Opinión

Si aprecias tu vida, no tomes el té que te ofrece Putin

Si aprecias tu vida, no tomes el té que te ofrece Putin

Si aprecias tu vida, no tomes el té que te ofrece Putin

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Alemania confirmó ayer lo que todo el mundo sospechaba. Alexei Navalni, líder de la oposición rusa, fue envenenado. Así lo ha revelado el estudio realizado al paciente, que lucha por su vida en un hospital de Berlín y a quien se le ha encontrado restos de novichok, el mismo agente nervioso de fabricación soviética usado hace dos años por dos agentes rusos, cuando trataron de asesinar al exespía Serguéi Skripal en Gran Bretaña.

Navalni no sufrió un “trastorno metabólico”, como aseguran los médicos rusos que le atendieron. De hecho, el parte médico ruso causaría risa, de no ser porque el tema es muy grave. Podrán creérselo agencias afines al Kremlin, como RT (antigua Russia Today) o Sputnik, pero es un insulto a la inteligencia que Moscú quiera hacernos creer que, casualmente, todos los adversarios y críticos de Putin sufren “trastornos” cuando toman té.

Y es que la lista de envenenados es muy larga.

El primero en ser invitado a “tomar té” fue Roman Tsepov, guardaespaldas y confidente de Putin. Ocurrió en 2004, cuando el presidente ya llevaba casi tres años de su primer mandato. No se sabe bien si se le escapó alguna confidencia que no gustó a su patrón, pero tras ingerir el líquido cayó fulminado. El té se lo tomó en la sede del antiguo KGB de San Petersburgo, donde, por cierto, trabajó como agente Putin en sus años mozos. Tsepov se reunió allí con un viejo camarada. Todo muy casual. La autopsia detectó en su cuerpo un material radiactivo no especificado.

La segunda en caer fue Anna Politkovskaya, periodista que denunció crímenes de guerra de las tropas rusas contra los separatistas chechenos. También ese 2004 y tras tomar un té en un avión se desmayó, pero logró sobrevivir. Dos años más tarde fue asesinada a tiros cuando abría la puerta de su departamento en Moscú.

En 2006, otro exagente del KGB, crítico de Putin, Alexandr Litvinenko, murió tras reunirse con dos antiguos compañeros en un hotel de Londres, para tomar té. El suyo resultó tener polonio 210 radioactivo. Diez años después, un tribunal inglés concluyó que fue asesinado en una operación “probablemente autorizada por Putin”. La “conexión británica” no acabó ahí. En 2018, otros dos agentes del Kremlin rociaron el pomo de la puerta de la casa de Skripal con novichok. Minutos después, el exdoble agente ruso y su hija aparecían desmayados en un parque. Sobrevivieron, pero una anciana que pasaba por allí se envenenó y murió. En este caso no hubo té de por medio, por eso, para asesinar a Navalni se probó echar el agente nervioso en el té y ver si era más efectivo. Veremos si sobrevive y en qué condiciones.

En cualquier caso, la reacción del Kremlin siempre ha sido la misma: Sería demasiado estúpido que Putin eliminara a sus adversarios de una manera tan descarada.

Pero esta es precisamente su maquiavélica maniobra Se declarar inocente y se asumen como víctima de alguna mano negra que le quiere incriminar.

No hay tal mano negra contra el Kremlin, hay mano negra dentro del Kremlin. Y ya va siendo hora de que los líderes internacionales se asomen de una vez por todas a ver qué se está cociendo detrás de esos muros.

fransink@outlook.com