Desde el punto de vista de la morfología vegetal, la inflorescencia es entendida como el eje o brote de la planta que sirve en la producción de las flores y que se modifica según corresponda. Esta idea se refiere al hecho de que en la sección del tallo donde se desarrollan las flores pueden presentarse diversas modificaciones en su morfología; como la reducción o completa supresión de hojas, la elongación o acortamiento del brote mismo o la eliminación de los pedicelos florales.
La combinación de estos y otros cambios morfológicos que se han producido a través del tiempo han derivado en una amplia gama del aspecto que presentan las inflorescencias. Así, de la inflorescencia más simple, constituida por una flor solitaria, pasando por arquitecturas más o menos sencillas, como el dicasio (grupo de tres flores, una central y dos laterales, sostenidas por un pedúnculo común), el racimo (varias flores pediceladas dispuestas a lo largo de un eje simple) y la umbela (flores aglomeradas, con pedicelos de igual longitud, en el extremo de un pedúnculo simple), se ha llegado a la construcción de inflorescencias realmente complejas. En esta oportunidad, quisiera llamar la atención al caso de las inflorescencias que semejan una sola flor; es decir, de tipo antoide.
Existen varios casos de plantas con inflorescencias de tipo antoide bien conocidos entre el común de la gente; por ejemplo, la mafafa o capote emparentada con los cartuchos o alcatraces, al igual que con los anturios, distintas clases de girasoles, el cempasúchil, las buganvilias y, por supuesto, la nochebuena.
En todas ellas, lo que identifica el público como la flor, es en realidad una inflorescencia, un conjunto o ramillete de flores disimulado. En todos los ejemplos citados se presenta una o varias estructuras que, por su forma y/o color diferente al de las hojas, semejan o sugieren una corola, es decir, los pétalos de una flor. Lo interesante es que esas estructuras, según la planta que se trate, pueden tener un origen diferente. Por ejemplo, en el árbol conocido como xochilcorona (Figura 1A), lo que semeja los pétalos de una corola parecida a un farol, son unas largas brácteas que salen justo debajo de un cúmulo o capítulo de flores y se unen por su ápice encima de ellas; en el arbolito llamado matagallina (Figura 1B), cada una de las “flores” que se aprecian en la imagen es en realidad una pequeña inflorescencia, donde los “pétalos” son unos apéndices aplanados que circundan cada una de las glándulas que bordean al ciatio (la inflorescencia propiamente dicha), una especie de copa que alberga una flor femenina y varias masculinas, todas muy reducidas en su morfología; en la mafafa o capote (Figura 2A), la “flor” es una inflorescencia, llamada espádice, compuesta por numerosas flores dispuestas apretadamente sobre un eje indiviso, acompañado por una bráctea corolina que envuelve, en mayor o menor parte al conjunto de flores; en el arbusto emparentado con los girasoles, llamado rosa blanca, teresita o zopacle (Figura 2B), las “flores” que produce la planta son inflorescencias, denominadas capítulos, cada una conformada por un grupo central de muchas flores (lo amarillo de la “flor”) rodeado por un círculo sencillo de flores, cuyas corolas se proyectan, una a una, a manera de una cinta semejando así los “pétalos” blancos de la “flor”.
¿Qué situaciones, físicas y/o biológicas, han conducido al desarrollo de estas morfologías en las inflorescencias? Las razones no están del todo claras en cada caso, pero una cosa es cierta: cada una tiene su propia historia.
Pero hay, sin embargo, un aspecto que es común a todas ellas, que tiene que ver con la tendencia, dentro de diferentes grupos (familias) de plantas con flores, a producir inflorescencias compactas con flores más numerosas. Es decir que por distintas trayectorias evolutivas se ha llegado a lo mismo, a través de la reducción de los ejes (raquis y pedicelos) de la inflorescencia, a la par de la transformación o reducción de elementos foliares asociados.
Con ello se alcanza la construcción de la base estructural de la inflorescencia de tipo antoide, o sea, la concentración de las flores en uno o varios puntos del eje florífero. Cabe aclarar, sin embargo, que, llegando a este punto, no todas las inflorescencias han derivado en una de tipo antoide; al menos no en el sentido corriente de cómo se concibe a la flor, es decir, el órgano vegetal conformado por cáliz, corola y las estructuras reproductoras correspondientes.
En otros grupos de plantas, al mismo tiempo que ocurre la compactación de la inflorescencia, también se reducen o incluso se eliminan las partes constitutivas de las flores (sépalos, pétalos, estambres y pistilos) y, al final, aunque no luzcan como “flores” individuales, biológicamente funcionan como tales; otra vez, ramilletes disimulados. Un par de ejemplos son el liquidámbar u ocozote (figura 3A) y varias especies relacionadas con el acuyo (Figura 3B). Considerando lo anterior, se puede pensar que lo que se ha seleccionado en el curso de la evolución de todas esas especies con inflorescencias antoides, no es necesariamente, una inflorescencia de ese tipo, sino la disposición espacial para que, en un solo evento de polinización, los pistilos de varias o muchas flores, por su cercanía, puedan ser polinizados, asegurando de este modo la producción de semillas suficientes para la persistencia de la especie.
Al parecer, la presencia de estructuras semejando pétalos en las inflorescencias antoides, aunque importante, es secundaria, ya que también son numerosos los casos en los que se encuentran inflorescencias formadas por cúmulos de flores en arreglos diversos, pero sin brácteas adyacentes o modificaciones florales que sugieran una sola flor en su conjunto. En fin, ya sea que se trate de una flor individual, o de una inflorescencia camuflada, no hay que olvidar que estas estructuras vegetales son, aparte de estéticamente bellas, compendios de historia evolutiva en la continua diversificación de las plantas.