Academia

“De Pedro a Pablo”, la historia de Rudomin y quien no se jubila porque hace lo que le gusta

Pedro Naum es su nombre real, pero no le gustó a su mamá y lo cambió por Pablo. Narra fundación del SNI, de “Los domingos de ciencia” y cuando pidió dejar de beber whisky para juntar un millón de dólares para científicos

El llamarme Pedro me llevó a varias  situaciones chuscas, dice Pablo Rudomin.

El llamarme Pedro me llevó a varias situaciones chuscas, dice Pablo Rudomin.

Miguel Luna

“De Pedro a Pablo” podría ser un buen título para contar en una película la vida de Pablo Rudomin Zevnovaty. Una historia llena de peripecias: Pedro Naum es su nombre pila y sólo lo supo hasta que tuvo que viajar a Estados Unidos o “cuando su secretaria hizo la carta de presentación para ser postulado al Premio Príncipe de Asturias, el cual ganó en 1987”.

En esta segunda parte de la entrevista, el Premio Crónica cuenta cómo en una de las ceremonias de entrega de premios de la Academia Mexicana de Ciencias, le pidió al entonces presidente José López Portillo que si todos los allí presentes dejaran de beber whisky por un año y tomaran tequila, se podría juntar un millón de dólares para apoyar a la ciencia, de cómo se fundó el Sistema Nacional de Investigadores y “Los domingos de ciencia” de la AMC, acompañado por “Ñoño” -Edgar Vivar- y lo que le dice su esposa, Flora Goldberg: “La gente anhela jubilarse para hacer lo que le gusta”. Y Pablo contesta: “Si estoy haciendo lo que me gusta, para que me jubilo. Ahora sé que hacer ciencia es como estar en familia, es pertenecer a una familia”.

En esa época cuando eras presidente de la Academia Mexicana de Ciencias se fundó el Sistema Nacional de Investigadores.

En la época en la que fungí como Presidente de la Academia, el sueldo de los investigadores científicos era bastante bajo, por lo que tenían que tomar trabajos adicionales para que sus familias pudieran tener un estándar de vida razonable.

Era el fin del sexenio de López Portillo. Durante la ceremonia de entrega de Premios de la Academia, allá en los Pinos, mencioné, como parte de mi presentación: Señor Presidente si todos que estamos aquí nos comprometemos durante un año a tomar tequila en lugar de whisky, juntamos ese dinero.

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Al terminar la ceremonia acompañé al Presidente a su oficina, junto con Fernando Solana, entonces secretario de Educación. Mientras caminábamos por los jardines, el presidente López Portillo me comentó que le había gustado mi presentación y le dijo a Solana: “Denle a la Academia este millón de dólares ¡ahora mismo!” Desafortunadamente esto sucedió una semana antes de que terminara su gobierno y no pudimos conseguir el apoyo prometido.

Un par de semanas después, ya iniciada la presidencia de Miguel de la Madrid, me hablaron de parte de Reyes Heroles, para que me comunicara urgentemente con él. Ante lo insólito de esa llamada pensé: si me están buscando con urgencia, debe ser para algo importante. No dormí toda la noche. Por la mañana lo fui a ver a su oficina en la Secretaría de Educación. Ya nos conocíamos y nos saludamos afectuosamente y me dijo: Don Pablo, quiero que me ayude a componer la ciencia en este país.

Le respondí: con mucho gusto.

Que es lo que harías, me preguntó.

Generaría un mecanismo para que ningún científico tuviera que ser administrador o político para hacer buena ciencia, le contesté.

¿Esto se aplica a todos?

Si, le dije.

¿Y a ti?, me preguntó.

Empezando por mí, agregué.

Entonces vamos a hablar de eso, concluyó.

Aquí quisiera señalar que un par de meses antes, los miembros de la Academia organizamos una reunión en Oaxtepec. En esa ocasión retomamos la propuesta hecha años atrás por Carlos Gual: Crear la “carrera de investigador” para que se reconocieran las aportaciones de la ciencia a la sociedad y se proporcionaran a los investigadores los medios necesarios para que pudieran llevar a cabo su labor exitosamente.

Fue entonces cuando le propuse esa idea a Reyes Heroles. Le pareció oportuna. Este fue el antecedente del SNI.

Al terminar la reunión me pidió una lista de candidatos que pudieran colaborar con la SEP para abordar los problemas asociados a la investigación y a la enseñanza de la ciencia. Propuse a Jorge Flores, físico distinguido de la UNAM y muy interesado en la divulgación del conocimiento científico.

Jorge Flores, ya como subsecretario, asistió frecuentemente a las sesiones del Consejo Directivo de la Academia. Fue entonces, junto con José Sarukhán, cuando diseñamos la serie de “Los Domingos en la Ciencia”. Consideramos que el sitio más adecuado para estas actividades era el Museo Tecnológico en Chapultepec, por estar cerca del área de juegos para los niños. Como este Museo dependía de la Comisión Federal de Electricidad, nos reunimos con su director, el Ing. Fernando Hiriart, quien aprobó nuestra propuesta con entusiasmo.

