Eduardo Matos Moctezuma y Leonardo López Luján “dan un retorno a la página” y narran la aventura de los ancestros de la arqueología, esos personajes y colectivos que dieron los pasos primigenios en la disciplina que después revelaría un pasado glorioso, monumental, filosófico, estético, doloroso y sorprendente.
Y esos ancestros, que eran anticuarios, coleccionistas, letrados, clérigos, algunos extranjeros, y otras personas pudientes, con los pocos recursos que tenían, trazaron la estela, no exenta de peligros y decepciones, de lo que hoy es la arqueología mexicana.
Una aventura cuyo repositorio es el libro titulado “Arqueología Mexicana, sus orígenes y proyecciones”, conformado por siete artículos: “De Sigüenza a Boturini: dos caras de la misma moneda”, “El retorno de los dioses. La Coatlicue y La Piedra del Sol” y “El Museo Nacional Mexicano”, escritos por Matos Moctezuma; y “Las excavaciones borbónicas en el sur de Italia y su impacto en la Nueva España y Guatemala”, “Las primeras exploraciones en Xochicalco, El Cerrito, El Tajín, Cantona y Teotihuacan”, “Guillermo Dupaix y sus correrías previas a la Real Expedición Anticuaria en Nueva España” y “Coleccionismo arqueológico en la Nueva España a fines del periodo borbónico”, de López Luján.
¿Cómo fue el desarrollo de este libro?
Eduardo Matos: Lo escribí junto con Leonardo y está editado por El Colegio Nacional. Es una mirada al inicio de nuestra arqueología y escribo tres capítulo: el primero, que abre el libro, es “De Sigüenza a Boturini, dos caras de la misma moneda”. Se trata de un análisis que muestra los paralelismos entre ambos personajes y, finalmente, como Sigüenza es muy reconocido en su momento y, posteriormente, como destacaría Lorenzo.
Ambos son devotos de la Virgen de Guadalupe y eran coleccionistas de documentos, pero uno corre con suerte y es Sigüenza y Góngora, mientras Boturini fue marcado por el infortunio: le decomisan su acervo que estaba en el Museo Histórico Indiano, que había fundado, y a él lo mandan a España para ser juzgado.
Después viene el capítulo “El retorno de los dioses. La Coatlicue y la Piedra del Sol”, que describe cómo fueron descubiertas. Luego viene un capítulo de Leonardo que narra las excavaciones borbónicas en el sur de Italia y el impacto que tuvieron en la Nueva España, además del destinado a Guillermo Dupaix.
¿Un libro que parece una serie de aventuras, anécdotas…?
Eduardo Matos: Como su título lo indica “Arqueología Mexicana, sus orígenes y proyecciones”, describe el interés que emerge en el siglo XVII y se incrementa a lo largo del XVIII por lo que ahora es la arqueología mexicana.
Hay que recordar que Sigüenza es uno de los primeros que va a excavar en Teotihuacán y, luego en el siglo XVIII, vemos a otros personajes como de José Antonio Alzate o Antonio de León y Gama, quien escribe el famoso libro que se refiere precisamente a los hallazgos de la Coatlicue y la Piedra del Sol, en lo que hoy es el Zócalo.
Leonardo López Luján: Es inicio de la arqueología en México, es decir, en la Nueva España, porque aún no éramos independientes. Es un periodo que han llamado anticuarianismo, porque lo dominan los anticuarios y no los científicos. También le llaman el período de la pre-arqueología o el período de la arqueología precientífica. ¿Y por qué? Porque la arqueología, como ciencia, surge en la segunda mitad del siglo XIX.
¿Es un libro en el que confluyen varias historias?
Eduardo Matos: Una de estas es la valorización del legado prehispánico. En el siglo XVIII, España fue criticada por varios países que consideran la conquista de América como algo menor, que se hizo sobre pueblos primitivos.
Leonardo López: En esta historia, había otro punto: los criollos tienen propósitos independentistas y buscan construir una nueva identidad nacional y para ello requieren del conocimiento histórico de las sociedades prehispánicas y generar un orgullo por los orígenes.
Y al mismo tiempo, los españoles, comienzan a valorar el pasado prehispánico y les sirve porque España estaba sufriendo el asedio de Francia e Inglaterra, fundamentalmente, que señalan que la Conquista no tuvo ningún mérito. Los españoles buscan demostrar a toda costa que los pueblos que encontraron nada tenían de salvajes, sino eran grandes civilizaciones, con ciudades, con escritura, arte, es decir, todos los elementos que sirven para definir una civilización y por lo que la conquista de América fue una gran hazaña.
LA REVALORIZACIÓN
Leonardo López cuenta que en los primeros años de la Colonia, los hallazgos de objetos mexicas, mayas, olmecas…, eran consideradas cosas del diablo y eran reducidos a pedazos.
Pero ya con la arqueología precientífica, añade, se comienzan a apreciar estos objetos y edificaciones. Ahora, estos fragmentos del pasado ya no se consideran obras demoníacas que debe ser destruidas en miles de pedazos, sino objetos dignos, por ejemplo, de ser exhibidos.
