Opinión

Rafael Tovar, historiador

Rafael Tovar, historiador

Rafael Tovar, historiador

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Se cumple esta semana el cuarto aniversario luctuoso de Rafael Tovar y de Teresa. En su recuerdo comparto un fragmento de las líneas que escribí sobre su vocación como historiador, con motivo de un homenaje organizado el año pasado por la Universidad del Claustro Sor Juana.

Rafael Tovar se acercó al oficio de historiar desde cuatro lugares que la historiografía contemporánea reivindica: desde la subjetividad, que no aspira a la neutralidad científica y acartonada del positivismo y del materialismo histórico; desde el reconocimiento del papel del individuo y el azar en los acontecimientos del pasado; desde la obligación de documentar en fuentes y archivos aquello que se investiga; y desde la necesidad de desmontar y poner en crisis los discursos oficiales del pasado, saturados de héroes, villanos y estatuas de bronce.

Esos cuatro elementos están contenidos en los dos volúmenes con los que concluyó su tarea como escritor e historiador: El último brindis de don Porfirio (2010) y De la paz al olvido (2015). En ambas empresas decantó su interés, su fascinación –y, diríase, su obsesión- por ese periodo de la historia nacional que abarca los tres primeros lustros del siglo XX. Esto es, el final del porfiriato en 1910, en el marco de las celebraciones del Centenario de la Independencia; la caída estruendosa de un modelo de nación y de un modelo de vida para los grupos dominantes que se configuró en las tres décadas de “orden y progreso” porfiriano; y el exilio de una élite que detentó el poder político y económico del país, con don Porfirio como su mayor emblema.

Historia del país, historia de familia, e historia personal dialogan y sirven de contrapunto en la construcción de su propio discurso historiográfico.

En esta aproximación polisémica a la historia Rafael Tovar coincide con uno de los grandes historiadores de la Revolución Mexicana, el británico Alan Knight, cuando en una entrevista con Christopher Domínguez nos dice:

“Como historiador, la historia me atrae de dos maneras distintas. Está, por una parte, la historia en cierto sentido científico, aquella que nos permite armar explicaciones racionales conforme a datos empíricos, armar hipótesis, etcétera. Pero, por otro lado, existe una atracción distinta hacia los personajes, los acontecimientos y las tragedias; no es exactamente una atracción literaria pero tiene más que ver con la historia narrativa”.

Sobre el papel del individuo en la historia -frente a la tradición marxista que la concibe como un movimiento ascendente y teológico dominado por las masas y la lucha de clases- Knight señala:

“Es verdad que los individuos tiene bastante peso. Importa, por ejemplo, el carácter de Diaz, que fue un estadista muy sutil cuyo régimen perdió al final capacidad debido a la edad del propio Diaz. Hubiera sido posible que Díaz manipulara la sucesión con más tino nombrando a Bernardo Reyes como su sucesor. (…) Habiendo gobernado Díaz con bastante tino e inteligencia durante muchos años, al fin falló por culpa de su carácter”.

Rafael Tovar, por su parte, lo plantea de esta manera al hablar de las causas que provocaron el estallido de la primera Guerra Mundial en su libro sobre los últimos años de Porfirio Díaz en el exilio:

“Gran parte de la historia depende los individuos. Conocer la personalidad, los sentimientos, las ambiciones, miedos, grandezas y mezquindades de los líderes de Europa en 1914, es una estrategia de análisis que nos lleva de lo micro a lo macro, de lo individual a lo colectivo, de lo íntimo a lo público”.

Y con la mejor de sus prosas, remata: “Así, por ejemplo, que el jefe del Estado mayor del ejército austrohúngaro Franz Conrad von Hötzendorf quisiera la gloria militar personal para poder casarse con una mujer divorciada, Gina von Reininghaus, su amante, no es asomarnos con morbo a los protagonistas de la historia, sino descubrir la relevancia que sus actos personales tuvieron en el desarrollo de los acontecimientos mundiales”.

A todos ellos, es decir a los dirigentes europeos que provocaron el gran estallido bélico de 2014, “debemos verlos como a Porfirio Diaz, en su más densa humanidad, la auténtica: personajes con grandes responsabilidades y arrogantes ambiciones que no siempre actuaron como estadistas, que se dejaron arrastras por sus emociones”. (p.247)

Para Rafael Tovar la historia es también el escenario de múltiples paradojas y caprichos, el territorio donde la fatalidad nos juega trampas insondables. El historiador entonces desciende de las montañas de los “grandes acontecimientos” y camina por el barrio de la vida cotidiana como un espacio donde la historia misma se revela en sus infinitas contradicciones.

La escena es en la colonia Roma en la década de los cuarenta. Ahí, dos viudas viven muy cerca una de la otra: “Sara Pérez de Madero murió en 1952, a casi cuatro décadas del asesinato de Francisco I. Madero. A unas cuadras de la casa de doña Sara, Carmelita (Ortiz Rubio, viuda de Porfirio Díaz) vivió de 1934 a 1944. Las dos viudas, separadas por unas calles, vivían en extremos de la historia, compartiendo el mismo dolor, el de la pérdida. Dos sombras de la vida de México, cuyos esposos protagonizaron una ruptura histórica que modificó el rumbo del país” (p.311).

La crónica, es decir, la narración articulada y anecdótica de un instante de la historia, un género literario que trasciende las interpretaciones macro históricas, las explicaciones estructurales y se amerita en el relato de lo inmediato y en la recreación de lo cotidiano, una mirada a la corteza y las ramas del árbol, dejando a un lado el bosque, es el último elemento que conforma el paisaje narrativo de Rafael Tovar y halla su mejor ejemplo en el que es acaso su libro más logrado: El último brindis de Don Porfirio

Al referiste a algunos de los escritores de la generación de los Contemporáneos, Octavio Paz señaló que en la construcción de las instituciones del Estado mexicano que emergió de la Revolución Mexicana, este grupo de intelectuales cosmopolitas sacrificó lo más grande y lo más valioso que tenía: su propia obra literaria. En el caso de Rafael Tovar es claro que su aporte al país como constructor de instituciones culturales limitó al mínimo el tiempo que destinó a su obra como escritor, pero el resultado final es patente y forma parte de la historiografía de México.

Edgardobermejo @yahoo.com.mx
@edgardobermejo