Mi presentación fue de las primeras. Aún lo recuerdo. Me propuse explicar a los jóvenes los procesos neuronales que ocurren en la médula espinal durante la aplicación de un estímulo doloroso. Para ello me ayudó mi hijo Isaac, que estudiaba matemáticas y también el actor Edgar Vivar, médico y amigo de familia.

Edgar vino disfrazado de “Ñoño”. Por más que trató de entrar al museo sin que lo vieran, se corrió la voz que allí estaba y muchos de los niños que estaban en los juegos vinieron a la presentación. Eran cientos de niños sentados en el suelo. Realmente impactante.

Pablo eres parte fundamental del último medio siglo en la ciencia mexicana, ganas el Premio Príncipe de Asturias, eres el primer mexicano que lo recibe.

Hugo Aréchiga, entonces jefe del Departamento de Fisiología en el Cinvestav, me invitó a concursar para el Premio Príncipe de Asturias. La verdad no sabía que tan importante era ese premio. Acepté y envié a Oviedo la documentación requerida.

Meses después, mientras estábamos de vacaciones en Acapulco, me habló mi secretaria, Luz María Reveles, y me dijo que faltaba la carta de presentación que tenía que haber sido escrita por el doctor Aréchiga, que le dijo que estaba muy ocupado para escribirla en ese momento. Entonces le dije a Luz María: escríbala usted y mándela. Y así lo hizo.

Meses después, Ulises Cortés, buen amigo de mi hijo Isaac, me habló desde España para decirme que me había ganado el premio, pero que no aparecía yo como Pablo sino como Pedro. Un par de horas después me hablaron de la Fundación para comunicarme esa grata noticia. Recibir esta distinción fue algo inesperado.

DE PEDRO A PABLO

Cuando nací, me llamaron Pedro Naum. Así está en el acta de nacimiento. Pero a mi mamá no le gustó y me llamó Pablo. Que mi nombre era Pedro Naum lo supe cuando fui a sacar copia de mi acta de nacimiento para tramitar mi pasaporte porque iba a viajar a Nueva York. Si bien recuerdo esto fue en 1954 cuando tenía 20 años.

Así que en el pasaporte quede como Pedro Naum y con ese nombre me dieron la visa para entrar a los EU. En ese entonces para salir del país le pedían a uno la cartilla de servicio militar, en la que aparecía como Pablo. Trataba de explicarles que Pedro y Pablo eran la misma persona. Pude viajar a pesar de ello, pero me hicieron prometer que lo iba a resolver.

Creo que a principios de los setenta, comenté esta situación con Guillermo Massieu, entonces director del Cinvestav. Me dijo que ese era un asunto que tenía que resolver porque de no hacerlo tendría problemas en el futuro. Instruyó al Lic. Roca, asesor jurídico para que me ayudara a resolver este asunto a través de los canales oficiales. Después de muchas reuniones hubo un juicio y finalmente el juez emitió un edicto en donde se me autorizaba a seguir usando el nombre de Pablo.

El llamarme Pedro me llevó varias situaciones chuscas, como por ejemplo cuando solicité la beca Guggenheim. Un día el doctor Juan García Ramos, con quien había yo trabajado en el Instituto de Neumología, antes de ingresar al Instituto de Cardiología, me preguntó: “Oiga Pablo, tiene un hermano que se llama Pedro y que pidió la beca Guggenheim? Me escribieron para que les diera mi opinión acerca de ese candidato. Les contesté que ni lo conocía”. Me aterré y escribí a la Fundación. Afortunadamente todo se pudo arreglar.

Tras este gran periplo de vida, como te sientes.

He vivido 60 años haciendo ciencia. Ha sido como un sueño y lo único que quiero es tener salud suficiente para seguir adelante.

Que significa para Pablo la ciencia, después de que ha sido tu compañera, tu deseo, pasión…

¿Por qué ciencia? Era un niño muy curioso que preguntaba y no tenía respuestas. Preguntaba a mis maestros y no sabían. Leía libros y no hallaba respuestas. Supongo que fue entonces cuando surgió en mi la idea buscar lo que no sabían mis maestros y que no estaba en los libros. Estaba entonces en secundaria. Esta búsqueda se incrementó en la Preparatoria, sobre todo por las discusiones que tenía yo con mis compañeros y maestros en los patios de San Idelfonso.

Ahora sé que hacer ciencia es pertenecer a una familia. Y sigo curioso, tan es así que todavía mi esposa me regaña: “Te metes a trabajar con la computadora”. Pues sí, le digo, tengo contacto con mis estudiantes tres veces a la semana en sesiones de dos horas. Entonces, me dice: mucha gente anhela jubilarse para hacer lo que le gusta. Y respondo: Si estoy haciendo lo que me gusta, para que me jubilo.