Opinión

Nuevo orden

Nuevo orden

Nuevo orden

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En el año 2008 me tocó dialogar con los asistentes a la proyección de una película mexicana que había sido seleccionada en un festival internacional de cine de la ciudad de Copenhague: La Zona (2007), dirigida por Rodrigo Plá. Me encontraba en Dinamarca como agregado cultural de México. Presentar y comentar la participación mexicana en el festival era parte de mi trabajo.

Al final de la proyección el público me hizo con insistencia la misma pregunta: ¿Es acaso esta película un reflejo realista y actual de la realidad mexicana?

Hay que recordar para ello la trama de la película: un conjunto residencial privado de la clase media alta –resguardado por enormes muros, vallas electrificadas, seguridad privada y cámaras de video vigilancia – una noche logra ser penetrado por tres jóvenes asaltantes, vecinos del barrio contiguo: una colonia miserable.

El contraste entre las casas residenciales y el barrio pobre con el que colindan es abrumador y al mismo tiempo es parte del paisaje de inequidad de las grandes ciudades del siglo XXI –mexicanas y de cualquier otro país con los niveles de desigualdad del nuestro–. La trama entonces se concentra en la persecución de los vecinos, y de su policía privada, a uno de los tres jóvenes que lograron sobrevivir al asalto.

Los residentes de “La Zona”, que es como se le conoce a este conjunto privado, y que por temor a la delincuencia se han apertrechado hasta los dientes para garantizar ellos mismos su seguridad –una suerte de micro Estado auto justiciero dentro del Estado– emprenden la persecución del joven sobreviviente hasta dar con él y lincharlo.

Encaré entonces las preguntas del público con plena convicción: si y no, les respondí. La película describe en efecto un rasgo de la actualidad mexicana: la desigualdad, la inseguridad, la violencia, el odio clasista, pero va más allá de ser simplemente un “retrato de México”.

La cinta de Rodrigo Plá propone en todo caso una lectura más amplia de la realidad contemporánea. La Zona, comenté, no es un documental que registre y documente un aspecto puntual de nuestra realidad. Es, mejor dicho, una película de ficción que hace, precisamente desde la deconstrucción imaginaria de “la realidad”, una lectura de un tema que va más allá de México y de los mexicanos.

Los asistentes insistían: “¿Pero esto es lo que pasa en México todos los días?” “¿Es esta una película de denuncia? ¿Así es como atacan los ricos a los pobres en México?”.

Debí entonces reforzar mis argumentos. El cine, comenté, como cualquier otra obra de arte, parte de un hecho particular con el propósito de abordar los grandes temas universales, que nos permitan a su vez reflexionar sobre la condición humana. E insistí, a menos que se trate de un documental con registros periodísticos e históricos puntuales, no podemos tomar la trama de una cinta de ficción como un retrato certero e inequívoco de identidad nacional.

Acudí entonces a un ejemplo local para convencer de mi alegato a mis interlocutores daneses. Pensemos, les dije, en la película Festen (La celebración, 1998) de Thomas Vinterberg. En esta famosa película danesa una familia acaudalada se reúne en un hotel de la campiña para celebrar el cumpleaños sesenta del patriarca del clan. Durante la celebración vamos descubriendo una trama oculta y brutal por la cual nos enteramos que el padre ha cometido en el pasado abusos sexuales con la mayoría de sus hijos e hijas.

¿Sería pertinente que tras ver esta película nos preguntemos si esto pasa a menudo en las familias ricas danesas? O estamos más bien ante un drama de dimensiones universales que Vinterberg abordó desde un plano simbólico, no para hacer “cine costumbrista” de las familias danesas, sino para abordar un tema que ha estado presente entre los seres humanos por lo menos desde la tragedia griega.

Hace unos días me acordé de aquel diálogo con el público danés luego de que me dispuse a ver por Netflix una serie danesa de gran éxito internacional: Borgen. Aquí de nuevo uno de los personajes –el asesor político Kasper Juul– oculta su pasado tras haber sido víctima en la infancia de abusos sexuales por parte de su padre.