Y cuando aparecen estas piedras muy interesantes en la Ciudad de México, capital de la Nueva España, son incorporadas a las mansiones barrocas y luego a las mansiones neoclásicas como elementos decorativos.
“Las empotran e incluyen en las fachadas o dinteles, en las jambas, en las esquinas, como elementos decorativos. Y muchos de estos objetos todavía han llegado a la actualidad, como la Serpiente Emplumada que está en la esquina del Museo de la Ciudad de México”.
En otros casos, explica, se llevan a recintos museísticos o académicos para su exhibición. Eso sucede con el monolito de la Coatlicue y la Piedra de Tízoc, que aparecen en 1790 y 1791, respectivamente, y se llevan a la Real Universidad, que estaba atrás de lo que ahora es la Suprema Corte de Justicia.
Hay otro punto, añade el arqueólogo, la inteligencia de la Ciudad de México, esos hombres que tienen una situación económica desahogada y visitantes como Dupaix, Humboldt…, se interesaron por las antigüedades y ya no sólo era el rehuso de esculturas en fachadas o su exhibición, sino también el interés de estos individuos que los volvió coleccionistas y se hicieron objetos arqueológicos y, en otros casos, códices, pictografías, documentos que hablaban precisamente de las civilizaciones que se desarrollaron en territorio mexicano antes de la llegada de los europeos.
“Había tertulias en la Ciudad de México donde estos varones se emborracharían, pero lo más interesante es que hablaban de sus aficiones comunes e intercambiaban información, es decir, hablaban de sus colecciones de objetos arqueológicos en piedra, cerámica, madera…, se las mostraban, se las prestaban y hay registros que lo hacían, porque les gustaba reunir un número considerable de objetos y presumirlos”.
Así, explica López Luján, estos varones que viajan por el territorio mesoamericano hacen las primeras exploraciones, entre ellas la más antigua que tenemos documentada, la de Carlos de Sigüenza y Góngora que excavó en Teotihuacan.
Otro, agrega, es José Antonio de Alzate. Él realiza una exploración en Xochicalco, hace dibujos, aunque era mal dibujante, y en un diario escribe sus observaciones y regresa a la Ciudad de México. Su informe más adelante se publicará.
LA GUERRA DE LOS ANTONIOS
Leonardo López cuenta que en uno de los capítulos que escribe, habla de una polémica que hubo en 1990, que llamó “La guerra de los Antonios”.
Qué es la guerra de los Antonios, dice el arqueólogo y lo explica: En 1990 hubo una enorme discusión porque se cumplían en 1990 los 200 años del descubrimiento del Coatlicue. Eduardo Matos Moctezuma tiene el tino de decirle al entonces director general del INAH, Roberto García, “vamos a festejar estos momentos iniciáticos de la arqueología en México y podemos tomar como base los descubrimientos de la Coatlicue y la Piedra del Sol que se dieron en el actual Zócalo”.
Hubo conferencias, publicaciones y, entre otras cosas, ponen dos placas en la plancha del Zócalo: una de la Piedra del Sol, que se la robaron, ahora ya la reemplazaron, añade López Luján.
“Pero uno de los miembros del comité, Carlos Navarrete, guatemalteco que hace también historia de la arqueología, se inconforma porque dice que los mexicanos, obviamente aludiendo a Matos, somos unos centralistas porque fijamos el origen de la arqueología en la Ciudad de México en el año de 1790, y dimos la paternidad a un astrónomo y anticuario: Antonio de León y Gama”.
En ese tiempo, agrega, Navarrete argumentó que en la antigua Capitanía General de Guatemala, hubo tres expediciones al sitio de Palenque antes de 1790, y esas serían el inicio de la arqueología. “Eso deberíamos estar festejando”, decía y no a Antonio de León y Gama.
Los otros tres exploradores, se llamaban Antonio también y son: un teniente español que era José Antonio Calderón, que va a Palenque en 1784, es decir, seis años antes que el descubrimiento aquí en el Zócalo; luego el arquitecto italiano Antonio Bernasconi, que va a Palenque al año siguiente en 1785, y luego a un capitán que no sabemos si es español o es ya criollo, Antonio del Río, que va en 1787.
Con estos datos, añade el Premio Crónica, Navarrete decía que la paternidad tendría que caer en José Antonio Calderón, Antonio Bernasconi y Antonio del Río, y no como decía, en Antonio de León y Gama.
En respuesta, Matos daba el argumento que efectivamente a nivel cronológico estas tres expediciones eran anteriores al hallazgo de Coatlicue en la Ciudad de México, pero fueron hechas por militares o enviados de una superioridad a cumplir órdenes y cuyos reportes de viaje de expedición no tuvieron ninguna trascendencia, porque se publicaron muchos años después. En cambio, el hallazgo de la Coatlicue y la Piedra del Sol fue de gran relevancia, finaliza López Luján.