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El lingüista impartió la conferencia “Los nombres de las estrellas”, como parte del ciclo Historias de palabras...

La cultura astronómica no puede prescindir de la lengua: Luis Fernando Lara

Constelaciones y sus nombres Se puede deducir que los nombres de estrellas y constelaciones no fueron simples convenciones arbitrarias, señaló Luis Fernando Lara. (ECN)

“Nombrar estrellas es parte de los procesos humanos de significación de su experiencia, es decir, de la atribución de sentido a los objetos que vale la pena destacar y comunicar a los demás, y para eso sirven las lenguas”, destacó el lingüista Luis Fernando Lara, miembro de El Colegio Nacional, al dictar la conferencia “Los nombres de las estrellas”, como parte del ciclo Historias de palabras. La cultura detrás de las palabras.

En una sesión celebrada de manera presencial en el Aula Mayor de la institución, el especialista dijo que para dotar de nombres a las estrellas se requieren la intervención de dos procesos perceptuales y tres culturales: son procesos perceptuales, propios de la facultad humana del lenguaje, los que vienen de la estrella como su brillantez, su movimiento y su posición; en segundo lugar está la atribución de forma a ciertas agrupaciones aparentes de estrellas, “lo que obedece a la capacidad humana de reconocimiento de formas”.

“Ambos procesos son el sustento universal necesario para los tres siguientes, que nacen en las culturas: la asociación con diferentes construcciones míticas, la atribución de efectos sobre la vida humana y la atribución del nombre para honrar a una persona, como es el caso de Hiparco de Nicea, precursor de los estudios astronómicos en occidente, en homenaje al cual se nombró a un asteroide y sendos cráteres en la Luna y en Marte”.

Por esa razón, destacó el colegiado, la cultura astronómica no puede prescindir de la cultura de la lengua, “que contribuye a darle sentido humano al cielo”, más allá de los esfuerzos que se han desarrollado a lo largo de la historia de la humanidad, tanto para observar al cielo, como para dotarlo de significado a través del lenguaje, como lo hizo, por ejemplo, Richard Hinckley Allen, un estadounidense contemporáneo de Edmund James Webb, quien escribió también un libro acerca de los nombres de las estrellas, Star names: their lore and meaning, publicado en 1899.

“A diferencia de Webb, según dice su pequeña biografía, era tan corto de vista, que no pudo ser un buen contemplador de estrellas. En cambio, era un erudito para quien los libros eran su manera de conocer el cielo: aquel envoltorio de la Tierra que creó Urano, según los mitos griegos, o Itzamná, señor del cielo según el mito maya”.

Edmund James Webb se consideraba a sí mismo solamente como un contemplador de estrellas. Escribió un pequeño libro titulado Los nombres de las estrellas, traducido por el Fondo de Cultura Económica en 1959, en cuya introducción escribe: “el mero contemplador de estrellas, aunque no tenga necesariamente que ser indiferente a lo que ocurre en su interior, a los átomos y a los componentes de los átomos con que se deleitan los astrónomos modernos, conserva ese amor, ese gusto por el aspecto del cielo estrellado que ha poseído al hombre desde que se elevó a la dignidad de lo humano y que, tal vez, haya sido la causa de que la haya alcanzado. Mientras las contemplan puede sentir todavía la alegría del pastor homérico, la veneración de egipcios y caldeos la curiosidad de los primeros matemáticos”.

Más allá de que Webb no alcanzó a conocer las fotografías que nos ofrecen hoy los telescopios espaciales, pues en una noche suficientemente oscura se podría mirar la Vía Láctea en plenitud, quizá agradecería la última composición fotográfica de nuestra galaxia, que nos ofrece el telescopio Webb (El nombre del telescopio es en honor de James Webb, funcionario de la NASA) y la Agencia Espacial Europea, “aunque su alegría no fuera de la misma clase”.

