En el mundo hay 14 especies de ballenas, de las cuales, 8 se encuentran en México. La ballena azul, la ballena jorobada, y la ballena gris, son algunos de los cetáceos que conforman esas 14 especies.
Desde hace siglos, la ballena Franca y la de Groenlandia han sido objeto de cacería, especialmente, por diversos países europeos, lo que las llevó a estar cerca de la extinción.
Con la Revolución Industrial a finales del siglo XVIII, cuando los recursos naturales dejaron de satisfacer necesidades de consumo y se convirtieron en recursos económicos, es decir, recursos de los cuáles apoderarse y generar plusvalía, las ballenas pasaron de ser un bien de consumo a un producto de venta, relata Luis Medrano González, profesor de la Facultad de Ciencias de la UNAM.
Fue en ese momento, agrega, que comenzó la caza masiva de ballenas, pero desde tiempos inmemoriales, las ballenas francas y la de Groenlandia se habían cazado y muy pronto en el siglo XIX llegaron al borde de la extinción.
Estas ballenas, que se caracterizan por tener altos contenidos de grasa subcutánea, son de nado lento, lo cual facilitó perseguirlas a remo, matarlas con arpones lanzados a mano y luego llevarlas hacia tierra para aprovecharlas. Se cazaron desde el siglo XIX, al igual que el cachalote -un gran cetáceo con dientes, no una ballena- que fue perseguido en todo el mundo para extraer su grasa, pues también la posee en grandes cantidades”.
Grasa y aceite
La principal razón por la que se cazaban los cachalotes, es que se utilizaba su aceite como base de cosméticos y especialmente como lubricante de maquinaria fina como relojes; todavía en el siglo XX en los Estados Unidos de América se usaba la grasa de la cabeza de los cachalotes como lubricante para los cohetes espaciales, pues contiene aceites resistentes a altas temperaturas.
La mayor masa de grasa subcutánea, era ocupada como combustible de lámparas, especialmente en países como Estados Unidos y en Europa, donde la mayor parte de la iluminación dependió de esta grasa desde fines del siglo XVIII hasta principios del XX.
En la segunda mitad del siglo XIX, precisa el especialista, se inventaron los arpones explosivos disparados con un cañón desde buques impulsados a vapor con los cuales se mataban más rápidamente a las ballenas; es por esta razón que para el siglo XX, la mayoría de las ballenas ya se encontraba en peligro de extinción.
Pausa a la cacería
Durante la Segunda Guerra Mundial se dio un receso a la cacería comercial, y para 1946, se formó la Comisión Ballenera Internacional con el objetivo de conservar la industria a largo plazo reduciendo la cacería comercial de la mayor parte de las poblaciones y permitiendo la cacería de subsistencia de etnias como los esquimales en Groenlandia, Alaska y las Antillas Menores, entre otras regiones, expone el especialista.
A pesar de las recomendaciones del Comité Científico de la Comisión Ballenera Internacional, en la segunda mitad del siglo XX se siguieron matando cetáceos en grandes cantidades, por lo que varias Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), hicieron un gran esfuerzo para detener esta cacería comercial, lo que se logró con una moratoria a mediados de los años 1980.
“Inicialmente, la moratoria tenía la intención de ser temporal mientras se recuperaban las poblaciones de ballenas, pero eventualmente se ha mantenido ya que diversos países han reconocido que no tiene ningún sentido continuar con la cacería de ballenas, pues los productos que se obtienen de ellas ya no son de interés práctico ni económico”.
Sin embargo, países como Islandia, Noruega y Japón, insisten en la persecución de estos animales argumentando que son naciones soberanas y pueden cazarlas en cualquier agua internacional.
Miles de cetáceos muertos
En el caso de Japón, después de la Segunda Guerra Mundial, se mataban ballenas para alimentar a su población. Hoy esa necesidad ya no existe, pero el gobierno japonés mantiene el interés de seguir capturándolas, a pesar de que la industria ballenera es subsidiada por el propio gobierno.
El pretexto para seguir con esta caza, subraya Luis Medrano, es utilizar los mamíferos para investigación científica, siendo que en las últimas décadas se han desarrollado métodos no letales para ello.
De hecho, se sabe que dichas naciones han terminado con la vida de 30 mil ballenas en los últimos treinta años; es decir, la cacería comercial prosigue en un ambiente de desacuerdo entre países.
Contaminación y cambio climático
En el siglo XX se diversificaron las actividades humanas en el mar. Se desarrollaron, por ejemplo, nuevos métodos de guerra; el mejor ejemplo de ello es la Segunda Guerra Mundial, así como novedosas técnicas de navegación que implicaron la generación de ruidos intensos.
Igualmente, las exploraciones geológicas marinas, las cuales se basan en explosiones, han afectado gravemente a la fauna marina en general y especialmente a los cetáceos. No se quedan atrás las técnicas de pesca que involucran el uso de grandes redes para pesca masiva en las que mueren cientos de miles de cetáceos al año en todo el mundo.
La contaminación marina es otra amenaza al bienestar de las ballenas. La contaminación física se refiere al ruido y la basura, especialmente los plásticos. Actualmente hay 150 millones de toneladas de basura plástica circulando en los océanos, con los efectos devastadores que todo ello implica, advierte el investigador.
Está también la contaminación química que proviene de los derrames de petróleo y de los desechos de tierra adentro como herbicidas, insecticidas y desperdicios de los campos agrícolas y las ciudades.
Asociados a todos estos impactos, en los últimos 20 años se ha desarrollado una industria turística de observación de ballenas que también tiene efectos perjudiciales para ellas, ya que no está exenta de contaminación acústica, especialmente los ambientes relacionados con la reproducción.
“La industria turística se ha caracterizado por explotar especies y hábitats en peligro de extinción, lo que la convierte en un factor importante de impactos antrópicos sobre la biodiversidad, particularmente sobre las ballenas”, advierte.
*Colaboración de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM
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