Toda molécula nos da sorpresas. Aunque no existe una cura milagrosa para todo padecimiento, muchos compuestos poseen más de una propiedad terapéutica. Las propiedades analgésicas de la aspirina dependen del ácido acetilsalicílico, y desde la década de los 1980s sabemos que además de sus efectos sedantes tiene efectos antiinflamatorios y anticoagulantes que ayudan en la prevención de problemas cardiovasculares. La multiplicidad de funciones con significado médico es más frecuente de lo que se suele imaginar. Hace unos 25 años se descubrió que el sildenafil, cuya estructura química recuerda a uno de los componentes de los ácidos nucleicos y que había sido sintetizado para tratar la hipertensión, afecta la regulación de la sangre en el pene y hoy se vende con enorme éxito comercial bajo el nombre de Viagra. No hace mucho se demostró que la lixisenatida, un polímero que guarda cierto parecido con las proteínas y que se sintetizó para controlar la diabetes tipo 2, ayuda a retrasar la enfermedad de Parkinson en algunos pacientes.
Ahora sabemos que lo mismo ocurre con muchos antibióticos. La penicilina es producida por un hongo microscópico, y las raspaduras de panes, quesos, tortillas y las bebidas enmohecidas, como lo cuenta el Talmud, se aplicaban en las heridas para evitar que se infectaran. Son conocimientos milenarios, pero no fue sino hasta unos 50 años que se descubrió que los antibióticos y los pigmentos producidos por hongos y bacterias no sólo son útiles para tratar infecciones, sino que también poseen otras propiedades terapéuticas. Como han subrayado Jean-Pierre Jourdan, Arnold Demain y otros investigadores, algunos antibióticos pueden tener efectos antitumorales y antiparasitarios, ayudar en el tratamiento del asma, abaten los niveles de colesterol, coadyuban en el tratamiento de enfermedades inflamatorias, distrofia muscular y algunos poseen propiedades antivirales –al menos en el laboratorio.
Al igual que otros antibióticos, la ivermectina tiene una amplia gama de actividades terapéuticas. En 1974 Satoshi Omura y sus colaboradores aislaron de una muestra de suelo una bacteria que producía un compuesto con una fuerte actividad antiparasitaria en ratones. Muy pronto se comenzó a comercializar como un medicamento veterinario y, como somos más parecidos a las vacas y a las cabras de lo que nos gusta reconocer, se empezó a utilizar con éxito en el tratamiento de personas infectadas por oncocercosis. La ivermectina no sirve contra céstodos como la solitaria, pero es extraordinariamente eficaz contra gusanos, piojos y ladillas, y controla la sarna en perros y humanos. No tiene efectos secundarios, es barata y ha salvado la vida de millones de personas. Tiene que ser usada con cuidado, porque la evolución biológica es implacable y ya hay reportes de resistencia en algunos nemátodos a este medicamento, lo que nos exige un enorme cuidado en su uso.
¿Tendrá otras propiedades terapéuticas? A primera vista no hay nada en la estructura de la molécula de ivermectina que sugiera que puede inhibir la replicación o la estabilidad de los virus. Los virus son entidades biológicas que se multiplican y ensamblan en el interior de las células, y se sabe desde hace mucho que ivermectina limita el transporte intracelular de proteínas. Ello explica su papel en la inhibición de la replicación de los virus del SIDA, el dengue y el SARS CoV-2, aunque ello requiere de cantidades enormes del medicamento que no se pueden aplicar a los pacientes. La desesperación por encontrar un remedio durante la pandemia de CoVid despertó esperanzas en las posibles propiedades terapéuticas de la ivermectina, y muchos médicos e investigadores comenzaron a aplicar el medicamento en condiciones controladas en consultorios y hospitales. Sin embargo, lo que ocurre en un tubo de ensayo no siempre es igual a lo que sucede en un organismo. Como escribió Sara Reardon en Nature en agosto del 2021, los reportes sobre la importancia médica de la ivermectina en el control de la pandemia estuvieron limitados por experimentos sin control ni análisis estadísticos, reportes de plagio, y datos no verificados. Todo ello llevó a que la compañía Merck, el fabricante, recomendara no utilizarla en el tratamiento del CoVid.
A mediados de marzo del 2020, mientras el número de personas infectadas con CoVid iban en ascenso y los hospitales públicos y privados se comenzaban a saturar, el Presidente López Obrador rechazó el uso del cubrebocas y del gel antibacteriano e invocando en su lugar amuletos y estampitas como escudo protector contra el virus y la corrupción. Tres meses más tarde, sin vacunas y ante un número de infectados y muertos en ascenso, escasez de tanques de oxígeno, servicios de salud sobrepasados y a la espera de los ventiladores del CONACYT que nunca llegaron, las autoridades de salud de la ciudad de México prepararon miles de pequeños botiquines que incluían aspirina, azitromicina, un antibiótico contra varias bacterias patógenas… e ivermectina.
En mayo del 2021, mientras la variante delta del virus comenzaba a avanzar con rapidez letal por todo el mundo, el licenciado José Merino, que desde 2018 era el director de la Agencia Digital de Innovación Pública, una dependencia encargada de analizar los datos para la creación de políticas públicas en la ciudad de México, presentó un trabajo del cual él era el primer autor en donde se avalaba el uso de la ivermectina para reducir el riesgo de hospitalización por CoVid. Como han analizado en forma detallada Juan Pablo Pardo-Guerra y Andreu Comas García, sorprende la pobreza metodológica del trabajo, la violación de normas bioéticas y el engaño del que fueron víctimas miles y miles de personas ansiosas por encontrar un remedio al CoVid. Había médicos que buscaban combatir la pandemia administrando en forma responsable la ivermectina a pacientes a los que daban seguimiento, pero en la estrategia diseñada por José Merino y sus colaboradores eso no ocurría mientras repartían en forma masiva un fármaco sin pensar en la gravedad de la evolución de la resistencia de los parásitos.
Lo que hicieron José Merino y sus colaboradores representa, en realidad, un eslabón más de los episodios más desafortunados de la cadena de errores trágicos que caracterizaron el manejo de la peor tragedia humana que hemos sufrido en México en los últimos cien años y que costaron tantas vidas. Tengo la certeza que no buscaban dañar a la población mexicana cuando decidieron repartir a diestra y siniestra la ivermectina, una substancia útil para combatir piojos, ladillas y sarna, pero no al CoVid. No hay excusa posible. El camino al infierno está pavimentando de buenas intenciones, y las decisiones de Merino y sus colaboradores son el resultado de una mezcla de ignorancia, improvisación, ineptitud, irresponsabilidad y arrogancia.
El licenciado José Merino es actualmente el coordinador técnico del documento “100 pasos para la transformación”, que la Dra. Claudia Sheinbaum y sus colaboradores han elaborado como plan de gobierno en caso de ganar las elecciones.
*Profesor de la Facultad de Ciencias de la UNAM y miembro de El Colegio Nacional.
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