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Pablo Rudomin Zevnovaty: “Vivir es poder querer a otros, es tratar de entender el mundo que te rodea y seguir tu camino”

El gran científico mexicano y Premio Crónica cumple 90 años y cuenta parte de su vida: cuando le dijo que no al presidente Luis Echeverría o su gusto por tacos al pastor y del homenaje que le hará El Colegio Nacional

entrevista

Si viviera otra vez, sería nuevamente investigador, porque me apasiona ser curioso, tener una pregunta y encontrar una respuesta.

Si viviera otra vez, sería nuevamente investigador, porque me apasiona ser curioso, tener una pregunta y encontrar una respuesta.

Colnal

Vivir es poder querer a otros, tratar de entender el mundo que te rodea y aunque sabemos que todo en algún momento se acaba, algo que no es agradable, hay que vivir para ayudar a los demás y también para seguir tu camino, dice Pablo Rudomin Zevnovaty.

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Es el sentir del entrañable científico mexicano que el 15 de junio cumple 90 años y cuya obra no sólo llega a los centros de alto nivel de investigación del mundo para inspirar a jóvenes, sino al corazón de quienes lo conocen por la gran calidez de su alma. Con esa generosidad nos da una entrevista en la cual habla de su vida, su infancia, de la música que escucha, de los tacos al pastor que le encantan, de cuando le dijo que no al presidente Luis Echeverría o cuando le organizó al presidente Zedillo una maratónica conferencia con otros científicos.

Por estas nueve décadas de vida, El Colegio Nacional le rendirá un homenaje nacional y mundial el 17 de junio, del cual dice no quería, pero le insistieron sus familiares y amigos. Lo que sí sabe Pablo es que “si viviera otra vez, sería nuevamente investigador, porque me apasiona ser curioso, tener una pregunta y encontrar una respuesta”.

¿Son 90 años de vida y una gran vida?

Son mucho tiempo y, en verdad, es un tiempo que se fue muy rápido y en el cual tuve varias facetas: una, la actividad científica; dos, la actividad familiar; y tres, el sendero personal, de qué es lo que uno quiere y hacia dónde quiere llegar.

Pero no ha sido un camino fácil. De niño era tímido, malo para los deportes y esto, que lo he dicho en varias entrevistas, supongo me empujo ir en la dirección de la investigación científica, de los estudios. Los primeros años los hice en el Colegio Israelita y con algunos compañeros tuve buena amistad que perduró con los años. Después ingresé a la preparatoria nacional y fue descubrir otro mundo.

Ahí hice nuevos amigos. Uno de ellos, que recuerdo con mucho cariño, es René Villanueva, fundador del grupo Los Folkloristas, quien me introdujo a la música. Yo era aficionado, en mi casa se oía a Chaikovski, pero él me acercó a Bach, Mozart, Beethoven… fueron dos años de una amistad intensa.

Pero regreso a la secundaria y recuerdo a dos maestros con mucho cariño: Gilberto Hernández Corzo y Luis Batres, este segundo, profesor de biología que me invitó a ser su ayudante y hacía experimentos. Por ellos conocí libros como “El origen de la vida”, de Alexander Oparin, o “Cazadores de microbios”, de Paul de Kruif. Su lectura me emocionaba.

En esos momentos, pensaba que la vida de los científicos era una especie de éxtasis, porque no te hablan de todos los problemas que tuvieron que enfrentar para conseguir fondos…

Porque cuando te metes a la investigación, hoy y antes, conoces toda la burocracia para conseguir apoyos y, por momentos se te quita el gusto de la investigación, más a quienes hacemos ciencia experimental que necesitamos equipos con los avances de punta en tecnología y cuestan mucho dinero. Por ejemplo, nosotros registramos la actividad de una neurona y en cada experimento recolectas una cantidad enorme de información que sólo puedes manejar con computadoras de alta capacidad y ahora con ayuda de la inteligencia artificial. Y ahí vienen los problemas: resulta que las computadoras que tienes son limitadas y te vas quedando atrás y atrás en la ciencia por no tener en México es tecnología.

¿De niño con qué te emocionabas?

Desde la secundaria, la maestra de química nos contaba cosas sencillas y mostraba experimentos. Eso me emocionó y en ese tiempo tenía a un amigo: Marcos Rosenbaum Pitluck, porque su papá y el mío eran socios de una local de venta de fierro en el Centro Histórico.

