Cultura

Nos rodean una ciudad y un país en ruinas:  José Emilio Pacheco 

Con motivo del aniversario del ingreso del escritor a El Colegio Nacional, nos comparte un fragmento del discurso que pronunció un 10 de julio

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José Emilio Pacheco.

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Este 10 de julio conmemoraremos 38 años del ingreso de José Emilio Pacheco a El Colegio Nacional. El autor de "Las batallas en el desierto" es uno de los escritores más reconocidos de la literatura mexicana del siglo XX y cultivó casi todos los géneros literarios (novela, cuento, poesía y ensayo). Compartimos con los lectores de "Crónica" un fragmento de su discurso de ingreso, en el que hace un reencuentro con la historia de la Academia de Letrán y la importancia que este recinto tuvo para la literatura.

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A 150 años de la Academia de Letrán

Nos rodean una ciudad y un país en ruinas. Por dondequiera vemos la devastación y la miseria. Con todo, al centro de una de las imágenes más desoladoras que pueda presentar en 1986 la ciudad de México, está en pie el sitio donde empezó realmente la literatura mexicana. En medio de un baldío se conserva el lugar en que se fundó la Academia de Letrán en junio de 1836, hace ciento cincuenta años. Enfrente no queda nada del edificio que fue taller de Ignacio Cumplido, el gran editor mexicano del siglo XIX. Esas dos esquinas de San Juan de Letrán con Venustiano Carranza y Artículo 123 fueron los grandes recintos de nuestra literatura en sus etapas iniciales. Pocos lo saben y a nadie parece importarle; pero en las condiciones actuales la supervivencia de ese vestigio adquiere otra significación y es un ejemplo de la fragilidad que sobrevive cuando lo más firme se ha desplomado.

La Academia de Letrán apareció entre el cometa de 1835 y los cataclismos de 1837 y 1838: el terremoto de Santa Cecilia y el desembarco francés en Veracruz para cobrar lo que desde entonces llamamos "deuda externa". En junio de 1836 Santa Anna, después de su derrota en San Jacinto, estaba prisionero en Washington y acababa de reconocer la independencia de Texas. El gobierno presidido por José Justo Corro se enfrentaba a la bancarrota y la disolución del país.

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Fundado por el virrey Antonio de Mendoza para instruir a los mestizos, el colegio de San Juan de Letrán era el más pobre de la capital. A fines del siglo XVI los mestizos quedaron excluidos de la cultura humanística que produjo obras de síntesis como las historias prehispánicas y las versiones de Nezahualcóyotl que hizo Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. Tuvieron que pasar doscientos cincuenta años para que esta labor se reanudara precisamente en el Colegio de Letrán.

Casi todo lo que sabemos de la Academia está en las irremplazables "Memorias de mis tiempos", editadas póstumamente en 1906, de Guillermo Prieto (1818-1897). A los dieciséis años, en 1834, Prieto entra en el Colegio que tiene como animadores intelectuales a los hermanos Lacunza: Juan N. (1812-1843) y José María (1809-1869). La celda, que hoy llamaríamos cubículo, de los Lacunza se transforma en taller literario. Los estudiantes leen sus poemas y hablan de literatura clásica y contemporánea.

En junio de 1836, en plena catástrofe nacional, los hermanos Lacunza, Prieto y Manuel Toniat Ferrer invitan a otros amigos para formalizar las reuniones y constituir una academia que lleva el nombre del Colegio. Es un salón literario, una tertulia, un taller de aprendizaje, no un centro autoritario. En principio sólo tiene aspiraciones artesanales. La única condición es presentar a debate un texto en prosa o en verso. Los jóvenes nacidos de 1806 a 1820, "la pléyade de la Reforma", en palabras de Luis González y González, quieren aprender su oficio de los únicos maestros a su alcance: los neoclásicos que entienden la literatura como un arte que exige estudio y práctica. Prieto e Ignacio Ramírez (1818-1879), Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842) y Fernando Calderón (1809-1845), se reúnen allí con Manuel Carpio 0791-1860) y José Joaquín Pesado (1801-1861), poetas de prestigio y de mayor edad que aceptan críticas y correcciones de los jóvenes pues, como ellos, quieren evitar sus faltas de métrica y prosodia. Aunque por breve tiempo, la Academia de Letrán erige un espacio de tolerancia, un lugar de intercambios y discusiones en que coexisten los antiguos y los modernos, los liberales y los conservadores, como treinta años después convivirán en "El Renacimiento" de Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) que también es producto de Letrán.

