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Sabina llega, contra todo pronóstico

Tras el evento cerebrovascular, no perdió movilidad, pero cambió sus hábitos para “maltratarse mucho menos”

infarto isquémico-Cuarta y última parte

En 2001, a los 52 años, Joaquín Sabina fue ingresado en el servicio de neurología de un hospital en Madrid por un infarto isquémico

En 2001, a los 52 años, Joaquín Sabina fue ingresado en el servicio de neurología de un hospital en Madrid por un infarto isquémico

El pasado 22 de diciembre, Joaquín Sabina celebró el cierre del tour que lo llevó por 12 países y 56 conciertos. El nombre de la gira refleja el sentir del músico: emoción, pero también incertidumbre: “Contra todo pronóstico”, dijo Sabina antes de iniciar su concierto en Madrid, “hemos llegado vivitos y coleando a este último concierto. Ha sido la gira más mágica, más emocionante y tumultuosa de nuestra vida”.

Con 74 años, el músico se había retirado de los escenarios luego de una aparatosa caída en 2020. Pero el susto que le cambió la vida ocurrió en 2001 cuando con 52 años fue ingresado en el servicio de neurología de un hospital en Madrid por un infarto isquémico –reducción del flujo sanguíneo al cerebro—, que afortunadamente fue atendido a tiempo.

PREVENCIÓN

Tras el evento cerebrovascular, Sabina no perdió movilidad. Pero, si le hizo revisar seriamente sus hábitos. El artista refirió en distintas entrevistas que este evento le hizo dejar los excesos para “maltratarse mucho menos”.

El reto más importante que tienen los países latinoamericanos es la prevención, explicó a Crónica Lisandro Olmos, especialista en rehabilitación neurológica en Rehab Center, un centro de rehabilitación integral en Argentina. “Hay una frase de Einstein muy clara para este caso: ‘mejor que resolver un problema es evitarlo’. Hoy tenemos un enorme desafío para reducir la cantidad de eventos cerebrovasculares a partir del control adecuado de los factores de riesgo, la mayoría prevenibles”, dijo.

El estudio INTERSTROKE, en el que participaron 32 países, permitió identificar los factores de riesgo más comunes en el infarto cerebral, apunta a Crónica Enrique Castellanos, neurólogo vascular y endovascular del Centro Médico Nacional 20 de noviembre. “Se encontró que el 90% de los casos se deben a un grupo de 10 factores que pueden modificarse”. Entre esos factores están viejos conocidos para la población mexicana: presión arterial alta, colesterol y/o triglicéridos altos (lipidemia), obesidad o sobrepeso, adecuado control de la diabetes. Otros factores: ser fumadores, inactividad física, la ingesta frecuente de alcohol, el consumo de drogas, estrés crónico (que mal manejado puede conducir a que la presión arterial se vaya incrementando).

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“Las drogas afectan los vasos sanguíneos y pueden conducir a un infarto cerebral”, dice a Crónica Lilia Núñez Orozco, neuróloga y jefa del Servicio de Neurología en el CMN 20 de noviembre. “Una de mis pacientes, muy joven, bebió alcohol, aspiró cocaína y tuvo un evento vascular cerebral que la dejó con una discapacidad importante”, comparte. Sabina reconoció como inevitable el incorporar a su vida un “régimen” de sustancias, incluyendo alcohol, tabaco y cualquier tipo de drogas. “Seguramente cerrará alguna fábrica de tabaco por mi culpa”, bromeó.

En México un problema grave es que muchas personas no saben que padecen diabetes, presión arterial alta o lipidemia porque, en general, estos padecimientos no producen síntomas. Por ello, Núñez recomienda hacerse una revisión después de los 40 años. “Lo ideal sería que vayan al médico para una revisión de rutina, aunque no tengan síntomas definidos simplemente para saber cuál es su condición de salud en general. Si tienen algún síntoma pues con mayor razón”, dice.

