El 20 de diciembre de 1993 la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas aprobó la resolución 48/104 relativa a la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, en la cual se indica que por "violencia contra la mujer se entiende todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada” (ONU, 1994).
Seis años después, el 17 de diciembre de 1999, la misma Asamblea aprobó la resolución 54/134 que declara el 25 de noviembre Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer e invita a los gobiernos, los organismos, órganos, fondos y programas del sistema de las Naciones Unidas, y a otras organizaciones internacionales y organizaciones no gubernamentales, a que organicen ese día actividades dirigidas a sensibilizar a la opinión pública respecto del problema de la violencia contra la mujer (ONU, 2000).
A nivel mundial, de acuerdo con ONU Mujeres, diariamente 137 mujeres son asesinadas por miembros de su familia. La directora ejecutiva de ese organismo Sima Bahous, indica que más del 70 % de las mujeres han sufrido violencia de género en algunos contextos de crisis; de hecho, el número de llamadas a las líneas telefónicas de asistencia se ha quintuplicado en algunos países como consecuencia del incremento de las tasas de violencia de pareja provocado por la pandemia de COVID-19 (ONU Mujeres, 2021).
En el caso de México, la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), indica que el 66.1% de las mujeres de 15 años y más han padecido algún tipo de violencia —emocional, física, sexual, económica o patrimonial—. A nivel estatal, la Ciudad de México es la entidad con mayor prevalencia de violencia contra las mujeres, toda vez que el 79.8% manifestó haber enfrentado al menos un incidente de algún tipo de violencia, mientras que Chiapas es el estado con menor prevalencia con el 52.4% (INEGI, 2017).
Llama la atención que Chiapas esté por debajo de la estimación nacional y que sea la entidad de menor prevalencia en el país; una posible explicación consiste en “la ausencia de una cultura de denuncia, un contexto en el que la tradición normaliza e invisibiliza las violencias, así como de la condición marginal -de monolingüismo, analfabetismo y desempleo- de un porcentaje importante de las mujeres del estado” (Fragoso y Luna, 2018, p. 37).
La investigación “El género en las experiencias de violencia de mujeres de San Cristóbal de las casas, Chiapas” (Ruíz y Martínez, 2020) analiza cómo experimentan la violencia mujeres que la han padecido en algún momento de sus vidas, concretamente mujeres jóvenes y adultas de ese municipio, mujeres diversas en escolaridad, ocupación y estrato social. El estudio de corte cualitativo indica que la violencia contra ellas inicia en la infancia, etapa en la que se les reitera el tipo de actividades que les correspondía hacer y aprender “por ser niñas”; cuando no cumplían con esas expectativas y obligaciones, la violencia sobre sus cuerpos y sus emociones se convertía en una herramienta para hacerlas entender cuál era su lugar en el mundo social en tanto mujeres que eran.
Si bien durante su niñez se les limita su comportamiento y se les restringe la interacción con los niños, esas limitaciones se incrementan en la medida en que llegan a la adolescencia, ahí el cuidado y control infantil se convierte en vigilancia juvenil, es aún más enfática la prohibición de relacionarse con hombres, se les exige ser decentes y “darse a respetar”; cuando no cumplen con esos mandatos, el maltrato y la violencia se utilizan como medios para castigar las transgresiones al “deber ser”; en esa etapa, a los padres les preocupa y les ocupa que sus hijas queden embarazadas sin antes haberse casado.
En la etapa de madre esposas, la sensación de menos libertad sigue presente, ya no están los padres para exigirles lo que deben hacer, pero sí están los maridos para violentarlas física o moralmente en caso de que no cumplan con su papel de mujeres.
El estudio concluye que las experiencias de violencia documentadas son experiencias de género; es decir, quienes padecen malos tratos, experimentan en momentos clave de su vida —tales como la infancia, juventud, matrimonio, maternidad— de manera violenta lo que en su entorno social significa ser mujer. En cada una de esas etapas, se aprende y se aprehende, cooperando o por medios violentos, qué es lo que se espera y cómo “debe de ser” una buena niña, una jovencita decente y una madre esposa ejemplar, y cómo es que las mujeres “no” deben ejercer la sexualidad (Ruíz y Martínez, 2020).
Referencias
Fragoso, Perla y Luna, Mónica (2018). Las organizaciones de la sociedad civil que trabajan por una vida libre de violencia de las mujeres en Chiapas. En Perla Fragoso y Rocío Bravo (Coords.). La capacidad de incidencia de las organizaciones civiles en los procesos políticos en México: 2000-2014 (pp. 23-54). UNICACH.
INEGI (2017). Resultados de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016. http://www.inegi.org.mx/saladeprensa/boletines/2017/endireh/endireh2017_08.pdf.
ONU (1994). Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer. http://www.ohchr.org/SP/ProfessionalInterest/Pages/ ViolenceAgainstWomen.aspx
ONU (2000). Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. https://undocs.org/es/A/RES/54/134
ONU Mujeres (2021). Hechos y cifras: Poner fin a la violencia contra las mujeres. https://www.unwomen.org/es/what-we-do/ending-violence-against-women/facts-and-figures#notes
Ruíz Gómez, Mariana y Martínez Ortega, Juan Iván. (2020). El género en las experiencias de violencia de mujeres de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. La ventana. Revista de estudios de género, 6(52), 326-367.
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