¿Alguna vez comiste tierra durante tu infancia? Si contestaste “sí”, quizá recordarás a tus padres sorprendidos al verte degustar una muestra de la maceta o el jardín de tu casa. Esta práctica se conoce como geofagia, y aunque en principio parece algo poco higiénico e insalubre, aquí te vamos a contar diferentes aspectos sobre este hábito que te van a sorprender.
La práctica de la geofagia en humanos es más común de lo que crees y ocurre en muchos lugares alrededor del mundo. Grupos étnicos en África, especialmente en Kenia, Uganda, Nigeria, así como en Centro y Sudamérica, consumen habitualmente suelos con alto contenido de arcillas, en especial caolinita. Mujeres embarazadas o lactantes y niños parecen tener un gusto especial por comer tierra, posiblemente debido a la necesidad de compensar algún déficit alimentario, remediar indigestión o por simple gusto. En África, el consumo de arcillas es de tal importancia que en mercados locales se pueden adquirir suelos de distintos colores y sabores. No todos los tipos de suelos se consumen, prevalece la ingesta de arcillas que se llegan a hornear o comer al natural adicionando sal y hierbas. ¿Te imaginas llegar al mercado a comprar “tierra a las hierbas finas”? Increíble ¿cierto?
Aunque las consecuencias y beneficios de este hábito no se conocen del todo, se ha documentado que el consumo de suelo alivia padecimientos gastrointestinales, náuseas, déficit de hierro, entre otros. Por otro lado, hay quienes consideran que la geofagia es un trastorno alimenticio que puede convertirse en una adicción denominada “pica”. En algunos casos la geofagia es una respuesta a la carencia de alimentos. Existen riesgos asociados a esta práctica, pues al comer tierra se pueden ingerir metales pesados y parásitos.
Los humanos no somos la única especie que consumimos tierra. La geofagia se ha documentado en muchas especies de animales como los perros, elefantes, caballos, vacas, ciervos, rinocerontes, monos, aves, murciélagos, reptiles e incluso algunos insectos (Figura 1)
Interesantemente, los tipos de suelo que prefieren consumir los animales en la naturaleza son aquellos que provienen de afloramientos que se originaron antes de la última era glacial, es decir, suelos de más de 100,000 años de antigüedad. Se cree que el consumo de suelo ha permitido a varias especies de animales adaptarse mejor a su entorno, contrarrestar adversidades de tipo alimenticio e incluso como ‘automedicación’.
Por ejemplo, en aves que consumen semillas, tallos u hojas con alto contenido de sustancias tóxicas como los alcaloides, la ingesta de arcillas tiene una función desintoxicante. Un fenómeno natural muy interesante que se observa en la reserva de Tambopata, en Perú, es la agrupación de parvadas de guacamayas y pericos que se alimentan con entusiasmo de afloramientos de arcillas. En el caso de algunos primates como el mono, el consumo de suelos ricos en caolinita se traduce en menores cuadros diarreicos y menos parásitos intestinales.
Hasta ahora hemos visto ejemplos de geofagia en animales vertebrados, pero ¿qué sucede con los invertebrados? Entre estos organismos, las lombrices de tierra son el mejor ejemplo de invertebrados que consumen materia orgánica en el suelo. Otros ávidos consumidores de arcillas son las termitas de áreas tropicales, las cucarachas de suelo, algunas mariposas y palomillas, y algunos ejemplos muy raros de moscas del género Bibio. El consumo de suelo en insectos está poco documentado y en la mayoría de los casos pareciera que la ingesta obedece principalmente a la necesidad de ingerir agua o minerales.
Finalmente, no debemos perder de vista que todos los suelos son distintos y se debe tener la certeza de qué elementos lo componen para sugerir un beneficio o perjuicio a la salud de cada organismo. Ojalá esta información te haya parecido interesante, y la próxima vez que veas a tu perro comiendo tierra, no te sorprendas, pues es un hábito más común de lo que pensabas.
Bibliografía
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* Red de Manejo Biorracional de Plagas y Vectores
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