El segundo problema es que luego de ser diagnosticadas, las personas sigan de manera adecuada su tratamiento. Los médicos cuentan múltiples historias sobre cómo sus pacientes se resisten a “tomar las pastillas” o modificar sus hábitos apostando a que no les pasará nada. Lamentablemente, estas enfermedades “no se notan hasta que se notan”. Núñez lo ha vivido de primera mano y cuenta con mucha tristeza: “tenía un amigo que fumaba mucho, era hipertenso, le dio un infarto al miocardio. Cuando se recuperó volvió a fumar igual que antes, no se tomaba bien la medicina para la hipertensión y me decía ‘de algo me he de morir’. Y yo le decía ¡es que puedes no morirte! Al poco tiempo sufrió una hemorragia, se quedó sin poder hablar ni mover la parte derecha de su cuerpo. Lloraba cada vez que me veía”.

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Pocos, como Sabina o Steve Wozniak (ver la segunda parte de este reportaje), pueden contar que se recuperaron de un infarto cerebral sin consecuencias. O casi.

REHABILITACIÓN. 

“Cuando tuve el ictus me recuperé perfectamente, sin secuela física alguna. Sin embargo, a los tres o cuatro meses después entré en este agujero negro. Un neurólogo me dijo que esto era normal”, contó Sabina en una entrevista a El País Semanal.

Según datos de la American Stroke Association al menos un 60 por ciento de aquellos que han sufrido un evento cerebrovascular sufre secuelas que afectan su calidad de vida y requieren rehabilitación. “Se puede afectar el movimiento, la sensibilidad, el lenguaje, la cognición, el campo visual. Las secuelas emocionales son importantes y menos reconocidas, puede haber depresión en 3 de cada 10 pacientes”, dice a Crónica, Jorge Hernández Franco, especialista en medicina física y rehabilitación neuronal. Un paciente deprimido colabora poco en el proceso de rehabilitación. El problema es que la mayor posibilidad de recuperarse es si la rehabilitación inicia lo más pronto posible. Esta ventana es de 3 a 6 meses. Este periodo está definido por un proceso natural que sufre el cerebro tras el infarto isquémico conocido como plasticidad neuronal. La rehabilitación busca aprovechar este proceso de reparación pero “nosotros no curamos”, añade Hernández Franco, jefe del Departamento de Rehabilitación del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía Manuel Velasco Suárez. Lo que hacemos es “brindar la posibilidad al paciente para que pueda reincorporarse a la sociedad, ser productivo y lo más independiente posible”. La rehabilitación neurológica debe entenderse como un proceso de aprendizaje y en él debe participar un equipo multidisciplinario, añade.

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El mensaje más importante que quieren transmitir los médicos es que la enfermedad vascular cerebral puede evitarse. El primer gran desafío es que la población sepa que cambios en nuestros hábitos pueden evitar que desarrollemos las enfermedades que conducen a un infarto cerebral. “No hay nada mejor que prevenir”, señala Olmos. “No hay mejor tratamiento que evitar que el evento ocurra. A nivel de salud pública en Latinoamérica la mejor inversión es la prevención. En Estados Unidos se calcula que por cada dólar de inversión en prevención se ahorran 8 dólares de tratamientos”.

El segundo desafío es que si ya tenemos enfermedades que pueden desencadenar un evento cerebrovascular es importante tratarlas, pero se requiere voluntad. Y si a pesar de todo, ocurre un evento, el reto es reconocer los síntomas de un ataque isquémico. La rápida atención y rehabilitación hacen la diferencia.

En el caso de Sabina, su batalla contra la depresión duró varios años. Resultado de esa estapa es su disco Alivio de luto. En "Nube negra" habla de esos años obscuros “Cuando siento piedad por sentir lo que siento, cuando no sopla el viento en ninguna ciudad, cuando ya no se ama ni lo que se celebra, cuando la nube negra se acomoda en mi cama”.

Y el público gritó durante su concierto en Madrid: “¡Superviviente, sí, maldita sea!”.

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