En los últimos años, las cuotas de género han ganado terreno como una medida para impulsar la representación de las mujeres en espacios de poder. A primera vista, parecen una solución efectiva: una herramienta para equilibrar el acceso y visibilizar liderazgos femeninos. Sin embargo, una mirada más crítica revela que, aunque bien intencionadas, estas políticas suelen ser una respuesta superficial a problemas más profundos y, en algunos casos, incluso contraproducentes.
El principal problema de las cuotas es que muchas veces se piensa en términos de género antes que en términos de idoneidad. ¿Es justo descalificar a un candidato simplemente por ser hombre, aunque tenga las competencias necesarias para el puesto? ¿Y qué sucede cuando, por cumplir con una cuota, se elige a una mujer que quizá aún no cuenta con las habilidades específicas para desempeñar ese papel de forma óptima? Esto no solo discrimina al hombre que podría haber hecho un trabajo sobresaliente, sino que también coloca a la mujer en una posición donde enfrentará más desafíos de los necesarios para adaptarse a un puesto que quizás no estaba completamente lista para asumir.
Este tipo de políticas, lejos de ser un avance real, pueden acabar perjudicando a ambos lados. En lugar de pensar en cuotas, deberíamos pensar en competencias. Si de verdad queremos que más mujeres accedan a puestos de liderazgo, la solución no está en rellenar espacios, sino en abrir caminos. Necesitamos planes de formación que permitan a las mujeres desarrollar las habilidades necesarias para competir en igualdad de condiciones. Necesitamos programas que trabajen desde la base, que lleguen a las mujeres que realmente enfrentan barreras estructurales.
Es aquí donde radica otra de mis críticas hacia las cuotas: muchas de las políticas feministas que las acompañan benefician principalmente a mujeres con necesidades básicas ya cubiertas. Por ejemplo, las iniciativas que promueven el acceso a sectores de alto rendimiento profesional, como algunas industrias tecnológicas o creativas, no abordan, en su mayoría, los problemas de las mujeres que enfrentan violencia, exclusión o precariedad extrema. ¿Qué ganamos al tener más mujeres en altos puestos si, al mismo tiempo, miles de ellas siguen sin acceso a educación, seguridad o justicia? ¿No es esto una forma de simular avances mientras se descuidan problemas de fondo?
Para lograr una verdadera igualdad, necesitamos menos simulación y más acción estructural. Si queremos que las mujeres lleguen a más posiciones de poder, empecemos por garantizarles condiciones de partida justas: acceso a educación, programas contra la violencia de género, igualdad salarial y mecanismos que les permitan tener voz en los espacios donde sus experiencias son ignoradas. Y no solo eso. Es fundamental combatir lo que la filósofa Miranda Fricker llama injusticia epistémica: la tendencia a desestimar las perspectivas de las mujeres simplemente por el hecho de que provienen de ellas. Reconocer su autoridad como voces válidas y necesarias no requiere de cuotas, sino de un cambio cultural profundo.
No se trata de rechazar de lleno las cuotas, sino de preguntarnos si son realmente la solución o si, al centrarnos en ellas, estamos descuidando las raíces del problema. La igualdad no se logra distribuyendo puestos, sino generando condiciones para que cualquier persona—independientemente de su género—pueda competir y destacar en igualdad de circunstancias. Y eso, me temo, no se soluciona con medidas rápidas o políticamente correctas.
El verdadero avance será cuando dejemos de pensar en cuotas y empecemos a pensar en competencias. Cuando las políticas feministas no solo beneficien a mujeres que ya tienen un pie en la puerta, sino que abran esa puerta para todas. Cuando dejemos de aplaudir iniciativas llamativas y empecemos a trabajar en problemas que no son tan mediáticos, pero sí más urgentes: la violencia, la exclusión, la falta de oportunidades. Porque la igualdad no debe ser una cuestión de símbolos, sino de justicia. Y esa, como bien sabemos, es la más difícil de alcanzar, pero también la más necesaria.
- Profesora investigadora del Instituto de Humanidades de la Universidad Panamericana.