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No hay riesgo cero de toxicidad en alimentos y agua: Paulina Farías

Por ello, hay que mantener un monitoreo constante y entender umbrales de tolerancia y susceptibilidad de las personas, dice la investigadora del INSP

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Paulina Farías ha realizado investigaciones para detección de plomo, fluoruro y arsénico en utensilios de cocina, agua y alimentos.

Paulina Farías ha realizado investigaciones para detección de plomo, fluoruro y arsénico en utensilios de cocina, agua y alimentos.

Cortesía

Son tantas las interacciones entre el medio ambiente y las actividades humanas que es imposible alcanzar un nivel de “riesgo cero” en la posible presencia de partículas tóxicas en agua y alimentos. En la actualidad, muchos esfuerzos científicos y políticas públicas se orientan a mantener un monitoreo permanente de posibles fuentes de toxicidad y a definir con claridad los umbrales en los que determinados contaminantes y la mezcla de ellos pueden causar daño a la salud.

Así lo explicó a los lectores de “Crónica” la doctora Paulina Farías Serra; científica mexicana que ha dedicado décadas al estudio de un campo llamado Salud ambiental y que labora en el Centro de Investigación en Salud Poblacional, del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP).

“Lo que nosotros hacemos en evaluación de riesgos es estudiar y generar evidencia de cuáles productos pueden llegar a dañar la salud y en qué medida. No hay riesgo cero, pero también hay que entender que hay umbrales de tolerancia y que hay diferencia a la susceptibilidad entre diferentes personas. Por ejemplo; en etapas tempranas de la vida, todos los seres humanos somos más susceptibles a daños por la exposición a contaminantes y a cualquier edad hay diferencias entre personas más susceptibles y otras muy resistentes. 

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Debemos proteger a todos, pero tenemos que tener claras las diferencias para entregarlas a los tomadores de decisiones cuando se van a analizar temas complejos como, por ejemplo, el uso de plaguicidas que cumplen una función para producir suficientes alimentos”, explica la científica egresada de la Licenciatura en Medicina de la Universidad Anáhuac y que, posteriormente, obtuvo en el INSP los grados de maestra en Ciencias de la Salud y Doctora en Salud Pública, con área de concentración en Epidemiología.

Nacida en la Ciudad de México, hija de un doctor en psicoanálisis y de una maestra para niños con problemas de aprendizaje, Paulina Farías recuerda que desde la juventud temprana supo que quería dedicarse a las ciencias biológicas; aunque también reconoce que no sabía que su recorrido de vida la llevaría a la salud ambiental.

“Algo determinante para mí fue que mis estudios de medicina coincidieron con los años en que la contaminación del aire en la Ciudad de México alcanzó los niveles más críticos y me tocó escuchar cómo el doctor Raúl Cicero nos explicaba, en el Hospital General, los impactos en la salud que tenían los contaminantes en el aire”, comenta la experta después de reconocer que al principio de la carrera de medicina le interesaban todas las materias, menos la de salud pública.

Al terminar su licenciatura en medicina, la doctora Farías Serra tenía claro que quería fortalecer su formación e investigar más sobre salud ambiental y su impulso personal coincidió con el regreso a México de diferentes investigadores que impulsaron la fundación del Instituto Nacional de Salud Púbica (INSP), donde ella realizó sus estudios de posgrado.

“Al principio yo estaba interesada en el tema de los efectos de la contaminación del aire, pero ellos traían un enfoque muy marcado en los efectos de la contaminación por plomo en la salud y así fui acercándome a otras áreas de investigación”, explica la doctora que ha estudiado áreas tan importantes como la presencia y efectos del plomo en cazuelas y otros trastes de cocina hechos con barro vidriado; así como la detección y exposición de más de seis millones de niños al fluoruro y arsénico que puede estar presente en acuíferos sobreexplotados; además de sus estudios sobre efectos de agroquímicos en los procesos para producir alimentos.

“Trabajo con el concepto de ‘una salud’ porque la evaluación de riesgos de toxicidad no sólo protege a las poblaciones humanas, sino a los otros seres vivos presentes en los ecosistemas, porque todo está conectado. Si se usa un pesticida que afecta directamente el sistema nervioso de los insectos que se han convertido en una plaga, también va a afectar el sistema nervioso de otros insectos presentes, como los polinizadores, y puede dañar a personas susceptibles. Por eso nosotros debemos generar y entregar información sobre los efectos para que, en actividades como la agricultura, se puedan elegir opciones con menor impacto", indica la también integrante del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), de Conacyt.

Reducir daño por plomo

Paulina Farías lleva 25 años estudiando la presencia de contaminación por plomo y sus efectos neurotóxicos y de otros tipos. Afirma que se comienzan a generar acciones importantes, de parte de las autoridades, después de mucho tiempo sin que se vieran cambios en la forma de controlar la presencia del plomo, por ejemplo, en trastes de cocina hechos con barro vidriado.

“Hemos documentado que es una neurotoxina importantísima que afecta a todas las edades, pero que en especial daña al desarrollo cognitivo de los niños. No hay ningún umbral seguro de consumir plomo. Toda presencia de plomo en el cuerpo es dañina y ahora vemos que el conocimiento que hemos generado se está convirtiendo en políticas públicas; primero lo vimos en la elaboración de las normas oficiales para reducir el plomo en el aire y ahora en el sello de Fonart para certificar el barro libre de plomo. Son ejemplos de ciencia usada en políticas públicas”, indicó.