del hartazgo masivo con ese orden y esos valores entendidos.

No es que el populismo haya resuelto las cosas en ningún lado. Al contrario, en varias naciones han empeorado. Y ha empeorado, igualmente, la atmósfera política internacional, en buena parte alimentada por el rebrote del nacionalismo económico y cultural del que Trump es sólo uno de los mayores ejemplos.

El desorden de la paulatina desestructuración de mercados amplios y acuerdos multinacionales ha venido a acrecentarse con la pandemia del coronavirus y sus terribles efectos colaterales en las economías de todo el mundo. El planeta vive ya una recesión de la misma profundidad que la Gran Depresión de inicios de los años 30 del siglo pasado.

Y ahora los ciudadanos de Estados Unidos se encaminan de nuevo a las urnas, y deberán decidir entre reelegir a Trump o cambiarlo por Joe Biden, quien fuera vicepresidente durante el mandato de Barack Obama. Hay esperanza, y también aprensión ante lo que pueda resultar de esa cita electoral.

Las encuestas favorecen en este momento a Biden. Lo hacen con un margen mayor al que tenía Hillary Clinton hace cuatro años y, notablemente, también lo favorecen en aquellos estados pivote de la Unión Americana que resultaron decisivos en darle la victoria a Trump: Michigan, Wisconsin, Pensilvania. Sin embargo, hay que decir que la ventaja de Biden era mayor hace un par de semanas y que falta más de un mes de campaña, en el que se espera una buena dosis de lodo.

Lo interesante es que los temas principales que están afectando las posibilidades de reelección de Trump no son los de la economía, a pesar de que, por el confinamiento, se desplomaron producción y empleo. Tampoco son los del nacionalismo económico: algunos de los elementos proteccionistas del republicano han sido adoptados por los demócratas. Y apenas si se tocan aspectos como el desdén del presidente de EU por las instituciones y su gusto por intentar torcer la justicia.

Un punto clave ha estado por el lado de la atención deficitaria a la pandemia del COVID, ligada al desmantelamiento del balbuceante sistema de seguridad social que promovieron los republicanos y a la negativa de aceptar la realidad de parte del Presidente y su equipo.

El otro está ligado a la tendencia de Trump por polarizar a la sociedad estadunidense: es un mandatario que no une, sino que se preocupa por profundizar la división entre los ciudadanos. Una parte larga de la población lo sigue ciegamente; otra, lo detesta con furia, y los estudios indican que una tercera está genuinamente preocupada por esa fractura política, social y cultural, y preferiría a alguien que buscara curarla. Este tercer grupo puede ser el fiel de la balanza.

La cuestión es que el nacionalismo cultural se ha vuelto a imponer, y que la disputa es qué se entiende en Estados Unidos por nacionalismo, cuál es la identidad del país: si es pluriétnica, multicultural y tolerante o si hay un dominio blanco, control sobre las minorías y apego a las tradiciones antiguas.

En cualquier caso, no hay razón para creer que las corrientes que contribuyeron al ascenso de Trump hayan desaparecido. En otras palabras, la posible victoria de Biden no va a traer el pasado de regreso. Las oscuras golondrinas de la globalización no volverán. Con distintos rostros, pero el nacionalismo llegó para quedarse.

Lo digo porque hay una suerte de pensamiento mágico que considera que, terminada la era Trump, el mundo va a volver ser el de antes. Que apenas llegue Biden a la Casa Blanca, se va a desenredar lo que se ha enredado en estos cuatro años. Ya hay nuevos equilibrios, y otro tipo de desequilibrios. Y, por más que el candidato demócrata sea hombre del viejo establishment, éste ya no tendrá el poder de otrora.

El gobierno mexicano, en contra de las previsiones, se ha sentido a gusto con Trump. Son distintos nacionalismos, que no hablan un idioma tan diferente. Eso ha significado, asimismo, que López Obrador ha tenido que tragar sapos una y otra vez ante los exabruptos de Trump, e incluso ante las agresiones a los connacionales, llevadas a cabo por los agentes estadunidenses. La idea de “no caer en provocaciones” y “llevar la fiesta en paz” ha terminado por colocar a AMLO en el carril del republicano.

Lo curioso es que no faltan, entre los seguidores de López Obrador, quienes, entendiéndolo así, ahora están de parte de uno de los presidentes de EU que más ha maltratado a México y los mexicanos. Los argumentos son varios: el más común, que recuerda aquellos años en que la izquierda más atrasada decía que “Pinochet y Echeverría son la misma porquería”, pone a los candidatos estadunidenses como capitalistas intercambiables; otros van más allá y atacan al “halcón” Biden como si Trump fuera una paloma.

Y no faltan, entre los opositores al presidente mexicano, quienes sueñan con un Biden capaz de poner coto a los excesos del lopezobradorismo. Como si fuera imposible la convivencia entre presidentes muy diferentes.

Lo que habría, probablemente, es un cambio de eje en los temas de conflicto. Un renovado interés de EU para evitar en su vecino políticas energéticas dañinas al medio ambiente y un intento de supervisión más estricta de la política laboral. Mientras el proteccionismo de Trump se basaba en la amenaza casi discrecional con aranceles, el de los demócratas tendría una cara progresista. Pero sería proteccionismo, al fin y al cabo.

Y lo que todavía no sabemos -aunque podemos vislumbrar una pelea soterrada, que ya se ha planteado en el pleito por la dirigencia de Morena- es cuál será la reacción del gobierno mexicano si Trump no se reelige. ¿Renacerá de sus cenizas el discurso antimperialista? ¿O será momento de cambiar de pareja de baile “para seguir la fiesta en paz”?

En cualquier caso, espero que los Cachorros no vuelvan a ganar la Serie Mundial. Bastante difíciles han sido estos cuatro años.