Cultura

"Altares", fragmento del discurso de ingreso de Gabriela Ortiz a El Colegio Nacional

Con motivo de esta novedad editorial de la institución, nos comparte un fragmento de las palabras dictadas por la compositora en su lectura inaugural

el colegio nacional

Gabriela Ortiz ha sido reconocida como una de las mejores compositoras mexicanas en la actualidad.

El Colegio Nacional

Compartimos con los lectores de Crónica un fragmento del discurso de ingreso a El Colegio Nacional, de reciente publicación, que dictó la compositora Gabriela Ortiz el pasado 30 de agosto de 2022.

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En este discurso de ingreso quisiera compartir con ustedes algunos de los principales objetos de estudio y puntos de partida que han conformado el desarrollo de mi trabajo creativo. Sin embargo, debo confesar que como músico he aprendido a expresarme mejor por medio de los sonidos que de las palabras. Porque explicar la música implica, levemente, ir contra su naturaleza. La música no se lee, se escucha. Y frente a esto no tengo nada que discutir.

En los últimos años he venido reflexionando sobre la idea de priorizar mucho más ciertos problemas éticos que los problemas estéticos. ¿Para quién trabajo?, ¿por qué hago lo que hago?, ¿cómo reconocerme en mi propio entorno y a partir de ahí cómo reconocemos el territorio que habitamos en el mundo?, ¿cómo nos hemos relacionado con la naturaleza? Desde mi trabajo creativo, ¿cómo puedo contribuir a generar cambios en los temas que me son significativos?

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Como en el caso de cualquier artista, tratar de ser honesto en la búsqueda de un lenguaje auténtico es parte del recorrido natural. La autorreflexión profunda y cuidadosa es indispensable para nombrar e interrogar las intersecciones entre el yo y la sociedad, lo particular y lo general, lo personal y lo político. El arte para mí es una manifestación viva que nos observa, nos exige y nos muestra lo peor y lo mejor de la sociedad a la que pertenecemos, de aquí que siempre he abogado por la posibilidad de colaborar, de abrir puentes a las expresiones artísticas más diversas y hablar de los temas a los que nos enfrentamos como humanidad. El arte es esa expresión sublime que irradia profundidad, reflexión, filosofía, belleza, abstracción y tanto más. Ahí se encuentra la música, nuestro máximo logro como especie, ese milagro misterioso intrínsecamente humano que consigue transmutarse en un espacio infinito donde tiempo, sonido y silencio se unifican.

A lo largo de todos estos años la composición musical se ha convertido en un ejercicio de reflexión y comunicación diaria hacia mi propio ser interior, un ir y venir lleno de logros y descubrimientos, pero también de complicaciones, tanto intelectuales como emocionales, que se entretejen y se resuelven mediante mi propia imaginación sonora. Pero ¿cómo podría describir este proceso?, ¿cómo equilibrar el rigor intelectual y metodológico con la parte emocional y creativa?

Nuestra condición humana se edifica sobre una correlación entre instinto y reflexión, entre lo primitivo y la evolución, entre lo intuitivo y la razón. Alexander S. Sokolov menciona:

Desde los términos clásicos griegos aisthetikos (lo sensitivo, captado por los sentidos) y noetikos (lo pensado, cognoscible por el intelecto) se puede observar el largo camino hasta los conceptos filosóficos y estéticos actuales. Kierkegaard delibera sobre dos tipos de pensamiento y, por consiguiente, dos tipos de pensadores, oponiendo a lo abstracto y objetivo, con lo concreto y subjetivo. Lévy-Bruhl estudia el pensamiento lógico y prelógico. Arnheim distingue entre las formas verbales y no verbales del pensamiento.

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Estos extremos forman parte del ser y gracias a este diálogo constante y a esta inherente conflictividad creativa entre las partes y el todo, entre apariencia y esencia, entre sujeto y objeto, entre expresión y estilo, es que al menos yo, he podido encontrar la forma de poder expresarme.

Dedicarme a la música ha sido una forma de entender el mundo, de sentirme libre, sin limitaciones formales, pero con otro tipo de responsabilidades. Quizá por esta razón mi obra difícilmente encaja en una estética musical pura y restringida, pues navega dentro de la alta cultura y la cultura popular sin negar un compromiso social y sin depender de él tampoco.

Esta dura y compleja tarea de cruzar fronteras en su mayoría con francas limitaciones arbitrarias, me ha llevado a recorrer diversos caminos, todos ellos llenos de obstáculos y descubrimientos, pero siempre respondiendo a mi derecho de ejercer con dignidad y libertad mi búsqueda artística.

En situaciones de migración, integración y cohesión, la idea de formar una identidad étnica entre migrantes ha sido una forma crucial de adaptarse y evolucionar. De la integración de los refugiados gitanos, árabes y judíos nace el flamenco. De los cantos espirituales y del trabajo de las comunidades afroamericanas de esclavos asentadas en el sur de Estados Unidos, junto con la mezcla de rimas inglesas, baladas escocesas e irlandesas nace el blues. Posteriormente de la mezcla entre la música de los esclavos africanos que llegaron a Nueva Orleans a finales del siglo xix y la música de las bandas militares en especial francesas allí asentadas nació el jazz. 

Novedad editorial.