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UNAM: Ausencia de proteínas durante infancia debilita conectividad cerebral

Puede fomentar la pérdida de la capacidad del organismo humano para responder ante cambios y perturbaciones del medio ambiente. Los resultados se publican en la revista PLOS ONE

Doctora realizando un electroencefalograma a un niño
Los investigadores de la UNAM mostraron que los microorganismos intestinales y la dieta son fundamentales para el desarrollo cerebral. Los investigadores de la UNAM mostraron que los microorganismos intestinales y la dieta son fundamentales para el desarrollo cerebral. (UNAM)

Una dieta con insuficiente ingesta de proteínas y lípidos de origen animal durante la niñez hace más compleja la conectividad cerebral y puede fomentar la pérdida de la capacidad del organismo humano para responder ante cambios y perturbaciones del medio ambiente.

La anterior afirmación se basa en los resultados de un estudio de gran calado realizado por un grupo interdisciplinario de neurólogos, psicólogos, matemáticos, biólogos y médicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en una investigación realizada entre poblaciones de las sierras de Guerrero, Morelos y habitantes de la Ciudad de México.

Los resultados de este estudio pionero fueron publicados la semana pasada en la revista científica internacional PLOS ONE. Todo el esfuerzo de estos científicos está dirigido a ayudar a explicar la estrecha relación entre la dieta, microbiota intestinal y sistema nervioso.

INTERDISCIPLINA UNAM

El estudio universitario fue encabezado por Isaac G. Santoyo y Elvia María Ramírez Carrillo, del Laboratorio de Neuroecología Cognitiva de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM.

El equipo de trabajo interdisciplinario, reúne también el trabajo de las académicas Luisa Falcón Álvarez y Osiris Gaona Pineda, del Instituto de Ecología, campus Mérida; Oliver López Corona, del Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas; Olga Rojas Ramos, de la coordinación de Psicobiología y Neurociencias de la FP; y Javier Nieto Gutiérrez de esta Facultad.

Entre sus hallazgos, señalan que una dieta con insuficiente ingesta de proteínas y lípidos de origen animal durante la niñez puede fomentar la pérdida de “antifragilidad” del organismo, lo que significa que pierde parte de su capacidad para responder ante cambios y perturbaciones.

Isaac G. Santoyo explicó que se ha explorado y comparado en el Laboratorio de Neuroecología Cognitiva las relaciones que existen entre la comunidad de microorganismos bacterianos que habitan en nuestro intestino, conocido como microbiota intestinal, y los estilos de vida de diferentes poblaciones mexicanas, como grupos indígenas de la Montaña Alta de Guerrero, la Biosfera de Huautla, Morelos, y de la Ciudad de México.

Investigamos cómo están moldeando las presiones ecológicas de nuestra biota intestinal y cómo actúan sobre diferentes funciones del organismo, principalmente estamos enfocados en evaluar el impacto del funcionamiento cerebral en diferentes etapas, indicó.

Los resultados publicados en la revista científica “PLOS ONE” indican que aquellos niños de una comunidad indígena “Me´phaa”, de la región de la montaña alta en Guerrero, que consumían más proteínas y grasas animales mostraron mejora significativa en la conectividad cerebral, especialmente en oscilaciones cerebrales importantes para funciones cognitivas, como el proceso atencional y la inhibición de distractores.

Aun cuando la composición general de la microbiota intestinal era similar en los infantes, aquellos con más consumo de proteínas y grasas animales mostraron mayor conectividad de su microbiota intestinal. Esto sugiere que el tipo de dieta es clave para la comunicación interna, más allá de la cantidad de microorganismos presentes.

“Este paralelismo encontrado es un paso importante para entender que no puede haber un cerebro sano si no hay una microbiota intestinal sana, de tal forma que el significado de una buena dieta debe ir más allá de contar calorías o nutrientes y se debe considerar la salud de la microbiota intestinal”, destacó.

En su oportunidad, Ramírez Carrillo, investigadora posdoctoral en el Laboratorio de Neuroecología Cognitiva, experta en sistemas complejos, en redes y minería de datos, dijo que se valieron de estas herramientas para entender algunas interacciones entre el cerebro y la microbiota intestinal, que ayudan a expandir las nociones tradicionales de los estados de salud y enfermedad de estos dos sistemas.

Al explicar en qué consiste el término de “antifragilidad”, mencionó que esta es una propiedad fundamental de los sistemas complejos, aquellos que a través de las interacciones entre sus diferentes componentes logran autoorganizarse, muchas veces al hacer emerger comportamientos nuevos, que les confieren capacidades de adaptación y así logran responder a los cambios y perturbaciones del medio.

Los investigadores de la UNAM explicaron que, en salud, los sistemas vivos logran soportar las perturbaciones, incluso llegan a beneficiarse de ellas, por lo que son antifrágiles. Por el contrario, los frágiles se dañan o incluso se rompen. Un caso intermedio son los robustos o resilientes, que no se afectan o únicamente se dañan temporalmente, pero no se favorecen de la perturbación. Por ello, la microbiota intestinal es un ecosistema que en salud es antifrágil. Una manera aproximada de estimar esto es estudiar que tan bien se transmite la información mediante la red ecológica de la microbiota, a través de la medición de su conectividad. Una red mejor conectada es capaz de transferir información necesaria para responder a los estresores de forma rápida y eficiente.

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