Academia

Pienso especialmente en los espacios académicos, donde me pregunto si el protagonismo emocional no entorpece, de algún modo, el rigor en la búsqueda de la verdad, la enseñanza o el diálogo académico

¿Son los safe spaces tan seguros como parecen?

Seguros
Espacio. Safe spaces, esos lugares donde las palabras deben ser cuidadas con esmero para no herir sensibilidades.

¿Recuerdan Intensamente, la entrañable película de Disney que muchos hemos visto con nuestros hijos? En ella, somos testigos de cómo las emociones acompañan a una niña en su vida diaria, otorgando un papel protagónico a la ansiedad y otros sentimientos. Como era de esperarse, la película ha generado diversas opiniones. Algunos aplauden la manera en que ayuda a entender mejor las emociones infantiles, mientras otros se preocupan por el énfasis en la ansiedad, temiendo que se esté dando demasiada relevancia a algo que los niños aún no saben manejar, o que no deberían cargar en sus vidas desde tan temprano.

Lo curioso de este debate es que rara vez se menciona algo que me parece fundamental: la intromisión constante de las emociones en todos los ámbitos de la vida. No exagero al decir que hoy en día las emociones están presentes en todas nuestras interacciones, determinando cómo percibimos y reaccionamos a las situaciones cotidianas. Pero esto plantea una cuestión clave: ¿es positivo que las emociones jueguen un papel central en todos los aspectos de la vida? Pienso especialmente en los espacios académicos, donde me pregunto si el protagonismo emocional no entorpece, de algún modo, el rigor en la búsqueda de la verdad, la enseñanza o el diálogo académico.

Estudiando a Jürgen Habermas con mis alumnos, discutimos la importancia del diálogo racional en su teoría de la acción comunicativa. Habermas no está simplemente preocupado por armar a un grupo de intelectuales con argumentos sofisticados para hacerse oír en la esfera pública. Va más allá: su enfoque es un llamado a todos los ciudadanos, a sacudirnos la apatía y participar activamente en la deliberación pública, buscando, mediante el poder del discurso bien fundamentado, fortalecer nuestras democracias.

Y aquí es donde me surge una inquietud. En un mundo cada vez más dominado por las emociones, ¿hasta qué punto se ve limitada la aplicación de esta teoría? ¿Cómo equilibramos la importancia de los argumentos sólidos, la reflexión profunda y el diálogo deliberativo con la creciente necesidad de atender a las susceptibilidades emocionales que se presentan en cada interacción? Si bien es crucial no desatender las emociones individuales, debemos ser conscientes de que no todos los espacios se benefician por igual de su preponderancia.

Por ejemplo, en las primeras etapas de la vida, como la infancia, es comprensible y positivo que la educación y el entorno familiar nutran el desarrollo emocional. Sin embargo, me pregunto: ¿es realmente el ámbito universitario un lugar donde las emociones deben tener un rol predominante en los planes de estudio o en las interacciones entre profesores y alumnos? ¿Qué se ganaría, o perdería, al dar mayor espacio a las emociones en un entorno que históricamente se ha dedicado al cultivo de la razón?

Aquí es donde entran en juego los llamados safe spaces, esos lugares donde las palabras deben ser cuidadas con esmero para no herir sensibilidades. Estos espacios, que surgieron con la intención de proteger y apoyar a los más vulnerables, han levantado un debate en el ámbito académico. ¿Deberían los académicos centrar sus esfuerzos en encontrar la verdad a través del diálogo crítico o, en cambio, moderar sus palabras para evitar herir susceptibilidades? Es una cuestión delicada.

Creo que debemos abordar las emociones con cautela en este contexto. El espacio académico debería ser un lugar donde se pueda hablar de todo sin temor, donde las opiniones fundamentadas se expresen libremente, sin que las sensibilidades personales dicten los límites del diálogo. El objetivo en la universidad es el descubrimiento y el aprendizaje, no la autoprotección emocional. Tanto el alumno como el profesor deben ser capaces de mantener el rigor académico, sin permitir que el miedo a ofender sesgue el proceso de conocimiento.

Debemos recordar que, en estos espacios, la misión principal es generar y descubrir conocimiento. Si empezamos a ceder terreno a las emociones en detrimento de la verdad y el argumento, estaremos comprometiendo el propósito mismo de la universidad. Así como en Intensamente las emociones juegan un papel fundamental en la vida de la niña, en la academia, debemos preguntarnos si su protagonismo puede desviar el camino hacia el conocimiento.

Por ello, cabe preguntarse: ¿son realmente los safe spaces tan seguros como parecen? Al proteger tanto las susceptibilidades, quizás estemos creando entornos donde el diálogo crítico y la búsqueda de la verdad se ven obstaculizados. Si evitamos las conversaciones incómodas o desafiantes por temor a herir emociones, tal vez estemos privando a los estudiantes de una de las experiencias más valiosas del aprendizaje: enfrentarse a la incomodidad intelectual para avanzar hacia un conocimiento más profundo. Quizás, al menos en el ámbito académico, estos espacios no sean tan seguros como se presume.

Cecilia Coronado, profesora investigadora y subdirectora del Instituto de Humanidades de la Universidad Panamericana.

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