“Un contemplador de estrellas como nosotros, en cambio, casi no puede disfrutar su lista directamente, pues la luminosidad del ambiente ya nos impide admirar su profusión luminosa y no nos quedan más que las fotografías, pero qué grandiosas fotografías. No podemos imaginar, como lo hace Webb, la perplejidad del primitivo ser humano al mirar el cielo nocturno, tachonado de estrellas, surcado por una franja luminosa que parece un camino de leche, la Vía láctea con un movimiento que se va comprobando el paso de las noches, destacan ciertas estrellas por su brillantez y su color, se vislumbran notables agrupaciones estelares aquí y allá, sorprende la fugacidad de los aerolitos que cruzan el cielo y asombra la aparición de un cometa. Nos podemos imaginar cuántos miles de años le llevó a esos seres humanos elaborar un conocimiento de cielo nocturno, transmitido pacientemente de unas generaciones a otras”.

Un análisis semántico

Ese conocimiento del cielo nocturno enfrentó, después de su observación, el desafío de nombrarlo. Aun cuando el colegiado no tenía la intención de ofrecer una historia completa de los nombres de las estrellas, porque no solamente excedería el tiempo de que se disponía, sino “porque se trata de una ingente empresa enciclopédica más allá de mi esfuerzo personal”, su objetivo fue elaborar un análisis semántico que explique el origen de los nombres de las estrellas.

Obras fundamentales para el conocimiento astronómico en occidente fueron el Almagesto, de Claudio Ptolomeo, y los libros de Alfonso el Sabio, en particular las llamadas Tablas alfonsíes, consideradas las obras astronómicas más importantes hasta la época de Kepler y Copérnico en los siglos XV al XVI, siendo el principal interés de Luis Fernando Lara en su conferencia la construcción de un marco general de comprensión acerca de los procesos de significación y en el caso de los nombres de las estrellas procesos de designación, producidas en la cultura y en la lengua para demostrar, por un lado, que nada hubo en la naturaleza de las estrellas que diera origen a sus nombres, como lo creía Cratilo.

“Por el otro, tampoco se trató de meras convenciones para nombrarlas como lo sostenía Hermógenes, sino que provienen de las facultades humanas de la percepción y la necesidad de singularizarlas en relación con el transcurso del tiempo y las épocas del año en que sirven de indicios para los ciclos agrícolas o para algunas ceremonias religiosas”.

De esta manera se puede deducir que los nombres de estrellas y constelaciones no fueron simples convenciones arbitrarias, como son ahora los nombres de muchos objetos celestes, resaltó el lingüista.

“El nombre de la constelación llamada Osa menor, la cual ha dado lugar a través de la historia a las más peregrinas explicaciones sobre la razón y el origen de su nombre; Webb y Hinckley dedican varias páginas a esa discusión etimológica: se le llamaba, por ejemplo, ‘rabo de perro’; otros la relacionaban con una ciudad en Arcadia, cuyo nombre estaba relacionado con los osos. Los daneses, la consideraban carro menor y más modernamente en inglés la llaman little deepper (cazo pequeño), mientras entre los árabes ya la llamaron Osa menor”.

Más allá de que la Osa menor llegara con ese nombre a Occidente y hasta nuestro tiempo, cuando pudo conocerse como perro, lobo, cazo u osa, Luis Fernando Lara se refirió al texto de Alfonso El Sabio para tratar de entender cómo llegó hasta nuestros días, con todo y las dudas que manifestaba: “en consecuencia, creemos, más bien, que fueron espiritualmente concebidas por la ciencia las figuras de la estrella y la forma de las constelaciones, no por otra sabiduría, ni de vista ni de ojos, ni de la obra que hicieran sobre las cosas terrenales”.

“Webb sostenía que el nombre de Osa menor lo transmitió Tales de Mileto a los griegos, a partir del nombre que le dieron los asirios hacia el siglo VI a. C. y observa que, para los griegos primitivos, los nombres de osa y de carro designaban a la constelación, pero se comenta que, en todas partes, se coincide que este famoso grupo de estrellas se parece a un carro. Y también con la misma unanimidad, se le niega su parecido a una osa. A diferencia de Alfonso El Sabio, Webb insiste en considerar evidente la figura de una osa”.

Un ejemplo del largo y complejo, muchas veces inexplicable, proceso para darle nombre a las estrellas, una cátedra del colegiado Luis Fernando Lara que se encuentra disponible en el Canal de YouTube de la institución: el colegionacionalmx.

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