Sigo pensando que, ni a consecuencia de la película Festen, ni de la serie televisiva Borgen, podemos concluir que el tema nodal de Dinamarca sea el del abuso sexual de los menores a manos de sus progenitores, y que interpretarlo así sería una manera parcial y miope de asistir como espectadores a una propuesta artística y aun drama humano que se expresa a través de la cinematografía o de una serie televisiva.

Traigo esta reflexión a cuento precisamente por el ruido que ha causado la nueva película de Michel Franco: Nuevo Orden, ganadora del premio del jurado en el Festival de Cine de Venecia y que ahora ha llegado a las –aún semivacías– salas de cine mexicanas.

Es inevitable -nos dice la crítica mexicana Fernanda Solórzano- que los espectadores le asignen a las películas los significados que tienen que ver con ellos mismos y sus preocupaciones inmediatas, pero juzgar a la película de Michel Franco como un traducción plana y literal de la actualidad mexicana sería una manera de sobrepolitizar y empobrecer una compleja y polisémica propuesta cinematográfica, y de reducir a la categoría de documental de denuncia una obra que es en realidad una pieza de ficción arriesgada y estremecedora, digna de ser decodificada y apreciada más allá de las coordenadas del presente político nacional.

No es, en modo alguno, una película financiada por la oposición ultraconservadora, como se ha dicho, o un pasquín ideológico y clasista, sino una ficción atroz que le hinca el diente a diversos procesos sociales del mundo contemporáneo: la desigualdad, la furia acumulada de los desposeídos, el odio clasista, la indolente liviandad de la burguesía, la corrupción y los abusos del poder, el peligro de la militarización extrema, la violencia de género y el machismo. Temas todos ellos que escapan por mucho a las fronteras de nuestro territorio nacional.

De otro modo, si la de Michel Franco fuera una película de mirada corta que se propusiera simplemente abonar a la polarización política del país, no podría ser apreciada por otros públicos del mundo entero como lo que es: una película que toca, desde lo particular, las fibras de lo universal y de lo contemporáneo.

Por lo demás, y como una película de un director que abreva de la tradición y de la mejor escuela del cine mexicano e internacional, podemos encontrar en ella tratamientos novedosos a temas que ya antes aparecieron en otras cintas que ahora consideramos clásicas.

Baste con pensar en Luis Buñuel. En El ángel exterminador (1962), Buñuel ya había ensayado con la posibilidad de retratar los excesos y desfiguros de la burguesía reunida en una gran mansión para celebrar una fiesta. La celebración deviene drama cuando los asistentes –sin razón aparente– no pueden salir de la mansión y quedan como rehenes de sí mismos. En la cinta de Buñuel, como en la de Michel Franco, la servidumbre que atiende en la fiesta se resiste con incomodidad a su condición servil.

De la misma manera Buñuel, en la secuencia más famosa de Viridiana (1961), describe una cena en la que un grupo de hombres y mujeres miserables se tornan violentos y destructivos como respuesta al gesto caritativo de la protagonista (Silvia Pinal). Las correspondencias con la película de Michel Franco se antojan inevitables.

Siguiendo con Buñuel, hay que recordar cómo desde el oficialismo mexicano se quiso ver en Los olvidados (1951) una película propagandística y anti mexicana que se atrevía a cuestionar el desarrollo del país y los logros de la Revolución Mexicana en los años del milagro alemanista. El gobierno mexicano intentó sabotear la presentación de la película en el Festival de Cannes, de la que salió con un premio a la mejor dirección.

No pudieron comprender los censores del régimen que Los olvidados era una obra de arte de dimensión universal como hoy se le reconoce, un clásico del cine mundial que va mucho más allá de “retratar la realidad mexicana”. México, en todo caso, es en Los olvidados el telón de fondo sobre el que se despliega un drama humano antiguo, complejo, desgarrador, y sin fronteras aparentes. Lo mismo ocurre con la nueva cinta de Michel Franco.