
La historia del desarrollo de la ciencia y la tecnología a nivel mundial definitivamente no podría entenderse sin el aporte de las mujeres. La curiosidad intelectual, el hambre de conocimiento, la inteligencia y el ánimo desafiante no han sido ni son exclusivamente masculinos. Sin embargo, las mujeres científicas e intelectuales son difíciles de encontrar en las páginas de la memoria histórica; debido, en gran parte, a que sus nombres fueron borrados por la misoginia de colegas varones o por la arraigada tradición patriarcal de los mismos organismos encargados de reconocer estos aportes.
Es el caso de Rosalind Franklin, quien descubrió la estructura del ADN y murió sin que se le atribuyera el mérito y, en su lugar, tres hombres ganaron el Nobel sin incluirla. O el caso de Cecilia Payne-Gaposchkin, astrofísica que sostuvo que las estrellas están compuestas por hidrógeno y helio y, de nueva cuenta, un hombre recibió los honores. A Hedy Lamarr el reconocimiento por sentar las bases de la tecnología inalámbrica llegó mucho tiempo después, a lo que ella respondió “ya era hora”.
La desigualdad de reconocimiento se ejemplifica claramente en las estadísticas de los premios Nobel. A la fecha solo 64 mujeres han sido galardonadas en los Premios Nobel, contra 901 varones. De estas, solo 26 pertenecen al campo científico y 15 lo recibieron en este siglo. A nivel mundial, solo el 30% de las personas que hacen investigación científica son mujeres. En nuestro país, el 39% de las y los integrantes del Sistema Nacional de Investigadores son mujeres.
En México hay un grave déficit de investigadores, pero principalmente de investigadoras. De acuerdo con el Instituto Mexicano de Competitividad, en 2022 solo 3 de cada 10 profesionistas en carreras relacionadas con ciencia, tecnología y matemáticas eran mujeres. Y es que existen diferentes situaciones que se interponen entre el éxito académico y las mujeres, pues desde la infancia, las niñas tienen que enfrentar problemas como discriminación, estereotipos, e incluso falta de acceso a la educación.
Uno de los factores más importantes, sobre todo en la sociedad mexicana, son las normas sesgadas que se aplican a las niñas y adolescentes; sobre las pesadas expectativas que se tienen sobre ellas, relacionadas con los estudios y su “papel como mujer”. El obligarlas a escoger entre lo que les interesa estudiar y lo que su grupo social espera de ellas. Esto únicamente genera inseguridad y dudas en la misma mujer respecto a sus habilidades. La asignación de las tareas del cuidado de la familia y del hogar mantienen a muchas mujeres ancladas sin poder desarrollarse, incluso llevando a cabo largas jornadas de trabajo doméstico sin pago alguno.
Para impulsar la disminución de esta brecha de desigualdad, la Unesco ha planteado una serie de estrategias que me parece importante retomar en el marco del Día de la Niña y la Mujer en la Ciencia: erradicar las falsas percepciones de lo masculino y lo femenino, sobre todo entre la comunidad escolar; dotar a las y los docentes de herramientas pedagógicas para fomentar ambientes de inclusión, en particular en proyectos relacionados con ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés); dar foco a mujeres referentes del área STEM con las que niñas y adolescentes puedan identificarse; generar incentivos y becas para que las jóvenes puedan incluirse en proyectos y carreras científicas; entre otros.
Corresponde a cada una y cada uno de nosotros el tomar la batuta desde nuestras trincheras para que estas acciones se hagan realidad.
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