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Las pasiones mundanas en las redes sociales. Entre la imagen, el odio y lo efímero

El mundo de las imágenes y la exposición virtual es tan exquisito como efímero y, sobre todo, ingenuo

Parte I

En una de las celebraciones decembrinas del año pasado —de esas tan características con suéteres rojiverdes y llenas de buenos deseos— me reencontré con un amigo que hacía mucho tiempo no frecuentaba y que, después de un primer anecdótico e hilarante saludo, me recriminó duramente el haberle borrado de mi cuenta de Facebook. Como no debiera ocurrir, me disculpé y terminé explicando los pormenores del porqué cerré mi cuenta como defensa del ya no tenerlo como amigo en esa red social. Hace ya muchos ayeres, cuando abrí mi cuenta de MySpace, poco imaginaba que al día de hoy iba, duramente, a luchar por no habitar las redes sociales y el mundo digital; desde luego, y por melancólico que pueda parecer, el social media ya no es lo que era y, anacrónicamente, me resisto a subsistir en las dimensiones de las redes pese a que, en ocasiones, me veo forzado a tener alguna cuenta. Esas recriminaciones decembrinas me hicieron reflexionar en la explotación de las pasiones mundanas de los sujetos dentro del mundo digital y la demanda sobre el vivir hiperconectado.

La imperativa necesidad de intentar comunicarnos es de larga historia; sin embargo, el humano padece, incluso en nuestros días, de la complejidad de hacer entender nuestras ideas a un semejante. Usted, yo y cualquier persona, omitimos que en esos mundos electrónicos hablando no se entiende la gente y, sin embargo, solemos adecuarnos a las regularidades lingüísticas para intentar entender nuestro mundo circundante. El mundo de las imágenes y la exposición virtual es tan exquisito como efímero y, sobre todo, ingenuo. En definitiva, la ficción de las redes sociales es profundamente utilitaria.

Emojis, stickers y memes, paradójicamente, no hacen comprender mejor el mundo sino estabilizarlo, reducirlo y mecanizarlo. Circular de la mano de las imágenes en la cultura digital es tan común que, frecuentemente, ni siquiera cavilamos en nuestro desconocimiento de todo aquello que acontece de forma tan cercana, reiterada y estéril. La velocidad de las imágenes, en efecto, no solo desinforman e incomunican, por el contrario, incrementan las dimensiones de la adaptación a la normalidad del mundo mainstream y, lo peor de todo, es que nos fascinan con su ligereza. Hoy, un punk, un darketo o cualquier sujeto normal y cotidiano es igualmente explotado en imagen. En el mundo de las representaciones, parafraseando a Susan Sontag, la pluralidad de imágenes impide observar con algo de claridad las vicisitudes de nuestro devenir en cuanto sujetos.

Las imágenes en las redes sociales, como es conocido, son la nueva forma de comercio electrónico. En ellas reside no sólo información de toda índole sino también formas de circulación trending de un sin fin de mercancías en donde el sí mismo es encarcelado por sus ideales, sus miedos y sus excesos. El mercado contemporáneo estableció, muy rápidamente, un circuito parcial de dependencia a las imágenes de talante burgués y aspiracional o, en consecuencia, una erotización de la pobreza en estricto sentido. En las redes, no sólo parece olvidarse el denso antagonismo de clases; por el contrario, la imagen opta por producir cierto encanto con esa desigualdad. Tristemente, como observó Hito Steyerl, la imagen en esos espacios virtuales sigue subsumida en la pobreza: la inmensidad de la imagen pobre y pixeleada.

En las redes sociales, la ignominia es una situación generalizada y preocupante. Los creadores de contenido, desde los influencers con un gran número de followers hasta las personas mundanas que comparten lo que comieron el día de hoy, son quienes, casi sin cuestionarlo, mantienen las dinámicas de una locomoción secuencial y explotada de la imagen. Una pleitesía ominosa desfigurada en la pasión por el semblante. La pregunta indispensable en este punto sería: ¿Cuáles son los destinos y las finalidades de aquellos que suben cualquier imagen a la red? Desde luego que podría contestarse, apresuradamente, que son muchísimos; no obstante, las redes sociales confrontan a la existencia humana con sus dimensiones más falsas y grandilocuentes y, desde luego, también exhiben las más miserables actuaciones de los sujetos. El mundo de las redes sociales hizo de nosotros una gran pantomima nuestra existencia. Una inmensa broma final en donde las apariencias y el vaivén de lo cotidiano se parece cada vez más a las particularidades espectaculares de una boda, usando la idea del sociólogo Erving Goffman.

He decidido llamar pasiones mundanas a esta entrega por una razón lacónica y, en efecto, sencilla. Las pasiones han acompañado sigilosamente el devenir de los humanos a lo largo de su historia. Desde Narciso, siendo presa de un entumecimiento icónico ante sí mismo, o las casi interminables andanzas alrededor del deseo por parte de Ulises en “La Odisea”, hasta el conocimiento y el cultivo de sí practicado por las escuelas helenísticas en la praxis filosófica; todo ello da cuenta del desconocimiento de nuestras más oscuras exigencias culturales. Las pasiones han cautivado y han mostrado continuamente que, en la historia de las civilizaciones, las cosas siempre ocurren, como lo planteó Marx, primero como tragedia y luego como farsa. La era de la cultura digital expone que, en última instancia, ya no sólo se trata de farsa sino también de impotencia y de una pasión por el espectáculo efímero.

Como nunca antes, las imágenes convirtieron al mundo en un cúmulo casi infinito de certezas inmediatas. Hoy una imagen puede afirmar cómo debe comerse la sopa, cómo cuidar de las emociones, cómo entender a tu mascota y un sin fin de ficciones que, casi sin reprocharlo, suelen admitirse en tanto verdaderas. En la era del consumo incisivo e interminable de las infografías, del proclamado menos es más, pareciese que se impide a los humanos confrontarse con la frustración de lo complejo e incomprensible. Las imágenes, en efecto, representan el cierre de lo indeterminado de la vida para dar paso a lo simple y mundano como la cuasi unívoca explicación del mundo medible y regular de la existencia.

*Egresado del doctorado en Psicología Social de la Unidad Iztapalapa y profesor de la Licenciatura en Psicología de la Unidad Xochimilco

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