Debo comenzar agradeciendo la oportunidad de ante ustedes, pero estoy obligado a subrayar, en primer lugar, que hablo a título personal, y que no represento a nadie más. En segundo término, debo aclarar que no estoy aquí para apoyar la candidatura de la Ingeniera Gálvez a la presidencia de la República. Estoy aquí porque, al igual que muchos otros, estoy convencido que la ciencia es un elemento indispensable en la construcción colectiva de una nación moderna y más igualitaria, y que es necesario dejar oír nuestras voces para hacer recomendaciones y propuestas de que podrían ser de utilidad para el siguiente gobierno de México.
A la larga serie de fracasos con los que termina este sexenio hay que agregar los descalabros que ha sufrido el aparato científico nacional. El listado de afrentas y abusos del CONACYT actual, con “h” o sin ella, no tiene precedentes en la historia de la ciencia mexicana. Incluye la remoción injustificada de directores de Centros Públicos de Investigación, el desmantelamiento sistemático del CIDE, que sigue dirigido por un plagiario, cuya lealtad a su jefa a veces flaquea, la expropiación ilegal de cerca de un centenar de fideicomisos, la imposición de reformas extemporáneas al Sistema Nacional de Investigadores, el intento mezquino de retirar las becas de posgrado a alumnas embarazadas, la afectación de programas de apoyo a la ciencia que han puesto fin a actividades de enseñanza y divulgación como los Veranos de la Investigación Científica y las Olimpiadas de química, biología y matemáticas, la desaparición de la evaluación de pares, el desarrollo de un ambiente permanente de enfrentamiento con la comunidad científica, las acusaciones sin fundamento en contra de antiguos funcionarios del CONACYT y del Foro Consultivo Científico y Tecnológico a los se quiso enviar a una prisión de alta seguridad con el apoyo del fiscal de la República y, como favor con favor se paga, la creación de una comisión ad hoc que a pesar de sus plagios designó al Dr. Alejandro Gertz Manero como Investigador Nacional Nivel III.
Estoy convencido de que uno de los problemas más agudos que enfrentamos es la vigencia de la Ley General en Materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación, que fue aprobada en forma ilegal el 8 de mayo del 2023, y que aparece en las “Cien Propuestas” de la Dra. Claudia Sheinbaum como un logro de la llamada Cuarta Transformación. Es alarmante que ella y sus operadores políticos defiendan esa ley como una herencia del Presidente López Obrador que hay que conservar. Si queremos sanar las fracturas que se generaron entre la comunidad científica y el gobierno, es indispensable luchar por la derogación no sólo por la forma irregular en que fue aprobada, sino también porque representa un modelo de ciencia al servicio de la ideología del gobierno. Resulta desalentador que la coalición que la está postulando a la Presidencia, estimada Ingeniera Gálvez, no haya promovido la lucha por abolir una ley que es un elemento crítico en la confrontación entre los investigadores y el organismo estatal encargado de definir la política científica. La ley representa una aberración jurídica y académica, e ignora, como lo reiteró la UNESCO hace exactamente un mes, que es indispensable “reconocer que la ciencia sólo puede prosperar dentro de ecosistemas de investigación e innovación que promuevan la apertura y la seguridad, en donde la ciencia se preserva, respeta, nutre, desarrolla y difunde las ideas y el conocimiento se generan e intercambian libremente”.
Desconozco si la coalición que está atrás de su candidatura ha preparado un proyecto de política científica en caso de que gane usted las elecciones, pero urge al menos un esbozo serio que vaya más allá del carisma personal y las menciones ocasionales. Gracias a la amistad y confianza de un colega que la apoya, tengo unas notas que se han preparado y que incluyen puntos nodales como el apoyo a la inclusión y participación de las mujeres, las fuentes de financiamiento, programas de estímulos a inventores, y otros temas adicionales. A pesar de su significado, ese material está lejos de constituir un programa de desarrollo científico, y si no se quiere caer en la improvisación, urge que usted y quienes las respaldan propongan un proyecto de política científica que pueda ser discutido en la comunidad académica.
Un programa político es una propuesta siempre en movimiento, pero es indispensable crear precedentes que puedan ir madurando con la contribución crítica de los científicos. Los proyectos que propongan deberán estar animados por el espíritu de la declaración que hizo la UNESCO a la que me he referido, en donde también se afirma sin ambigüedad alguna que es obligación de los Estados reconocer que “preservar y promover la libertad intelectual de los investigadores científicos implica también protegerlos a ellos y al entorno en el que operan, de cualquier influencia indebida sobre su independencia de criterio y su seguridad, incluidas las físicas y psicológicas.” Estos compromisos están ausentes en el documento “Cien Propuestas” que ha preparado el equipo de la Dra. Claudia Sheinbaum. Es un acierto que hayan reconocido la relación indisoluble que existe entre el aparato educativo y el científico, pero su empeño en presentarla como la investigadora que alguna vez fue, se debilita ante la superficialidad de su descripción de la práctica de la investigación.