En ese tiempo vivía en la calle de Corregidora, luego nos cambiamos a la de Allende y en ese edificio había cuatro familias: la nuestra, la de Marcos, la de Samuel Gitler y la de Carlos Gitler. Con ellos mantuve una amistad, que sigue con Marcos y con Samuel hasta que falleció. Todos ellos grandes científicos.

La chatarrera estaba en la calle de Matamoros con sus fierros viejos y, en ese entorno, Marcos y yo, con la imaginación exuberante que teníamos, decidimos hacer un submarino. Juntamos piezas hasta que lo logramos. Era la imaginación y no veíamos televisión.

Después fui a vivir a la calle de Jesús Carranza, en el mero Tepito, y debajo vivía la familia Rangel. Tenían una paletería y tres hijas, me acuerdo que a una de ellas le decíamos la “chata”. Nos llevábamos muy bien. Con el tiempo se fue desvaneciendo la relación, pero curiosamente, años después, estaba en Estados Unidos y en el consulado mexicano y alguien me dijo: “Es usted Pablo Rudomin, yo soy hijo de una de las Rangel”.

Había otros personajes como el doctor Lara, quien daba consulta a los más necesitados, o la señora María de la farmacia. Era una cosa fabulosa. Nos paseábamos por Tepito y nunca tuvimos problemas.

¿Qué le falta a Pablo?

El de las ciencias es un camino donde el conocimiento que adquieres, sobre todo en ciencias experimentales, al poco tiempo se hace obsoleto y por eso decir que uno ha descubierto las grandes verdades universales, por lo menos en mi campo, es una ilusión.

Lo cierto es que es el camino de la curiosidad, el querer saber. De joven había muchas cosas que no sabía, preguntaba a los maestros y me daba cuenta que había muchas cosas que no sabían ellos, buscaba en libros y me daba cuenta que había muchas cosas que no estaban.

Tal vez por eso quería hacer investigación, pero no sabía en qué. Porque en mi familia no había esa experiencia, no era hijo de intelectuales como otros colegas. Pero sí hay una anécdota de mi padre. Él fue albañil y me llevaba a pasear por la SEP y justo en la calle de González Obregón, donde está El Colegio Nacional, me decía: ves esa pared, la hice con mis manos. Espero que hagas algo que dure más. Para mi padre, la idea de que sus hijos estudiaran era muy importante.

“Cómo fue ese no al presidente Echeverría”

En 1961 ingresé al Centro de Investigación y de Estudios Avanzados por invitación de Arturo Rosenblueth, pero me dijo que tenía que obtener mi doctorado “Tienes cuatro años para hacerlo ya demás debes atender a los estudiantes”.

Al mismo tiempo me involucre en la política científica con amigos como Javier Alejo, Carlos Imaz, Samuel Gitler. Era el año de 1972 obtuve el Premio de la Academia, recién se había fundado el Conacyt, y en la ceremonia de entrega me presentó Jesús Alanis y yo hablé de los limitados recursos a la ciencia, que hoy siguen igual.

Pero el presidente Echeverría le comenta algo a Eugenio Méndez Docurro y éste anuncia: “El presidente invita al doctor Pablo Rudomin y a Manuel Peimbert a su viaje a Japón.

Echeverría me dice: va a venir conmigo.

Y le respondo: no señor, la verdad tengo un visitante y estamos haciendo experimentos muy difíciles.

Echeverría me responde: no se preocupe, puede ir cuando quiera, pero sí me gustaría mucho que viniera. Piénselo.

Me dieron el premio, bajé del estrado y Méndez Docurro dice al grupo: El señor Presidente hace extensiva la invitación a las esposas de los premiados. Vi la cara de Flora, mi esposa, con una sonrisa y cuando acabó la ceremonia me dijo: Vas a Japón y le contesté: No sé: Y ella respondió: Yo sí porque me invitó el Presidente. En ese momento supe que iría a Japón.

Llego al laboratorio y me habla Guillermo Massieu Helguera, quien era director del Cinvestav, y me dice: “Pablo, como es posible le dijiste que no al Presidente”. Pue sí, le contesto. Tengo cosas que hacer.

Y me contesta: No Pablo, imagínate como lo van a tomar, después de la ruptura del 68. Al rato me habla el Presidente de la Academia: Pablo, cómo te dirigiste al Presidente. Y le digo: para qué hacen tanto tango. Déjame pensarlo.

