Academia

“Ruy Pérez Tamayo fue lo máximo, sus atributos eran infinitos”

Fue un gran médico, profesor y divulgador, recuerda Julieta Fierro · El Colegio Nacional realizó homenaje a un año de su fallecimiento

Aniversario luctuoso

La académica María Isabel Pérez Montfort, hija del doctor Ruy Pérez Tamayo, y los miembros de El Colegio Nacional develaron el retrato del colegiado, obra del pintor Alberto Castro Leñero.

La académica María Isabel Pérez Montfort, hija del doctor Ruy Pérez Tamayo, y los miembros de El Colegio Nacional develaron el retrato del colegiado, obra del pintor Alberto Castro Leñero.

El Colegio Nacional

Gran médico, estupendo profesor, magnífico investigador, escritor luminoso, fuera de serie, renacentista, lector sobrehumano, brillante sarcástico, humorista, “torero” en el dibujo, ético, humanista, bioético, un gran ser humano… así fue recordado Ruy Pérez Tamayo, quien falleció hace un año, el 27 de enero.

Con motivo del primer aniversario luctuoso del médico, escritor y divulgador, Premio Crónica 2015, El Colegio Nacional llevó un homenaje para recordar su vida y obra, acto en el cual se develó su retrato (a cargo de Alberto Castro Leñero), como es tradición para los miembros de la institución que culminan su vida. La ceremonia fue conducida por Adolfo Martínez Palomo y a ella asistieron colegiados de la institución presencialmente y a la distancia, así como familiares del homenajeado y público general que se dio cita en el Aula Magna. Tras un video compilatorio de diversas apariciones y discursos del médico, iniciaron las participaciones de los ponentes en la noche de este lunes 30 de enero.

Julieta Fierro durante su participación.

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El Colegio Nacional
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SAMURÁI Y HUMORISTA.

El médico Julio Frenk recordó al patólogo como un escritor luminoso, prolífico escritor. “Decía que era una enfermedad: la incurable manía de escribir cuyo síntoma principal era el horror a la página en blanco”.

Su amor por las palabras lo llevó también al plano de la conversación, agregó y citó al escritor Adolfo Castañón, quien lo recordó como un fuera de serie, “capaz de decir verdades incómodas con la elegancia de un samurái”.

Para la astrónoma Julieta Fierro, su colega en la Academia Mexicana de la Lengua “fue lo máximo, de atributos infinitos y todo lo que se dice de él fue verdad”. También recordó su particular sentido del humor: “era chistoso, simpático, le gustaba echar relajo”.

La científica también destacó su trabajo como divulgador de la ciencia, que entre sus diversas aportaciones lo llevó a fundar, con el físico Jorge Flores, la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica.

¿Qué se necesita para ser un buen divulgador de la ciencia?, cualidades como conocer el conocimiento y saber comunicar, pocas personas saben ambos e incluso se utilizan más comúnmente grupos interdisciplinarios, pero Ruy sabía ambos, además de ser una persona de principios. Hoy, la divulgación de la ciencia no cuenta con mecanismos sólidos para evaluarla, debemos seguir el ejemplo de don Ruy o bien trabajar en equipo para lograr estas dos cosas: tener la ciencia correcta y la comunicación correcta”. 

Añadió que Pérez Tamayo estableció criterios fundamentales para hacer ciencia de calidad en nuestro país, pero que también “platicaba sabroso” y era un gran comunicador. “No vamos a archivar su trabajo, lo vamos a usar de ejemplo (…). En tiempos difíciles hay que acercarse a la ciencia y a la cultura”, finalizó con elocuencia.

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ALUMNOS Y AMIGOS.

Cuando Adolfo Martínez Palomo realizaba una estancia académica en París –relató en el homenaje–, recibió una visita del rector de la UNAM, el médico Ignacio Chávez, quien al conocer la calidad de los estudios de éste le preguntó si había tenido buenos profesores en la Facultad de Medicina de la Universidad.

–He tenido buenos, pero además he tenido al mejor, dijo en referencia a Ruy Pérez Tamayo.

–¿Quién fue?

–El doctor Pérez Tamayo.

–El patólogo. ¿Te enseñó a hacer diagnósticos microscópicos?

–No.

–¿Te enseñó a hacer autopsias?

–No.

–¿Entonces qué te enseñó?

–Que la medicina es una disciplina eminentemente ignorante.

Entonces es un gran maestro. Tras unos segundos de pensarlo y crear la imagen del patólogo en su mente, añadió: “y es bien parecido”.

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Durante su intervención, su alumno y amigo Miguel Reyes-Múgica, jefe de la División de Patología Pediátrica de la Universidad de Pittsburg, relató que, al igual que su esposa (Dra. Irmgard Montfort) fue recibido con generosidad en su vida privada.

Recordó sus cualidades polifacéticas y que más allá de la patología, impulsó el interés científico en sus alumnos, a quienes legó obras imprescindibles como “Mechanisms of disease”.

Ruy Pérez Tamayo con Miguel Reyes Múgica en un reconocimiento del segundo en Texas, EU.

Ruy Pérez Tamayo con Miguel Reyes Múgica en un reconocimiento del segundo en Texas, EU.

Colnal

Recordó su intercambio epistolar y su sugerencia de libros: “Leer como él lo hacía no era común entre los mortales, pero él nunca me pareció un mortal común”. Tenía un gran sentido del humor, teñido por una mordaz ironía, pero también un humanista que reprobaba, ante todo, la falsedad en cualquier ámbito.

Ruy Pérez Tamayo enriqueció al mundo en el que vivió y lo hizo con inteligencia, dignidad, sobriedad y elegancia; nos mostró cómo una vida puede ser ejemplar, valiosa, productiva y feliz. Su ejemplo queda para las siguientes generaciones y, si alguien lo emula, no se arrepentirá”.

VIDA Y OBRA.

Entre las contribuciones de Pérez Tamayo sobresale la descripción del efecto de la metionina en la cicatrización de las heridas. Describió por primera vez en nuestro país enfermedades como la neumonitis reumática, la amibiasis cutánea y el enfisema bronquial. Fue reconocido con el Premio Nacional de Ciencias 1974, el Premio Aída Weiss 1986, y fue Premio Crónica 2015 en Academia. Ingresó a esta institución el 27 de noviembre de 1980.

Fue becario de la Fundación Kellogg y de la Fundación Guggenheim (EU). Publicó varios artículos científicos en revistas nacionales y extranjeras.

Fue Investigador Nacional de Excelencia del Sistema Nacional de Investigadores y desempeñó una Cátedra Patrimonial de Excelencia Nivel I. Fue Profesor Emérito de la UNAM. Obtuvo el premio “Luis Elizondo” y el premio “Miguel Otero” en 1979, el premio “Aida Weiss” en 1986, el premio “Rohrer” en 1988, el premio “Nacional de Historia y Filosofía de la Medicina” en 1995, y la presea “José María Luis Mora” en 2002. Fue reconocido con el doctor Honoris Causa por varias universidades mexicanas.

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