Permítanme referirme a un tema que, como biólogo, me preocupa enormemente. La Dra. Sheinbaum se proclama como conocedora de la problemática ambiental, pero sorprende el silencio cómplice que ella y sus colaboradores han mantenido sobre la desarticulación de la CONABIO, una institución de extraordinario significado científico, académico, cultural y socioeconómico para el país. Ninguna persona interesada por el medio ambiente o que se proclame experto en el tema puede ignorar que, ante los riesgos y amenazas del cambio climático, la pérdida de biodiversidad es uno de los problemas centrales que no puede estar ausente en ningún programa de gobierno. Pero en el texto de las "Cien Propuestas" la única mención a la biodiversidad que existe aparece como una palabra aislada en un párrafo de la página 286, en donde se afirma que “con apego a nuestras culturas y tradiciones incluyendo en materia de alimentación, con sostenibilidad ambiental, preservando la biodiversidad, mitigando y adaptándonos al cambio climático, haciendo un uso muy eficiente del agua, y, especialmente, avanzando constantemente en el bienestar y el ejercicio pleno de los derechos constitucionales de todas las personas relacionadas con el campo, la pesca, la acuacultura y la alimentación.” Eso es todo. Es muy fácil criticar las omisiones programáticas de Morena, pero si usted llegara a ganar las elecciones, estimada Ingeniera Gálvez, ¿cuál sería la política sobre la preservación de la biodiversidad de su gobierno? ¿Dónde están los postulados y las propuestas para continuar y desarrollar una política de conocimiento y preservación de la extraordinaria riqueza biológica del país?
Al igual que muchos de los que han precedido en el cargo, el Presidente López Obrador no tiene ni la más remota idea ni de la naturaleza de la investigación académica, ni ha comprendido la necesidad de articular una política científica transexenal que no oscile entre el desinterés gubernamental y de las ocurrencias del momento. Como lo ha demostrado a lo largo de su mandato, al Presidente nunca le interesó el desarrollo de la ciencia mexicana, sino que quiso satisfacer su voracidad ideológica haciéndose del control político de las instituciones nacionales, incluyendo el CONACYT. Contó para ello con la complicidad de la Dra. Álvarez-Buylla, pero el resultado ha sido un fracaso estrepitoso caracterizado por una mezcla de rencores ideologizados, incapacidad política, ceguera científica e incompetencia administrativa que han provocado conflictos severos no sólo con muchos sectores del mundo científico, sino también en el ámbito cultural.
No podemos repetir los mismos errores. No me interesa discutir como funcionan las alianzas políticas y los equilibrios que se deben guardan, pero los bandazos, contradicciones e indefiniciones de los partidos, solos o en coaliciones, no se deben reflejar en los programas académicos. La recuperación de un modelo de desarrollo científico, tecnológico y de innovación acorde con la época contemporánea es un proceso lento, porque los tiempos de la investigación no son los mismos que los tiempos políticos. Permítame abusar brutalmente de la franqueza: los vaivenes y tumbos que han caracterizado algunas sus declaraciones no bastan para producir una buena política científica, y urge que eso se comprenda. Ni usted ni sus operadores políticos pueden repetir la mezcla letal de desaciertos que han lastimado el desarrollo de la ciencia mexicana.
El libro que le entregó el Dr. José Seade Kuri, Presidente de Academia Mexicana de Ciencias, es un esfuerzo de un grupo de investigadores que buscamos contribuir a resolver la crisis que enfrenta el aparato científico mexicano. La mezcla de maniqueísmo y de simplismo político de algunos ha querido ver en ese volumen un ataque a la candidatura de la Dra. Sheinbaum y un apoyo a la suya. No es ni lo uno ni lo otro. Es un conjunto de reflexiones empeñadas en proponer soluciones a la crisis en que nos encontramos, y que de no atenderse puede provocar retrasos de décadas. La recuperación y progreso del aparato científico mexicano requiere de objetivos claros y acciones firmes, definidas con la ayuda de universidades, centros de investigación, academias, asociaciones y sociedades científicas. Eso no lo observo aún en su campaña, pero confío en que usted y los otros dos candidatos a la Presidencia lo comprendan. Tal vez me dejo llevar por el entusiasmo, pero sigo creyendo que ante el pesimismo de la inteligencia, tendremos que seguir manteniendo el optimismo de la voluntad.
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