En menos de diez años, entre 1845 y 1854, México perdió un poco más de la mitad de su territorio. Ese enorme y rico espacio, comprendido entre los Océanos Pacífico y Atlántico, que iba desde la Alta California hasta Texas, y que durante cerca de tres siglos estuvo bajo la influencia española y finalmente mexicana, pasó a formar parte de los Estados Unidos mediante una injusta anexión, conquista o compra bajo condiciones de presión. Las dificultades políticas internas del México lejano, y frecuentemente ausente, y la voracidad territorial del gobierno y pobladores de aquel país favorecieron esa importante y dolorosa pérdida. La población mexicana que habitaba a la sazón esa zona llegaba a varios miles, y la mayoría se localizaba en una franja de 400 kilómetros a lo largo de la frontera actual entre los dos países.
Hacia finales del siglo XIX los Estados Unidos se habían convertido ya en la economía más dinámica del mundo, lo que aceleró la necesidad de trabajadores provenientes principalmente de su cercano —pero frecuentemente distante— vecino del sur. De esta manera la presencia mexicana se hizo y se ha hecho cada vez más visible en todas las actividades de la vida de ese enorme país. Nos causa una extraordinaria satisfacción que los chicanos (de descendencia mexicana y mejor conocidos peyorativamente como pochos en décadas pasadas) y los nacidos en México —con o sin documentos migratorios—, que ya ascienden aproximadamente al 11.4% del total de habitantes (estimaciones recientes señalan entre el 12-15%), además de sus ocupaciones tradicionales ya empiezan visiblemente a ocupar posiciones relevantes en las universidades y escuelas, en las empresas grandes y pequeñas, en la política federal, estatal y comunitaria, así como en diversos organismos de la sociedad civil. Y su rápido crecimiento poblacional, en buena parte debido a su propia religión, augura que hacia mediados de este siglo XXI la pigmentación morena minoritaria será enormemente visible, y en algunas regiones francamente mayoritaria.
De esta manera estamos ante la reconquista pacífica y silenciosa más grande de nuestra identidad que haya registrado la historia jamás.
Los mexicanos de antes y de ahora y los chicanos (descritos todos ellos en la actualidad con el término genérico de paisanos, menos peyorativo y quizá hasta más cálido) se han mantenido en la medida de lo posible fieles a sus tradiciones; así, han insertado también en esa rica y abierta sociedad anglosajona, todavía mayoritaria, sus hábitos alimentarios. De esta manera, los alimentos y bebidas, e incluso diversas plantas de tipo medicinal de esta parte del mundo, cada vez tienen ahí una mayor aceptación y demanda, y no solamente en la zona que perdimos, sino a lo largo y ancho de todo ese territorio. Y ha sido principalmente desde los Estados Unidos, por lo menos en sus inicios, que los alimentos y bebidas de tipo mexicano empezaron a darse a conocer en una buena parte del mundo. Es decir, los chicanos y mexicanos de allá también en eso han contribuido con su país de origen; país que no supo, no pudo, o no le interesó (o todo ello junto) mantenerlos en su seno y darles la oportunidad para una vida decorosa.
En adición a lo anterior, los paisanos envían en la actualidad a sus familias en México remesas que ya sobrepasan los 66,500 millones de dólares anuales; por cierto, uno de los principales ingresos de nuestro país que representa el 3.7% del producto interno bruto nacional. Es difícil imaginarse a un México en calma (y con los todavía modestos niveles de bienestar) sin esa participación cada vez más notable.
Por lo anterior, los paisanos deberían ser para nosotros — y tanto más para aquellos que, como el autor (OPL), provienen de esos antiguos mexicanos abandonados a su suerte— héroes nacionales anónimos. Por todo ello, es altamente pertinente dedicarles esta nota, con toda humildad y profunda admiración, a los inmigrantes mexicanos todos, y hacerles llegar un saludo fraternal cuya duración será equivalente al infinito, es decir para siempre.
*El autor es originario de la sierra de Sinaloa, miembro vitalicio del Colegio de Sinaloa, Premio Nacional de Ciencias, y de la Academia Mundial de Ciencias, Trieste, y es Investigador Emérito del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional / octavio.paredes@cinvestav.mx / 25-01-2025)