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En el estado actual de nuestros conocimientos y gracias al trabajo acumulado por varias generaciones de investigadores, podemos decir que la importancia de la Academia de Letrán supera con mucho la autovaloración de Prieto. Letrán permitió los intercambios y apropiaciones sin las cuales no puede existir la literatura. Con antecesores tan importantes como Lizardi y el poeta cubano mexicano José María Heredia (1803-1839), sus miembros fundaron una tradición literaria que llega hasta nuestros tiempos. Escribieron muchos de los primeros poemas, dramas y narraciones que podemos llamar mexicanos y, sobre todo en su actividad periodística y editorial, establecieron una línea que, con los naturales cambios y variaciones, se mantiene en pie.

No hay anacronismo en la Academia de Letrán. Los participantes en ella intentan escribir lo que están escribiendo sus contemporáneos europeos. Por supuesto, no lo consiguen pues carecen de todas las bases materiales e intelectuales para hacerlo. Es imposible comparar sus obras con las aparecidas del otro lado del Atlántico entre 1830 y 1836. No tenemos nada que se parezca a Pushkin ni a Leopardi, a Hugo ni a Balzac, a Dickens ni a Gógol. El romanticismo europeo supone las revoluciones política, industrial, científica e intelectual que no conoció la Nueva España. Nuestro romanticismo toma lo que puede y lo adapta como puede a un país que sufre el peso y la venganza de la Colonia.

Para que la tentativa se reanude habrá que esperar cerca de treinta años. Entre la Academia de Letrán y la época de Altamirano que se inicia con "El Renacimiento" (1869) y desemboca en el modernismo, se interponen la bancarrota perpetua, las incesantes luchas civiles, la invasión norteamericana, la guerra de Reforma y la resistencia contra la intervención francesa y el llamado imperio de Maximiliano. Ramírez y Prieto sobrevivirán a sus contemporáneos Calderón y Rodríguez Galván para ser los maestros del segundo romanticismo mexicano, pero en primer término los ministros de Juárez por cuyas manos pasaron los millones de pesos producto de los bienes eclesiásticos sin que ellos retuvieran un solo centavo. Hoy como nunca debemos recordar que México es también Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto.

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La Academia de Letrán llegó a la mitad de la función del romanticismo europeo y se perdieron las representaciones que hicieron Alemania, Francia e Inglaterra en su gran siglo XVIII. Por tanto, el romanticismo mexicano está constituido sólo por una mínima parte de lo que fue en otros lugares. Octavio Paz ha analizado ampliamente el tema en "Los hijos del limo" (1974).

Entre la Colonia que se resiste a morir y la República que se niega a nacer, nuestro romanticismo es nada más y nada menos que literatura edificante en los dos sentidos del término: quiere instruir y moralizar, intenta desempeñar un papel en la tarea de construir una nación.

La Academia de Letrán es la variante mexicana del movimiento romántico que Victor Hugo definió como el liberalismo en el arte. La definición habría que matizarla pues, aquí y en todas partes, hay un romanticismo conservador. Al igual que en Europa, el movimiento romántico mexicano responde a una afirmación nacional, si bien no presenta ningún escritor comparable a Manzoni o a Mickiewicz. Pero gracias a él y a sus semejantes en otros países, como la Asociación de Mayo argentina, ahora, ciento cincuenta años después, hay en nuestras tierras escritores tan buenos como los de cualquier parte y, al menos en literatura, se ha invertido la división mundial del trabajo. Ya exportamos algo más que trabajadores, materias primas y dólares.

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La relación de Letrán con los demás romanticismos hispanoamericanos y con el español que resultó su principal fuente, y su aduana, es muy problemática. Cada país tuvo su manera de buscar la autonomía literaria a la que Andrés Bello convocó en 1823 desde Londres. Frente al radicalismo sudamericano que a veces buscó la independencia aun en el lenguaje, la actitud de Letrán puede aparecer excesivamente moderada. Se tiende a explicar esta circunstancia por el arraigo de la tradición grecolatina que atemperó en México la desmesura romántica. Supongo que otra posible explicación radica en el hecho de que los sudamericanos triunfaron en la revolución de independencia mientras en México la autonomía fue posible gracias a un cuartelazo del propio ejército realista.

… Prieto dice que en Letrán los mexicanos hablaron por vez primera de Hugo y de Dumas. Esto es tan cierto como que los verdaderos modelos y maestros fueron Espronceda, Larra, Zorrilla (que iba a llegar aquí algunos años después) y Ramón de Mesonero Romanos. A tal punto es decisiva la presencia de los costumbristas españoles que "Fidel", el seudónimo de Prieto para sus cuadros de costumbres, es el interlocutor de "El curioso parlante" de las "Escenas matritenses".

Cartelera de El Colegio Nacional para esta semana.

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