Opinión

Margarita Peña

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Margarita Peña

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El día de mañana se cumplirán seis meses de la muerte inesperada de la escritora, filóloga, exploradora de bibliotecas e historiadora de la literatura novohispana Margarita Peña. A mediados de los ochenta tomé con ella un curso extraordinario sobre Sor Juana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, muchos años después, en 2004, tuve el privilegio de retribuir sus enseñanzas invitándola como profesora para dar un curso magistral en el posgrado de estudios hispánicos de la Universidad de Pekín, en mis años como agregado cultural en China.

Por espacio de un mes, Margarita dividió su tiempo dando clases y visitando la Biblioteca de la Universidad donde se encontró, intocadas, unas relaciones de viaje del siglo XVII y XVIII de jesuitas franceses y franciscanos españoles en China, que después reunió en un volumen, tal era su temperamento intelectual y académico. Nos unió, además una amistad de vida con ella y con su hijo Federico Campbell.

En su memoria, recupero para esta entrega un fragmento del texto que leí en enero de 2012 en el Palacio de Bellas Artes durante la presentación de la que sería su última novela: El amarre, publicada en aquel año por la Dirección de Literatura de la UNAM.

“La publicación de la novela El amarre completa una triada de títulos en los que Margarita Peña ha demostrado que, además de su versado oficio académico, es una narradora tenaz que ha puesto las herramientas de su oficio crítico al servicio de un proyecto literario en el que se conjugan sus más íntimas pasiones y curiosidades intelectuales: los universos de lo femenino versus lo masculino, y la manera en que ambas entidades se entrecruzan, se repelen o se ayuntan; las fronteras inefables entre el placer y el dolor, entre el fornicio y el faje, entre la soledad y la comunión, en una palabra, entre la realidad y el deseo, como dijera Cernuda.

“La trilogía la componen El masaje y otras historias de amor, un volumen de relatos publicados por Fontamara en 1998; La Vampiresa de Dakota, publicada por la Universidad de Puebla en 2000; y esta nueva novela publicada por la UNAM.

“Esta vez la doctora Peña le ha dado voz y vida a Miranda White, que viene a engrosar la nómina de sus personajes femeninos junto con la memorable Palmira González, que nos puso los pelos de punta como protagonista descarnada de La Vampiresa de Dakota.

“Con Miranda White se ha permitido las mayores licencias literarias en su largo haber de personajes femeninos, porque resulta que para efectos de que la novela amarre, a esta abogada de provincias, que vive el duelo prolongado y pasivo de su primera decepción amorosa, huérfana y casi silvestre, la veremos transformarse en una lectora voraz y cosmopolita, una viajera ilustrada y políglota que se habla de tú con los iconos de la cultura universal en todos y cada uno de los ­territorios donde pone el pie, que hurga en las bibliotecas y los museos del mundo para drenar su insaciable sed intelectual; que agota el catálogo de hechizos, sortilegios y otras formas de la adivinación esotérica durante su odisea sexual, la cual inicia en unos modestos baños de Córdoba, Veracruz, y va en ascenso hasta llevarla, literalmente, a la alcoba del mundo, como dijera Villaurrutia.

“A Miranda White le habrá de cambiar la vida un sátrapa que lleva por nombre Alfonso Mendizábal, a quien a partir de su encuentro clandestino en Veracruz, y bajo la influencia poderosa de un sortilegio aplicado con sabiduría antigua por su nana Carmela, seguirá en su periplo profesional de ingeniero de gran prestigio por todo el mundo, atados irremediablemente al influjo de un sortilegio que de tan eficaz habrá de ser indestructible, lo que da pie a una crónica del desamor eterno y a la vez a una crónica de viajes aderezada con la prosa de intensidades lúbricas de la autora y la exploración obsesiva de los territorios de la magia y el deseo.

“En los tiempos en que el poeta alemán Rainer María Rilke vivía en París como asistente de Augusto Rodin, escribió una carta memorable a una de sus amantes fugaces, de la que he tomado una línea que nos puede ayudar a comprender la naturaleza de Miranda White: ‘ruego a quienes me aman, que amen mi soledad’.

“La de Rilke, como la de Miranda White, es una aproximación muy personal, inestable y trepidante, al tema del amor y la sexualidad como formas extremas, paradójicas de la soledad y el ensimismamiento. Los amores múltiples y pasajeros del joven Rilke en Francia y Alemania, y los amoríos intensos, internacionales, de una tenacidad deportiva de Miranda White, no son sino formas de confirmarse en el mundo como seres abismales e inasequibles.

“Al ser la novela una crónica de viajes, o mejor dicho, la crónica de una pareja que viaja y se mueve de forma angustiosa en su afán por sobrevivir al mundo y sobrevivir a sí misma, la de Margarita Peña halla una correspondencia notable con una obra fundamental de la literatura del siglo XX que es El cielo protector de Paul Bowles.

“La novela de Bowles inicia cuando una refinada pareja de Nueva York desembarca en el norte de África para emprender un viaje por territorios hostiles e insospechados, sólo con el fin de superar la rutina y el tedio que les asfixia como pareja. En el arranque de la novela su protagonista, Port Moresby, explica la diferencia entre un turista y un viajero; ‘No se consideraba un turista, el era un viajero. Explicaba que la diferencia residía, en parte, en el tiempo. Mientras un turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra’. El Amarre es pues una novela de viajeros, que no de turistas.

“Miranda White es al mismo tiempo una tardía diosa sexual y una bruja atrapada en su laberinto. Es hermana de la Lulú, subversiva y esclavizada de Almudena Grandes, y goza de los placeres de la inocencia como la Inmaculada de García Ponce. No habita en el imperio fálico de la “literatura erótica” ni se somete tan fácilmente a la tendencia previsible de las mujeres exóticas, febriles, abismales y hormonales que han hecho de lo “erótico” un subgénero literario. Por ello, Miranda White, me parece, acabará encontrando su lugar en nuestras literaturas recientes que abordan el eterno femenino”.

edgardobermejo@yahoo.com
Twitter: @edgardobermejo