Este martes 12 de noviembre a las 18:00 horas, El Colegio Nacional celebrará el Día Nacional del Libro con la conferencia “¿Libros libres?: la edición como práctica colectiva”, en la que Cristina Rivera Garza, colegiada de la institución y fundadora de Canal Press — editorial parte de la Universidad de Houston y de su programa de Escritura Creativa en Español —, dialogará con Marina Azahua y Andrea García Flores, de Ediciones Antílope y Miau Ediciones, sobre los desafíos de repensar la creación y edición literaria desde una visión comunitaria que fomente nuevas formas de narrar y colaborar. El evento será en el Aula Mayor de El Colegio Nacional (Donceles 104, Centro Histórico, CDMX). Para conmemorar la ocasión, compartimos algunos fragmentos del discurso de ingreso de la colegiada a esta institución.
Escribir con el presente: Archivos, fronteras y cuerpos (El Colegio Nacional, 2023)
Un poco después de 1901, una pareja de campesinos sin tierra emprendió la caminata desde el altiplano potosino hasta el norte de Coahuila, donde esperaban encontrar empleo en las minas de carbón entre Barroterán y Nueva Rosita, cerca de la frontera con Estados Unidos. Se dejaron guiar por las vías del tren, que desde 1888 pasaban ya junto a Venado, y por los rumores que se abalanzaban desde los caminos de tierra y se metían con el viento hasta sus casas: allá sí hay para comer, siempre hay trabajo, la paga es buena. Allá no es como aquí. Tal vez se echaron a andar una tarde de primavera, cuando se dieron cuenta de que ni el maíz ni el frijol se darían esta vez. Quizá arrancaron su larga caminata una mañana de verano, días después de otra cosecha ínfima, calculando que entonces las peripecias del clima no se sumarían a las amenazas propias de la travesía. Tal vez se siguieron por Real de Catorce para llegar, luego, a Estación Vanegas. [...] Una vez ahí, acaso avanzaron poco a poco, exhaustos y a tientas, durmiendo en cuevas y ofreciendo sus brazos en haciendas o estancias, antes de llegar a los minerales donde se asentarían por unos años.
Las sequías constantes de fines del siglo XIX, especialmente la más terrible de 1896, los habían expulsado lenta pero inexorablemente de las regiones agrícolas que rodeaban a Venado para lanzarlos por temporadas completas hacia las minas de plata por Charcas y Real de Catorce. Sabían lo que era el hambre, la oscuridad de los tajos, el peligro del derrumbe. La inminencia de la asfixia. Habían visto morir a muchos y alejarse, para siempre, a tantos más. Tal vez habrían continuado así, pero se habían casado en el verano de 1898 y, un año más tarde, en el otoño de 1899, vieron nacer a su primer hijo. Apenas un mes después, entre vómitos y deshidratación, lo vieron morir también. Se lo había llevado la disentería, una enfermedad curable que, sin embargo, era una condena a muerte en la comunidad indígena a la que pertenecían.
Los nombres de esa pareja de migrantes, que ahora podríamos denominar refugiados climáticos, eran José María Rivera Doñez y María Asunción Vásques, mis abuelos paternos. Y Florentino fue el nombre de su primer hijo, similar al del gobernador guachichil Felipe Florentino, del barrio de San Jerónimo de Agua Hedionda, quien, después de participar en el gran tumulto de 1767 contra la Corona, fue condenado a la pena capital junto con doce rebeldes más. Ahorcado primero y decapitado después, la cabeza de Felipe Florentino fue colgada de una picota, la cual instalaron frente a su casa luego de derribarla y de salar la tierra donde se asentaba. Tanto su mujer como sus hijos fueron expulsados de su pueblo, y sus descendientes condenados a no regresar jamás.
Empiezo a hablar del presente con una historia muy vieja, tal vez porque el pasado nunca se va del todo o porque el presente también es esta vasta acumulación material de expe riencias humanas y no humanas en un tiempo profundo que se extiende hacia el pasado y también hacia el futuro. Todo tiene memoria retrospectiva y prospectiva: el agua, la tierra, el cuerpo. El poeta japonés-americano Brandon Shimoda, quien ha hecho un trabajo admirable sobre la experiencia de sus abuelos en los campos de internamiento establecidos por Roosevelt durante la Segunda Guerra Mundial, reflexionaba en Hydra Medusa, su libro más reciente, sobre el concepto de ancestralidad. ¿Qué es tener ancestros? ¿Quién elige o qué práctica determina su persistencia en la memoria? ¿Cómo se les cuida o se les transforma o se les convoca? ¿Es posible transformarse en uno? Yo he iniciado hoy con una historia de ancestros, porque, como Annie Ernaux declaró tan fervientemente no hace mucho, creo que también he escrito para vengar a los míos y las mías, para traerlos a colación en un medio que una y otra vez ha tratado de relegarlos al olvido o al estereotipo. No es una idea nueva y la han experimentado otros con gran acierto y más valentía, visitando el pasado y avizorando el futuro, y mientras tanto complicando las historias oficiales donde los migrantes y las mujeres brillan por su ausencia o son reducidos a caricaturas de sí mismos. [...]
Habrán notado la gran cantidad de incertidumbre, materializada en la repetición de los tal vez, quizá, acaso, que se desprende de la historia del origen. Todos estos años después de haber llevado a cabo la investigación que resultó en la escritura y eventual publicación de Autobiografía del algodón, el libro en el que primero exploré estos sucesos, todavía dudo. [...] ¿Realmente fue así? ¿Estoy haciendo honor a la verdad u honor a la ficción, o deshonro a ambas, cuando produzco una escena de la que no fui parte y que reconstruyo a cuentagotas, laboriosamente, muy cerca del trabajo meticuloso de investigadores y archivistas, gracias a la existencia de documentos añejos, y tan cerca también de la imaginación? ¿Hago bien en sugerir, mediante la repetición de un nombre propio, una conexión a través del tiempo y del espacio, bien anclada en la memoria colectiva, entre el destierro de la familia y descendientes de un guachichil tumultuario de finales del siglo XVIII y la destitución de mis antepasados a inicios del XX? Y [...] ¿es posible, desde el siglo XXI, dar cuenta cabal de esa realidad que incluye el drama del territorio y el drama de la migración? ¿Es posible del todo organizar los vocablos, las oraciones, los signos de puntuación, los párrafos o los versos para que quepan ahí los cuerpos de los hombres y las mujeres pobres que, un buen día, emprendieron un viaje sin retorno, y el territorio árido, siempre expansivo, sobre el que afincaron sus pies, y los cultivos y minerales con los que entraron en una relación carnal y asimétrica, y tantas veces cruel, que, sin embargo, les asegura un lugar sobre el planeta?
Estas preguntas me han atareado y me han puesto simultáneamente en alerta por años enteros. A todas ellas [...] he respondido con un sonoro sí en Había mucha neblina o humo o no sé qué, Autobiografía del algodón y El invencible verano de Liliana, libros que he publicado en lo que llevamos del siglo XXI y que oscilan entre la ficción y la no ficción, valiéndose de la investigación de campo y la investigación de archivo, de la entrevista y la reescritura, para aproximarse lo más posible a experiencias de acumulación y de justicia que, más que estar a punto de difuminarse, han quedado sedimentadas, materialmente, en las capas de tierra y en las capas de la atmósfera que me alientan a manifestarlas como preguntas en primer lugar. Se dicen fácil todos estos conceptos, pero cada uno de ellos —ficción y no ficción, investigación y escritura, sedimento y acumulación, tierra y atmósfera, archivo y materialidad, cuerpo y género— lleva dentro de sí discusiones largas.