Una semana después me invita el Presidente a una reunión con científicos sobre el Conacyt. Entra Echeverría y todos se va a saludarlo y yo me quedo separado, era muy tímido.

Echeverría me dice: Rudomin va a venir conmigo sí o no.

Y le digo: Será un honor señor Presidente. Y ahí se generó esa imagen de que era muy conocido de Echeverría.

Otra cosa fue cuando conocí al presidente Ernesto Zedillo. Me pidieron organizar una reunión con científicos. Una de las primeras cosas que me dijo Zedillo es que: “hay muchas cosas de ciencia que el presidente no sabe y tiene que saber”.

Era la época de las vacas locas y le dije que le podría organizar un par se sesiones que lo pusieran al tanto. Era para una hora, porque el tiempo del presidente es estrecho. Les hablé a colegas y propuse hablar de transgénicos y otras cosas que estaban de moda. Unos investigadores dijeron que si le entraban y otros que no iban a jugar a la escuelita con el Presidente.

Y les dije: están locos, es una oportunidad magnífica para que el Presidente tenga idea de lo que es la ciencia y sus problemas. Estaban Francisco Bolívar, Donato Alarcón y muchos más. Se hizo la presentación y el Presidente hizo buenas preguntas. Paso una hora, y dice Zedillo: síganle. Llegaba el Estado Mayor y le decían que lo esperan, pero Zedillo seguía hasta que se cumplieron tres horas. Fue algo espectacular. De ahí salió la primera Ley de Ciencia.

Pablo Rudomin con el Premio Príncipe de Asturias.

Pablo Rudomin con el Premio Príncipe de Asturias.

Colnal

¿En este punto la conversación da un giro y se le pregunta: en estos 90 años, cual es la obra musical que más te apasiona y repites?

Me gusta mucho Bach, Beethoven, sobre todo este alemán, Mozart… Soy anticuado. Me gusta la música barroca y los modernos como Prokofiev.

¿Y en literatura?

Pues, he leído muchos. Los rusos, como Gogol, Tolstoi, los franceses como Romain Rolland, los mexicanos como Octavio Paz o el peruano Vargas Llosa.

¿Y de comida?

Flora aún me dice: no es posible que te sigas emocionando con la comida. Hay dos tipos: la cocina ruso-polaco que es la col rellena de carne con arroz. También el arenque que se combina con el vodka, pero no con el tequila. Y la comida mexicana: un buen mole negro de Oaxaca o los taquitos al pastor, aquí junto a la casa hay una taquería que se llama Los Arcos. Son espléndidos.

¿La ciencia cómo la defines?

Es una actividad que trata de entender y responder el Universo a través del método experimental. Y te digo que todo lo que he podido hacer es gracias al apoyo de Flora, mi esposa. Ella es una artista y le digo: mira, lo tuyo va a durar mientras haya alguien que admire tus obras, lo mío es una verdad transitoria, dentro de poco será obsoleta. En la ciencia es todo relativo, y el arte es glorioso.

Tú eres poeta y qué pasa con eso que está en tu corazón.

Nada, solo fue una afición.

El 17 de junio te rinde homenaje en El Colegio Nacional, ¿cómo te sientes?

La verdad, no me emociona mucho, pero insistieron. A la familia y amigos les da gusto, pero es algo que no debe tomarse como un culto a la personalidad, simplemente es algo que a unos amigos se les ocurrió y estuve a punto de decir varias veces que no.

¿Después de todos estos años de vida, de grandezas y derrotas, que significa para Pablo vivir?

El vivir es poder querer a otros. Poder darles lo mejor de ti, es tratar de entender el mundo que te rodea y, obviamente, la idea de que todo en algún momento se acaba, no es agradable, pero tenemos que vivir con eso y aprovechar a cada instante que cada quien pueda desarrollar todo su potencial y así haya cosas que deprimen el momento actual, como el cambio climático, la falta de agua, la pobreza extrema o la incapacidad de la gente para vivir en paz después de la Segunda Guerra Mundial. No hemos aprendido del pasado y esperemos que algún día aprendamos, pero llevamos miles de años y no llega ese día, por eso hay que vivir lo mejor, ayudar a los demás y seguir tu camino.

Y si viviera otra vez, sería nuevamente investigador, porque me apasiona ser curioso, tener una pregunta y encontrar una respuesta.