Como lo cuenta Martin Gardner en su libro “Facts and fallacies in the name of science”, el primer avistamiento de objetos voladores no identificados parece haber sido hecho por Kenneth Arnold en 1947, cuando iba a bordo de su avión privado en un viaje de trabajo. Según se lo contó a un reportero, observó una fila de nueve objetos brillantes que parecían seguirlo desplazándose a gran velocidad con movimientos erráticos como “si estuvieran esquiando en el agua”. Al periodista se le ocurrió describir los objetos como platillos y su artículo se convirtió rápidamente en la fe de bautismo del mito de los platillos voladores.
Los reportes de avistamientos se propagaron con rapidez. Como escribió alguna vez Stephen Jay Gould, el temor de vivir acechados por una potencia con recursos tecnológicos avanzados y de carácter misterioso prosperó con rapidez durante el periodo de la Guerra Fría, que se convirtió en el caldo de cultivo para distintas manifestaciones de paranoia política en los Estados Unidos y, en menor grado, en otros países.
Diez años después del reporte de Arnold, el lanzamiento del Sputnik vino a reforzar los temores colectivos, porque demostró que la tecnología soviética permitía poner en órbita un satélite que muchos veían como un arma potencial y abría el riesgo de ser espiados desde el espacio. El Sputnik demostró que los viajes espaciales, que hasta entonces habían estado limitados a las paginas de novelas y relatos como los de Camille Flammarion, Jules Verne y H. G. Wells, eran posibles.
Pero también revivió el debate decimonónico sobre la existencia de vida en otros planetas, una posibilidad en la que creyeron grandes científicos como Alfred Russell Wallace, el codescubridor de la selección natural, y Ernst Haeckel, uno de los principales difusores del darwinismo. Sin embargo, ninguno de ellos se dejó llevar por su entusiasmo, como lo muestra la actitud de Haeckel hacia Flammarion, al que describió como un escritor “poseedor por una imaginación exuberante y un estilo brillante, que van mano a mano con una deplorable ausencia de juicio crítico y de conocimiento biológico”.
Esa mezcla de juicio crítico y de conocimiento científico debería ser parte de las discusiones sobre vida en otras partes del Universo. No siempre ha sido así, y los reportes de visitantes extraterrestres se han multiplicado y han invadido el pasado histórico. La imaginación desbordada de algunos que han pretendido ver en las pirámides de Egipto, la tumba de Pakal en Palenque y las imágenes de Nazca, múltiples supuestas evidencias de visitas de seres de otros planetas.
Durante varios años David Anderson, de la universidad de Radford, ha compilado un extenso catálogo de lo que llama pseudoarqueología saturado con falsificaciones y reportes de origen extraterrestre. Como afirmó alguna vez Carl Sagan, hay un tufillo racista en estas interpretaciones, porque es fácil aceptar que el Partenón fue diseñado y construido por los griegos, pero a muchos les resulta difícil aceptar que otras culturas sean capaces de edificar obras maestras ajenas a la llamada cultura occidental.
El escepticismo desbocado de algunos les ha llevado a denunciar una conspiración hipotética de científicos que calla y oculta las evidencias de visitantes extraterrestres que supuestamente encierran el registro geológico, los restos arqueológicos o los relatos del “Bhagavad Gita”. Decididos a reinterpretar los libros sagrados y mitos religiosos, algunos han transformado a los santos y ángeles en redentores de otros planetas, y el maravilloso relato del carro en llamas tirado por caballos de fuego que arrancó al profeta Elías de los suyos es descrito como un ejemplo bíblico de abducción extraterrestre. Si hemos de creer otros relatos, hubo otro tipo de acercamientos que aparentemente fueron muy intensos, porque así como los dioses griegos se enamoraban de mortales y dejaban semidioses regados por todo el Peloponeso, hubo encuentros que terminaron dejando descendientes con una mezcla de genes humanos y extraterrestres. Ese parece ser el caso de Josefina, Wawita, María, Victoria y Albert (al que también se conoce como Betito) que son cinco ejemplares de las llamadas momias de Nazca, que según Jaime Maussan y algunos de sus seguidores son evidencia de los encuentros amorosos que algunos humanos tuvieron hace unos mil años con unos visitantes del espacio exterior.
Estoy convencido de que, aunque no existe prueba alguna de vida extraterrestre, su búsqueda es una cuestión legítima que debe ser investigada desde una perspectiva científica y filosófica. Sin embargo, no me convencen ni el enfoque ni las supuestas evidencias que Jaime Maussan y sus seguidores exhiben a la menor provocación. Hay otros que opinan lo contrario, como lo demuestra la invitación que le hizo Sergio Gutiérrez Luna, un diputado de Morena, que hace unos días llevó a Maussan a la sede del Congreso de la Unión para que diera sus puntos de vista sobre los fenómenos aéreos no identificados. La visita sobrepasó las expectativas del diputado Gutiérrez Luna, porque Jaime Maussan llegó acompañado por un grupo que iba cargando unas cajas en donde estaban Josefina y Betito, dos de las supuestas momias de Nazca.
No me sorprendieron las declaraciones que Jaime Maussan hizo en la Cámara de Diputados, porque su actitud era previsible. Durante muchos años ha defendido sus ideas sobre la vida en el Universo y las ha convertido, junto con su negocio de complementos alimenticios, en una importante fuente de ingresos. Durante su visita a la Cámara de Diputados no dijo ni hizo nada distinto a lo que ya nos tiene acostumbrados. Tampoco me impresionaron las momias de Nazca, porque su autenticidad está en disputa y parecen charamuscas de Guanajuato. Me parece mucho más interesante el oportunismo del diputado Sergio Gutiérrez Luna que, como lo ha afirmado abiertamente, pretende ser el próximo gobernador de Morena en Veracruz. No posee lo que pudiéramos llamar una personalidad apocada. Como no le tiene miedo al ridículo, sus empeños por llamar la atención le han llevado a algunos excesos, como la cascarita que se echó el año pasado con un futbolista profesional en la sede misma del Congreso aprovechando que era Presidente de la Cámara de Diputados.
No sé qué tan profundo sea el interés del diputado Sergio Gutiérrez Luna o el de su partido Morena por los fenómenos aéreos no identificados o por las posibilidades de vida extraterrestres, pero las intervenciones de Jaime Maussan superaron con mucho sus esfuerzos por convertirse en el centro de atención durante la comparecencia. Bastó la mera presencia de Josefina y de Betito, que permanecieron impávidas durante toda la audiencia, para que el diputado Gutiérrez Luna fuera desplazado a un segundo plano. Por el bien de los veracruzanos, espero que siga allí.
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