Academia

La separación entre el poder político y la actividad científica no es saludable

“Ciencia en México: divorcio y reconciliación”, un artículo de Gerardo Herrera

Científica del Tec Grissel Trujillo, investigadora del Tec. Tomada del trabajo 30 mujeres en la ciencias. (Tec)

El entendimiento y la práctica de la ciencia se vuelve cada vez más crucial en un mundo donde se anuncian nuevos procesadores cuánticos cada año, en que se habla de terapia génicas y la exploración espacial llega más lejos y con mayor participación mundial; un mundo en que se construyen grandes laboratorios e infraestructuras científicas compartidas y la Inteligencia Artificial irrumpe como promesa y amenaza.

Es por eso muy afortunado que ahora la Constitución mexicana en su artículo 3, fracción V establezca a la ciencia como derecho humano. Todas las personas tienen derecho al disfrute de los beneficios que resulten de los descubrimientos científicos y es una obligación del Estado apoyar la investigación científica, humanística y tecnológica.

Qué afortunado también que entre los “100 compromisos para el Segundo Piso de la Cuarta Transformación” exista un apartado que se titule “Republica educadora, humanista, y científica” y que el número 33 de esa lista sea: “México será potencia tecnológica y de innovación”

La separación entre el poder político y la actividad científica no es saludable. Tampoco es el patrón en países con altos niveles de tecnología e innovación. En esos países se tiene secretarías o ministerios dedicados a la materia, de tal suerte que el estado juega un papel importante y efectivo en el desarrollo de la investigación científica y el desarrollo tecnológico marcando pauta y directriz, programando, impulsando y financiando.

Pensar que el nombrar científicos para que estén al frente de organismos dedicados a organizar la agenda científica de México resuelve el divorcio entre la comunidad académica y el estado, es ilusorio. Ya lo vimos en nuestro país cuando no hace mucho se produjo una acre divergencia entre la agencia de financiamiento en ciencia y tecnología y la comunidad académica. El desencuentro generó controversias, amargas discusiones y altercados.

“Se intentó encarcelar a investigadores universitarios y eso no debemos olvidarlo nunca”

En el mundo hemos visto a lo largo de la historia como es que los científicos haciendo política no necesariamente garantizan una visión universal, humana y con sentido social. Todos conocemos los resultados de Trofim Lysenko, el agrónomo ejemplar y genio del campo que, al frente de la política agropecuaria en la Unión Soviética aplicaría sus teorías extravagantes para producir un fracaso estrepitoso. El especialista en plantas decretó como equivocado y capitalista al floreciente campo científico de la genética, reprimió encarcelando y asesinando a quienes se oponían a su ideología y castigó las posturas científicas sumiendo así a la Unión Soviética en un atraso histórico en biología.

También conocemos la política en ciencia del nacionalsocialismo en Alemania que promulgó una “física aria” y puso al frente a Philpp Lenard (premio Nobel de Física). Las ideas del régimen apoyado por científicos de alto nivel como Rudolf Tomaschek y Johannes Stark acabarían por destruir la grandiosa tradición científica de ese país.

La fórmula para salvar la separación entre el Estado y la academia no es el nombramiento de científicos en los organismos clave. Aquí mismo se intentó encarcelar a investigadores universitarios y eso no debemos olvidarlo nunca. Debemos decirlo una y otra y otra vez porque es un evento tan oscuro como histórico. Vimos a la comunidad académica siendo atacada con decisiones unilaterales y escuchamos un discurso de odio que criticaba la actividad científica. No solo se redujeron presupuestos, también se afectó la organización de la comunidad y se limitó la participación de México en proyectos internacionales.

La presencia de México en el Gran Colisionador de Hadrones del Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN) es un ejemplo de la visión que no ponderó la participación de México en el concierto internacional donde se genera el conocimiento. Se quiso impulsar una ciencia autóctona como si se pudiera hablar de una “física mexicana” en aras de lo que se dio en llamar soberanía nacional.

Y, sin embargo, ¿cómo podemos hablar de soberanía nacional en ciencia y tecnología si los dispositivos detectores de radiación diseñados, construidos y operados por mexicanos para los experimentos del Gran Colisionador de Hadrones deben ahora ser tomados por grupos de otros países toda vez que el grupo mexicano no se hace cargo de su mantenimiento?

De que soberanía nacional hablamos cuando la política científica somete a los grupos de investigadores mexicanos a la necesidad de abandonar su responsabilidad y entregar el producto de su creatividad a grupos que pagan la cuenta de luz, la renovación de componentes y el mantenimiento general.

“Se quiso impulsar una ciencia autóctona como si se pudiera hablar de una ‘física mexicana’ en aras de lo que se dio en llamar soberanía nacional”

Si los reportes de resultados obtenidos con la participación de México lo hacen investigadores europeos o norteamericanos porque los mexicanos no tenemos los recursos para asistir a conferencias.

Si la colaboración de México en el proyecto más visible del mundo en física de partículas elementales se pulveriza después de años de esfuerzo y construcción en que llegamos a alcanzar el más alto nivel de participación construyendo el experimento mismo.

Ahora contamos con la oportunidad de inaugurar una nueva época. Se ha llegado a hablar de reconciliación y por reconciliación uno se imagina la recuperación de un estado de cosas que por un tiempo y por alguna razón fue quebrantado. Con un proceso de reconciliación uno entendería la superación de rupturas y distanciamientos. Se trataría pues, del restablecimiento de un vínculo y la recomposición de un lazo.

Si bien no esperamos llegar a la concordia y el entendimiento paradisiaco si por lo menos podemos intentar un acercamiento, buena comunicación y el reconocimiento mutuo del papel que las partes deben jugar en un país.

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