La abundante literatura y prensa sobre el new age, nuevas religiones y rituales posmodernos, parecen hablarnos de una diversidad religiosa enorme que deja lejos su base católica popular. Sin embargo, si uno se asoma el 12 de diciembre a la Basílica de Guadalupe o a todos sus santuarios espejo a lo largo del país, y si se tiene la curiosidad de caminar u observar a los millones de peregrinos que se movilizan para visitar a sus vírgenes locales, regionales o nacionales, esta base católico-popular compuesta por prácticas cristianas, catolicismo popular medieval y prácticas de curanderismo, sigue siendo muy palpable.
Las peregrinaciones son a mi juicio, particularmente conmovedoras en su expresion emocional religiosa. Caminar hacia un centro sagrado para visitar al numen que ha sostenido y dado consuelo en la vida cotidiana, saca a la luz una emocionalidad que no es tan visible el resto del año.
Las emociones religiosas han sido poco estudiadas en la academia y no es sino hasta recientemente que las tomamos en cuenta: gracias a los estudios sobre cuerpo, experiencia y percepción, es que estos aspectos son ahora tomados en cuenta. Y es que en realidad no aprendemos una religión en la creencia, sino en sus prácticas. No es el catecismo de Ripalda el que nos informa que la Virgen (mi Virgen) protege, que el Señor de Chalma cura, o que el Niño de Plateros se baja de su trono para hacer travesuras durante la noche. No es que los creyentes no crean que recitar las tres virtudes teologales (“Las tres virtudes teologales, son la primera, la fe, la segunda la esperanza, la tercera, la caridad”… ) o recordar los pecados capitales no sea importante, pero son la corporalidad y la emoción las que finalmente hacen a un creyente no olvidar persignarse al pasar frente a un templo, o considerar que hay que tener una actitud corporal de respeto dentro del mismo (bajar la voz, no correr, doblar la espalda e inclinar la cabeza). Estos aprendizajes corpo-emocionales son los que nutren y permiten que se transmitan a las siguientes generaciones la devoción, las prácticas religiosas y finalmente, las creencias.
Estudiar la historia de estas prácticas nos permite además observar que los procesos que las forjan no son nuevas, pero tampoco son idénticas al pasado. Quiero insistir en enfocar las prácticas, las cuales muchas veces son distintas de lo que consideramos debe de ser una religión en términos institucionales. Esto es, si bien muchas devociones que hoy vemos aún como por ejemplo las mandas, nos pueden resultar extrañas a la sensibilidad pos/moderna, debemos considerar que éstas han pasado por procesos históricos que tienen que ver tambien con la relación con la iglesia institucional y con los procesos de las propias comunidades.
Tenemos claro por ejemplo, que las fiestas en muchos pueblos son parte integral del culto a los santos y estos a su vez, fueron asociados a múltiples deidades prehispánicas y seres protonaturales, que se relacionaban con lugares naturales. Pero no sólo las creencias prehispánicas son las que debemos tomar en cuenta. Estas fiestas y las peregrinaciones a centros de culto regionales como en Chalma o en San Juan de los Lagos, enlazaban comunidades desde tiempos novohispanos, y fomentaban lazos y flujos de mercancías y personas a niveles intra e interregionales.
Las peregrinaciones también han sido muy importantes en la forja del sentimiento de identidades regionales o nacional, como se puede constatar con la Virgen de San Juan de los Lagos, el Cristo del Cubilete o en su máxima expresión, la Virgen de Guadalupe. Non fecit taliter omni nationi (“No hizo cosa igual con otra nación”), pronunciaba Francisco de Florencia en el siglo XVII, igualando así la aparición preferente de la Virgen de Guadalupe con el nacimiento de México como nación.
De manera muy importante, consideremos también la relación histórica con las imágenes. Como quiero enfatizar, esta relación es afectiva y se traduce emocionalmente. Considerar seriamente esta afectividad nos revela que la relación con las deidades ha sido expresada dentro del marco de estructuras comunitarias que las hace ser consideradas como personas socialmente vinculadas a las vidas de sus devotos. Las estructuras eclesiásticas también lo consideraban así y permitían esta relación cercana y afectiva a las imágenes: tocar, oler, escucharlas era lo común en los siglos XVII al XVIII. Esto cambió mucho con las Reformas Borbónicas, el concilio de Trento, y más tarde de manera puntual con el Concilio Vaticano II, en el que la teología buscó darle preponderancia a la razón y a una fe ilustrada. Sin embargo, podemos ver que estas prácticas donde los sentidos juegan un papel central, no son tan residuales. Las relaciones con las imágenes permiten validar que la virgen no sea sólo la madre de Dios en singular, sino la madre de dios en particular: de un altar doméstico, de una localidad, de una región o de una Nación. Las vírgenes que no son de mi región entonces se familiarizan y se vuelven hermanas, primas o rivales -considérese el caso de las Vírgenes de San Juan de los Lagos, de Zapopan y de Talpa en la percepción de los devotos.
En particular, las vírgenes poseen una movilidad interesante: son viajeras, les gusta ir donde están sus hijos y en muchas ocasiones, peregrinan junto a ellos. También pueden ser caprichosas: pueden quedarse en un solo lugar si les gusta en el que están, o pueden expresar disgusto por un vestido, o preferencia por algún adorno. Esta movilidad y personalidad la podemos rastrear desde el inicio de sus apariciones y del establecimiento del marianismo que venía ya desde España medieval y se implanta en la Nueva España. Las imágenes, consideradas de alguna manera vivas desde el mundo barroco novohispano, se relacionan como persona con sus devotos: se ruborizan de emoción, ayudan a los peregrinos a llegar a su santuario a visitarles, recuerdan con cariño todos los sacrificios de los peregrinos y renuevan con ellos la lealtad mutua que se actualiza en cada peregrinar. Esta movilidad a su vez juega un papel crucial en la configuración de los territorios y regiones.
En el estudio de las religiosidades en general, y de las peregrinaciones y santuarios en particular, el dialogo con la historia de los fenómenos estudiados, entonces, es crucial. En las peregrinaciones en particular afloran multiples sentimientos religiosos y se afianzan las relaciones sociales con los demas peregrinos (usualmente familia extensa, grupos de parroquia o grupos corporados), así como con las deidades. Más allá de considerar los santuarios como espacios o configuradores de territorio sagrados, son un complejo producto de la relación entre movilidad y estaticidad, de prácticas de difusión y travesías de objetos y personas sagradas y de manera importante, de una educación que promovía los sentimientos religiosos correctos a través de los sermones, la propiciación de cultos y relatos de apariciones que entretenían y articulaban emociones religiosas y lo siguen haciendo hasta nuestros días.
* Investigadora, CIESAS Occidente
Copyright © 2022 La Crónica de Hoy .