Opinión

Maquiavelo y la pandemia

Maquiavelo y la pandemia

Maquiavelo y la pandemia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Maquiavelo afirmó, en los “Discursos sobre la primera década de Tito Livio” lo siguiente: “los hombres hacen el bien por la fuerza; pero cuando gozan de medios y libertad para ejecutar el mal, todo lo llenan de confusión y desorden”; no parece que el florentino confiara mucho en la actuación desinteresada de las personas.

Sin embargo, también hay quien piensa que las personas somos buenas, que tendemos por naturaleza a la solidaridad, ya que no actuamos preponderantemente por motivos egoístas.

Estas dos posturas tienen su impacto en la manera de concebir a la sociedad y de entender el poder. Determinan la manera en que se legisla y las políticas públicas que se implementan.

Si quien gobierna cree que Maquiavelo, el bendito genio demoniaco, tiene razón, entonces asumirá que el poder es una forma de control social orientada a la construcción de barreras para que la gente haga lo que no quiere hacer, pero que debe realizar en beneficio de la comunidad, según los principios en que esta se funde o los objetivos que se pretendan conseguir.

Por el contrario, si el o la gobernante asume que la naturaleza humana es esencialmente buena (entendiendo como tal que somos capaces de obrar generalmente respetando a los demás), entonces cabe pensar que conceptualizará al poder como un mecanismo para orientar la acción social, con un mínimo de represión y asumiendo una actitud sancionatoria solamente contra quienes atenten contra ese sentido de solidaridad social.

Como puedes observar, esta distinción entre quienes asumen la bondad natural de las personas y quienes parten de una maldad intrínseca, tiene sus efectos en la manera de gobernar. Pongamos un ejemplo.

Estamos en medio de una pandemia, que ha obligado a tomar una serie de medidas gubernamentales para paliar sus efectos en espera de la vacuna o el tratamiento efectivos. Estas medidas pueden asumir dos formas: la toma de decisiones terminantes que impliquen una postura radical respaldada con sanciones hacia quienes las desobedezcan, o la apuesta por medidas cuyo cumplimiento esté basado en el convencimiento social de que son buenas y necesarias para que todas las personas nos cuidemos.

Parto de un supuesto: quienes optan por uno u otro modelo lo hacen convencidos de que su actuar es ético, desde la perspectiva de que se corresponde con la verdadera naturaleza del ser humano.

Así, la amenaza de la sanción, así como la ejemplaridad de la misma, debe ser suficiente para disuadir a las personas que, en la primera postura, se asume que no quieren cumplir con las medidas dictadas, porque les implica un costo, ya sea económico, psicológico o de otro tipo.

Esto exige un esfuerzo para hacer real la posibilidad de la sanción, pues no basta con que se anuncie que existe, sino que deben generar el miedo necesario entre la población de que es posible que se les aplique. Así, la exposición mediática de infractores o la visibilidad de la autoridad se vuelven instrumentos necesarios para acreditar la posibilidad de la sanción.

En el segundo caso, dado que se excluye por regla general el castigo, el esfuerzo debe ponerse en la labor de convencimiento. Si se parte de que las personas son buenas, entonces lo que hay que hacer es darles razones de tipo ético, a fin de que actúen en consecuencia. Esto implica una labor de convencimiento a través de un lenguaje llano (ciudadano, se le llama ahora) así como del ejemplo. Una constante apelación a la bondad innata que todas y todos tenemos.

Cierto es que he presentado dos tipos ideales y, en apariencia, inexistentes. Pero creo que en este asunto de la bondad y la maldad humana, en la intimidad de nuestra conciencia, todos asumimos una postura o la otra; puestos a meditar sobre la esencia de ser persona, creemos que en general obramos de manera egoísta o de forma desinteresada.

Y quienes se dedican a la política, bien sabemos, son personas de esta tierra que, en su mente, saben si aceptan la afirmación de Maquiavelo o la rechazan.

Así, los dos tipos ideales admiten una cierta variedad de tonos, como la luz que va desapareciendo al atardecer; ciertamente hay un espacio de sombraluz que no podemos definir, pero es corto y pasajero. Sabemos cuando hay luz y cuando ha desaparecido.

En casos extremos como los días que vivimos, estas posturas afloran entre quienes se dedican a la labor pública, y supongo que nosotros, el pueblo, reaccionamos de forma emocional al conectar, de una forma inconsciente, con esos discursos sobre la bondad o la maldad humana. Dado que en nuestra mente estamos por una u otra opción, tendemos a respaldar una postura o la otra.

Me parece que lo hacemos sin darnos cuenta, de la mejor buena fe.

En todo caso, es interesante ver que las reflexiones de Maquiavelo, quien sabía que escribir es una forma de hacer política, nos siguen siendo útiles para explicarnos la realidad de este annus horribilis de 2020.